sábado, 24 de octubre de 2020

Joker

Después de tanto tiempo, ya tocaba que me metiera con el Joker para hacerle una bonita reseña. Estamos ante una película que constituye un trabajo de orfebrería. Cada elemento está en consonancia con el núcleo de la historia que se nos cuenta, envolviéndola en tonos alucinatorios, pasando por una puesta en escena inquietante y un trabajo actoral impecable (ya hablaremos de Joachim Phoenix más adelante). No estamos ante una simple historia de ficción, estamos dentro de una epopeya personal que se presta a múltiples interpretaciones con el maniqueísmo que queramos, tanto íntimas como sociales y políticas. Cualquier amante de los cómics estará probablemente encantado y todos los ajenos encontrarán igualmente suficientes asideros para apreciar este relato.

Todo el lío empieza delante de un simple espejo, no el de un cuento de hadas, sino uno que no tiene nada de anormal. Meticulosamente, Arthur Fleck hace sus muevas: tez blanca lívida, nariz rojo sangre, lágrimas azul petróleo, traje atemporal desgastado. A sus espaldas, la radio se desgañita con tonterías. Programas banales destinados en entretener con naderías se suceden con noticiarios llenos de sombras y terrores, retratado un mundo decadente y plagado de ratas donde los débiles sufren injusticia tras injusticia. Los sermones de los presentadores parecen arrastrarnos a un estado de paroxismo sin fin, dejando poco espacio a la compasión o siquiera un rastro de serenidad, mientras Arthur pasa de las sonrisas a las lágrimas con una naturalidad escalofriante.

Una vez preparados, Arthur y sus colegas se dispersan por las calles, payasos anacrónicos encerrados en un mundo moderno que vive al límite. Cada uno tiene sus productos, su tienda a defender para obtener unas migajas repartidas por un capitalismo voraz. Dentro de este mundo de locos, muchos, a pesar de su comportamiento jovial, están más que preparados para pisar las cabezas necesarias para progresar. Una sociedad omnipresente que rezuma quiebra, donde la solidaridad ni está ni se la espera.

Sin embargo, Arthur, torpe dentro su pomposidad, sonríe sin descanso. Es lo único que sabe hacer, única enseñanza de una madre tóxica, medio impedida, atrancada en la nostalgia de sus recuerdos, de sus esperanzas rotas. Al anochecer, este hijo al que apoda “Happy” la mece, la lava y la arropa, como cualquiera haría por una criatura inocente y endeble, sin confesar sus muchos problemas que tampoco es capaz de expresar. Encontramos incluso cierta elegancia conmovedora en este hombre que sólo pide tener algún momento de gozo en su vida. Nadie lo ve. No existen para nadie. Arthur parece condenado a permanecer invisible a ojos de sus contemporáneos.



Y esta indiferencia generalizada es tan violenta como las revueltas sociales que pululan en la ominosa Gotham de los años 80 (ciudad imaginaria, pero prima hermana de las monstruosas metrópolis de nuestros tiempos). ¿Hay alguna escapatoria para los sufridores? Dentro de la oscuridad más tenebrosa, aparecen pequeños destellos de consuelo, como las dulces palabras de una vecina amable que parece no asustarse ante los desastrados trajes de “Happy”. Éste sentirá como renace, cual mariposa que sale de su crisálida cuando un célebre presentador le invita a participar de su show. Pero los sueños de Arthur Fleck están condenados a hundirse en el abatimiento de las ilusiones perdidas. La pérdida de este último rastro de cordura convertirá a nuestro iluso antihéroe en un personaje malvado y seguro de sí mismo, que desborda rabia contra una sociedad y un mundo que detesta.

Atenazados entre la empatía y la repulsión, somos testigos del origen del mal, el nacimiento de un verdadero villano, aquel que acechará las peores pesadillas de Batman. Pero en parte (sólo en parte), le entendemos, pues hemos visto su camino de incomprensión, humillaciones y heridas. Joker es hijo de la miseria, que grita un “¡QUE OS DEN!” gigante contra el mundo, con una risa sardónica que resuena en las mentes de todos aquellos que anhelan dormir tranquilos por las noches.



Batman y Joker. Joker y Batman. Esta dualidad de personajes se ha erigido a lo largo de los años como uno de los baluartes más reconocibles de la DC. Esta adaptación librísima de los orígenes del archienemigo por excelencia no deja a nadie indiferente, constituyendo un acertado retrato de los tiempos, a pesar de que no guarde especial parecido con el personaje más canónico. Poco de súper héroes encontramos aquí, sino de marginados y sociedades terroríficas que causan desazón por la facilidad con la que nos identificamos con la precaria situación que rodea al protagonista. Si no es por el título, que nos recuerda dónde estamos, quizás ni sospecharíamos que estamos ante el que baila con un demonio a la luz de la luna. Una relación que se produce, obviamente, como llamada de atención para que nos fijemos de que esto no es un simple drama, esto no es una película más de súpers, ni falta que hace. A lomos de su rimbombante título, que nos hace ya presagiar una gran epopeya, tenemos una propuesta que sabe revolver nuestro interior.

La principal razón reside en el visceral trabajo de Joachim Phoenix. Un animal de la interpretación que ya había dado claras muestras de saber retratar la locura con maestría (Gladiator, En la cuerda floja), carga aquí a sus espaldas un papel tremebundo, lleno de matices, con espacio en el guión para sacar todo el arsenal de la buena interpretación y construir una actuación de Oscar, cantadísimo desde el primer momento. Sin él, la película caería fácilmente en la parodia o el maniqueísmo, perdiendo gran parte de su valía. Si nos vamos a acordar de Joker dentro de diez años, será por Phoenix.



Pero bueno, tampoco despreciemos el acertadísimo ejercicio de estilo de Todd Phillips, una imbécil integral que quería retratar su rechazo a una sociedad en la que el politicorrectismo domina cada estrato y sólo se puede hacer crítica desde la ficción, impidiendo cualquier debate por la visceralidad que desborda nuestra sociedad. Rueda cargado de vitriolo, con muchas ganas de provocar y de hablar de lo que no se puede hablar, con la idea de incomodar al respetable, en un film que admite cientos de interpretaciones, que se pueden resumir  (mucho) en que el desamparo social produce monstruos y que las crisis traen turbas destructoras. El mensaje desplegado es confuso pero atronador, la fotografía es impecable, con una puesta en escena siniestra e inquietante, un tono descarnado lleno de excesos, un ritmo incómodo y una redundancia desconcertante que se asegura de no dejar a nadie indiferente.

Viene acompañado por una banda sonora de hipnótico desazón que roba la atención y contribuye, a su vez, a captar nuestra atención para que no perdamos ni medio detalle de lo que ocurre.

El férreo guión construye a los personajes con un brioso cincel que admite muchos grises, con la clara sensación de que aquí no hay nadie inocente, ya sea por maldad, desidia o inacción. Constituye uno de las presentaciones de “malvado de cómic” mejor realizadas, alejándose del villano de opereta para que captemos todas sus motivaciones (justificadas o no) y sobre todo, su punto de vista desde el que autojustifica sus decisiones, después de todo, es él quién cuenta la historia. No es una propuesta usual ni tampoco nos la habían mostrado tan bien como en este caso.



Una de súpers sin súpers, que ni siquiera aprovecha el tópico como excusa argumental sino como modo para hacerse publicidad. No sorprende que rompiera los esquemas a mucha gente, para lo bueno y lo malo.

Y es que en el fondo es un drama social con multitud de matices, un Taxi Driver actualizado e hipervitaminado que, al pasar por el matiz del bufón del crimen le da un toque especial de carisma y buena recepción entre el público. Se remata además con la excelsa actuación de Phoenix, que es quién eleva la película a una cota todavía mayor. Joker es áspera, desagradable, sabe hallar cosas en nosotros que no nos gusta y, a la que nos paramos mirar, tampoco cuenta nada nuevo. Sin embargo, lo hace con cierta originalidad y un mimo mayúsculo por el detalle, que siempre es algo a valorar.


Nota: 9

Nota filmaffinity: 8.0 

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