¿Os
acordáis de ‘Los mundos de Coraline’?¿‘Paranorman’?¿Qué
tal ‘Los Boxtrolls’? Bien, pues el año pasado, el estudio de
animación detrás de estas tres joyas del stop-motion nos deleitó con una
auténtica pieza de orfebrería que bien podría haber ganado el Oscar de
Animación (a nadie le hubiera extrañado) y que, curiosamente, no se había
pasado por aquí.
Situada
en un Japón medieval idealizado, Kubo malvive a base de sus historias, su
talento para la música y la papiroflexia. Día a día, baja al pueblo a contar
relatos heroicos protagonizados por el padre que nunca ha conocido. Lo que el
pequeño no imaginaba es que sus hazañas se convertirían en realidad cuando un
espíritu del pasado vuelve su vida patas arriba, convirtiendo a Kubo en
objetivo de dioses y monstruos.
Cuando hablamos de Laika, nos estamos refiriendo a uno de los estudios más dotados para la animación dentro de los EEUU. Con apenas un puñado de películas se han convertido en una referencia dentro del género. Dan un puñetazo en la mesa a cada nueva propuesta, demostrando que lo tienen todo para perdurar: Una visión, un objetivo y, especialmente, el talento para llevarlos a cabo de la mejor manera imaginable. Cada nuevo proyecto es un portento de diseño, un derroche de imaginación y una asombrosa muestra de excelencia y buen gusto. Han desarrollado un estilo propio, reconocible a lo largo de toda su filmografía, sin que ello evite que la imaginería contenida en cada película sea descaradamente diferente de la anterior.
En Kubo se alejan de la plasticidad orgánica de Coraline o de la arrugada suciedad de Los Boxtrolls, mezclando la imaginería tradicional japonesas con influencias de la papiroflexia más exquisita, dando lugar a un ejercicio de estilo deslumbrante. La película entra, ciertamente, por los ojos. El virtuosismo estético con que
Laika nos deleita en la película cobra todavía más mérito cuando recordamos la
técnica utilizada. Las miles de fotos utilizadas en stop-motion se aprovechan con un espectacular diseño de personajes
y un prodigioso gusto estético. Su fluida animación está a la altura de los
mejores estudios, presentada además por medio de una fotografía de lo más preciosista.
Fascina contemplar como los cálidos tonos iniciales se van volviendo cada vez
más fríos y desasosegantes a medida que la historia se vuelve más sombría. Además,
Toda la belleza (luminosa o sombría) nos viene
aderezada con una delicada partitura que complementa a la perfección el sentir
de cada momento. Si bien no se clava en el recuerdo, sí que tiene la sutilidad
adecuada para convertir el visionado de Kubo
en un auténtico placer.
No
obstante, Kubo y las dos cuerdas mágicas
adolece del clásico problema que suele sobrevenir al estudio: su inmenso
talento en la animación no siempre se traduce en un guión a la altura. Una vez
sobrepasado el fascinante planteamiento inicial, el desarrollo de la trama
transcurre por terrenos vistos una y mil veces. Sin errores de bulto, pero sin
asomo de la gracia que promete a la vista. Quizás es este fallo el que le ha
impedido ganar el Oscar a película de animación al que estaba nominada. Supera
visualmente a sus contendientes (Zootrópolis y Vaiana), pero su guión y sus
diálogos no pasan de una agradable corrección
que no acaba de satisfacer a los paladares más exigentes (bueno, y el
hecho de que no es de Disney, que eso resta un montón de votos “automáticos” de
mucho miembro de la Academia).
En
fin, como casi cualquier cosa que hace Laika, Kubo y las dos cuerdas mágicas es un prodigio visual, lleno de
imaginación y buen gusto que disfruto de ver con una sonrisa de oreja a oreja.
Una historia un pelín insulsa empaña un poco el resultado final, pero ello no
impide que se trate de una propuesta interesante y, sobretodo, diferente al
típico producto de animación disneyano. Vale la pena echar un par de horitas
con Kubo y dejarse llevar por la belleza de sus imágenes.
Nota:
8
Nota
filmaffinity: 7.2
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