domingo, 1 de marzo de 2020

El gran salto


Últimamente los Coen se pasan bastante por aquí. Se nota que tienden a gustarme y casi que me estoy haciendo un repasito. O no, pero sí que están cayendo unas cuantas. Para la película que nos ocupa hoy, me gustaría saber cuál fue la cadena de decisiones que les llevó a concluir que querían explicar la historia (improbablemente verídica) del inventor del hula-hop.

Que, de hecho, es de lo que va principalmente El gran salto. Nos situamos en un punto indeterminado de los años cincuenta, en el que un iluminado con poca experiencia de la vida tiene la idea perfecta en el sitio exacto para dar el gran pelotazo. Sin embargo, al no tener ni la más remota idea de cómo funcionan los negocios, se pondrá en el punto de mira del más peligroso tiburón de las finanzas, que hará todo lo necesario para dejarle sin un centavo y quedarse así la mayor empresa del país.

El excéntrico planteamiento recuerda a los excesos de Welles, mostrando a los ejecutivos de las grandes empresas como auténticos carroñeros, dispuestos a todo para ganar más dinero, sin importar el más mínimo planteamiento ético o moral. En esta suerte de Gotham City sin Batman, se inventan esta historia que, a buen seguro, sólo ellos podrían concebir. Saben sorprender desde el minuto, consiguiendo dejarte intrigado hasta el final.

Si bien se circunscribe al clásico tópico del bienintencionado con suerte que se enfrenta a los depredadores del sistema, toda la película tiene un cierto toque irónico que garantiza el gozo del personal. Como suele ocurrir en sus películas, las encontramos repletas de personajes idiotas, pero adorables, a los que sabes que la cosa les va a ir mal, pero no deseas otra cosa que triunfen, de algún modo. Incluso en su improbabilidad, se tornan personajes cercanos y creíbles, compuestos con gracia y dotados de diálogos impagables, protagonizando escenas (a costa de los aros, principalmente) desternillantes.

Desde el primer descenso del edificio, hasta el primer ascenso vertiginoso del protagonista, el inicio es un portento en la puesta en escena, que te deja con ganas enormes de lo que está por venir. Luego el desarrollo de la trama es un poco forzado, con unos cuantos giros para mayor gloria de la absurdez chorra-pero-llena-de-lógica típica de estos hermanos. Además, esta mezcla de puñetazos de realidad con un ambiente tan absurdo chirría un poco, pero la calidad de los diálogos y los chistes que hay bien distribuidos aquí y allá hacen que la película entra como nada.  Se ven las influencias caprianas en la bondad intrínseca de la mayoría de personajes, además del (pocas veces TAN) forzado final feliz. Éste último se puede hacer indigesto para muchos, que querrán lanzar la película por la ventana, pero bueno, nadie es perfecto.



Lo mejor de la película se halla en el elenco actoral. No sólo por la estupenda dirección de actores que siempre realizan los Coen, sino porque todos se esfuerzan para sacar adelante la película. Tim Robbins hace creíble el papel de patán listo, que en el fondo es más tonto que un zapato, pero no tanto (o sí). Recuerdo que de pequeño era uno de mis actores fetiche, junto con Martin Lawrence (manías que tiene uno). Por su parte, Paul Newman se sale (da igual cuando leas esto) y Jennifer Jason-Leigh goza del personaje más complejo del guión, con una periodista que duda entre lanzarse a por la carnaza o tener unos mínimos arrestos éticos (poco sutil crítica al periodismo amarillo), mientras lucha por salir adelante en un mundo de hombres. Podría ser cargante con facilidad, pero con su trabajo se las arregla para que el personaje sea cercano e incluso entrañable.

Esto no quita que la película avance un poco a trompicones, que los desiguales chistes no acaban de salvar. Además, se repasan todos los tropos de este tipo de películas bienintencionadas, a veces con intenciones paródicas, pero esto provoca que aparezcan escenas y discusiones “porque deben estar” y no porque la historia lo pida. La película se vuelve más previsible, provocando también que los chistes surrealistas no entren igual de finos.


Al final El gran salto queda como una comedia bien hecha, con tres actores principales haciendo muy bien su trabajo y un puñado de chistes de primera. Es una pena que la película no mantenga el alto nivel de la primera media hora, pues el conjunto no es del todo redondo (jé) y fácilmente puede hacerse pesada en su tramo medio. Pero bueno, dejémosla rodar y a pasar un buen rato, que con los Coen suele ser fácil.

Nota: 6
Nota filmaffinity: 6.6


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