jueves, 21 de febrero de 2019

La montaña mágica (Thomas Mann)


Este libro, el número 22 de la Cesta’13, me asustó en cuanto llegó. Con diferencia el más grandote de todos los libros que habían venido, con el agravante de que me habían hablado MUY mal de él, casi todos destacando lo tremendamente aburrido que era. Reconozco que lo cogí un poco a desgana, más obligado por mi compromiso personal de leerme todos los libros de la Cesta, más que por que tuviera ganas de acometer los desafíos que me iba a plantear.

Título: La montaña mágica
Autor: Thomas Mann
Título original: Der Zauerberg
Traducción: Isabel García Adánez

“Esta novela es un impresionante fresco de la Europa de principios del siglo XX, y también una de las más profundas y agudas exploraciones de la condición humana. La habilidad para mostrar las contradicciones sociales y espirituales de su época, la extrema sensibilidad en la construcción de personajes y la aguda erudición que despliega Mann en La montaña mágica convierten esta obra en una lectura que apela – y desafía- tanto a la sensibilidad como a la inteligencia de cualquier lector.”

Una vez acabado y digerido, me sorprendo ante la dificultad de la tarea que es simplemente hablar sobre La montaña mágica. ¿Cómo afrontar la explicación de un libro cuyo argumento es irrelevante respecto a todo lo que contiene? La propia longitud de la novela es análoga con la extraña atemporalidad en que viven los protagonistas de la misma. De nada sirve pegarse una panzada de leer hojas y hojas siguiendo a unos personajes que parecen haber renunciado a vivir la vida (durante 1000 páginas).

Quizás el mejor consejo que se puede dar es tomarse la lectura como la escucha de una canción. Es una experiencia por sí misma. No se trata de una novela que vaya de nada, ni siquiera es una novela de ideas. He leído por ahí que el propio Thomas Mann recomendaba leerla como si fuera una sinfonía orquestal, siguiendo los temas comunes y dejar que la narrativa “suene”. Y me encuentro de acuerdo con ello, realmente funciona, pareciera que Mann escribió una pieza literaria para “ser escuchada”, y eso es todo lo que necesita ser.

La novela abruma con su belleza y mimo en la representación de unas montañas en las que el tiempo se detiene, distinguiendo entre los que viven abajo, absortos por el trabajo, las obligaciones… y los que viven arriba, dedicando todo momento que tienen de vida a “curarse” haciendo nada. La profusión de detalles es tal que llega a sobrepasar, pareciera que puedes tocar las montañas, sentir el frío o padecer la fiebre que aqueja a todos. Llegamos a conocer tanto a sus personajes (y tardamos tanto en acabar con ellos) que se convierten en seres casi de la familia, como aquel cuñado que siempre tiene algo que decir del que no te puedes librar.

El protagonista sobre el que gira toda la narración es el joven Hans Castorp, un niño tratado bien por la vida, hijo de un industrial acomodado. Sube a un balneario en la montaña para visitar a su primo, enfermo de tuberculosis. Las circunstancias le obligan a quedarse unos meses, acomodándose quizás más de lo debido. En un principio destaca por su mentalidad práctica de ingeniero, ajeno a cualquier idea que no tenga una aplicación en la vida diaria. Con el devenir de las páginas, su carácter sincero y ávido de conocimientos se verá marcado por los acontecimientos, siguiendo un desarrollo tanto espiritual como intelectual que constituye uno de los mayores valores de la novela. El Hans que sube la montaña no tiene nada que ver con el que la desciende, pues ha sufrido una evolución completa, pero paulatina, lógica y comprensible.

Joachim Ziemssen  es el primo de Hans, y su inseparable compañero. Encarna a los valores militares imperantes en el Imperio Alemán de la época, contrastando su rígido sentido del deber con la displicencia de Castorp, ajeno a la llamada del honor y la responsabilidad colectiva. Su practicidad se haya todavía más acentuada que la de su primo, pues su mentalidad apenas distingue grises en un mundo que él sigue considerando de blancos y negros. No desea otra cosa que curarse para marchar al frente y defender a su patria, soportando con resignada paciencia cada minuto que pasa en este exilio en las montañas.

De todo el excéntrico enjambre de pacientes del balneario, mi favorito es el italiano Settembrini, repleto de incoherencias internas y un existencialismo exacerbado. Se autoproclama como el mentor espiritual de Castorp para defender la tradición humanista, los valores de la democracia y la Iluminación del conocimiento, con particular énfasis en la tolerancia y los derechos humanos, reafirmando la necesidad del trabajo productivo, la actividad creativa y la vida alegre como las mayores fuentes del progreso de la humanidad. Me encanta la facilidad con que aparece casi de la nada y se lanza a soltar una chapa descomunal sobre la última paja mental que le ha pasado por la cabeza, interrumpiendo diálogos o acciones que pudieran ser interesantes para Castorp que, presa de su educación, no es capaz de detener.

Este italiano es tan adorable como pesado, pero si alguien es capaz de callarle o de sacarle de sus casillas, es el antiguo paciente Leo Naphta, rival de Settembrini en la iluminación de Castorp. Éste es la voz del pesimismo y el fastidio, un nostálgico del orden medieval, defensor de los extremos radicales, tan presto a defender los sistemas más totalitarios como el anarquismo o el comunismo más desnortado. Sus habilidades dialécticas y retóricas le convierten en un consumado sofista, siempre presto a llevar la contraria a cualquiera que pase por ahí por el puro placer de hacerlo. Un pesado odioso con el que casi nunca estás de acuerdo, pero cuyo talento para la argumentación obliga a prestar atención y repasar la fuerza de tus convicciones.

El objetivo amoroso de Hans reside en la rusa Clavdia Chauchat, una tártara que parece haber renunciado a la vida terrenal y se conforma con vivir tranquila sus últimos días en la montaña. Sus rasgos asiáticos y ojos rasgados hacen que Hans recuerde a Pribislav Hippe, un compañero de clase por el que sintió atracción en el pasado. El continuo cortejo que se produce con sus idas y venidas, la conexión entre ambos personajes y la extraña rivalidad que se produce entre Clavdia Chauchat y Settembrini puede dar pie una posible homosexualidad (o bisexualidad) que no deja de estar insinuada durante todo el libro.

El asedio de Hans Castorp no sería tan incómodo si no fuera por la presencia de Mynheer Peeperkorn. Este holandés es el marido de Clavdia. Es la auténtica encarnación de la habilidad para sentir y disfrutar de la vida con intensidad. Se convierte en el único que desdeña la vacua intelectualidad de Naphta y Settembrini, pues considera sus disertaciones como distracciones innecesarias para la felicidad humana. Se convierte en un gran amigo (o algo más) de Hans cuando este último acepta que nunca podrá tener a Clavdia para él, animando a nuestro protagonista a tomar de nuevos las riendas de su vida para llevar a cabo tareas que nunca hubiera concebido realizar.

A lo largo de paseos por la montaña, sobremesas en la terraza o curas durante espacios de tiempo indeterminado sobre camillas, se suceden las peleas dialécticas, la molicie de la vida y los episodios de “nada” que tiene aquellos para los que el tiempo se ha detenido. Un narrador documental al más puro estilo F. Rodríguez de la Fuente hace las veces de guía por las páginas, ofreciendo su interpretación de los hechos, valorando la altura de los argumentos o chivándonos algunas de las cositas que están por suceder. En ningún momento conoceremos a este narrador (casi) omnisciente, lo que puede llegar a confundir, pero Mann no ha creado un libro precisamente ofuscado. No es más difícil de lo que necesita ser, narrando y explicando todo con montones y montones de paciencia, lirismo y sabiduría.

Debo felicitar (una vez más) el inmenso esfuerzo de traducción que supone este libro. No sólo por la propia magnitud de la tarea, sino por el concienzudo trabajo que hay detrás.  Alucino con la cantidad de citas y libros que se habrán tenido que consultar para conocer la “traducción correcta” que se dio a cada cita en concreto. Además, se consigue que cada personaje tenga un modo particular de hablar (y hay para dar y vender), reconocible, pero no por ello tópico o manido.


El obvio problema de La montaña mágica es que no va de nada. Puede hacerse MUY aburrido. Sin embargo, una vez pasé un puñado de horas en las alturas, percibí la extraña magia de la montaña, me incorporé a un viaje extraño y extravagante que constituye una experiencia en sí misma, más que un libro a devorar, en la que se divaga sobre el paso del tiempo, el papel del ser humano en el mundo, la vida y el nosequé. Tiene mucho que decir sobre la naturaleza cíclica del tiempo y los infructuosos intentos de la humanidad para tomar asidero frente a su continuo discurrir. Habla sobre los misterios de la biología y relata brillantemente un posible origen de la vida para dar lugar a la enfermedad inexplicable e imparable. Presenta a la muerte como una simple extensión de la vida, buscando que el lector se sienta confortable con la idea. Ejemplifica la importancia de la salud espiritual para llevar una vida plena, que muchos derrochan en causas sin sentido. Al final, es un libro para el cerebro y, quizás en consonancia con muchos, yo gusto de los libros con corazón y alma. Me gusta encontrar personajes con los que pueda empatizar, cosa que no he encontrado en este libro. Aunque he “disfrutado” con mi visita a este balneario, no creo que vaya a volver en un tiempo prudencial. La montaña mágica es larga y desafíante, profunda en su concepción y consistentemente bella en su realización, con una prosa tan bien dispuesta que nunca se me hace aburrido. Sin embargo, hay tanto dentro de ella que se me hace imposible absorberlo enteramente en una sola lectura.

Quizás se trata de uno de estos libros que hay que leer varias veces, o una novela a la que dedicar años enteros, desvelándote nuevos secretos a cada pasado, o quizás una novela a la que volver de vez en cuando, leyendo un capítulo entre cada otro libro, para poder retomar las “aventuras” de Hans Castorp siendo consciente del paso del tiempo y de la importancia de dejar madurar las meditaciones para que tomen poso.

Lo dicho, se hace difícil hablar de este libro, pero he llenado más de 2000 palabras. Leer La montaña mágica es una tarea ciclópea, constituyendo una experiencia en sí misma, con la que conocerse y reflexionar, más que un libro que disfrutar o devorar. Tiene todo lo que necesito para tirarlo por la ventana, pero me he encontrado disfrutando cada una de sus páginas. Por un lado, no se lo recomendaría a nadie, por el otro, no dudo que todo el mundo debería pasar unos meses arriba en la montaña. Al final es una decisión propia, una inversión de incierto resultado que no tiene por qué satisfacer, pero que seguro sabe fascinar.

Nota: 9
Nota goodreads: 4.14/5

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