miércoles, 22 de junio de 2022

Godzila vs. Kong

La culminación del Universo Compartido de Godzilla es una de las mayores sorpresas que me he llevado dentro del panorama fílmico de este siglo. Pocas ideas me parecieron más descabelladas cuando se presentó y, aunque parezca mentira, han conseguido sacarlo adelante. Consiguieron que viera Kong, luego Godzilla, Rey de los monstruos y, ahora, la es turno de la batalla final ultraviolenta.

Pues es esto que los dos mayores monstruos del mundo se llevan un poco mal y quedan para hacer un Street Fighter. Como las cosas no pueden ser tan sencillas, hay un malo maloso de una siniestra compañía farmacéutica que la está liando parda y los dos contrincantes deberán dejar de lado sus diferencias para… etc. Se incluyen todos los típicos tópicos que uno pudiera concebir en estas películas. No se dejan ni medio.

Es algo que hay que tener en cuenta. SI se paga una entrada para ver Godzilla vs. Kong, pues uno ya sabe qué es lo que va a ver. Tortas como panes, destrucción por todos lados y poco sentido argumental.

Los creadores son perfectamente conscientes de ello y, tal como ocurría en sus anteriores entregas, los mejores actores son, con diferencia, Godzilla y Kong. Puede que no hagan más que gruñir, pero son los que mejor transmiten emociones al espectador. Uno, repleto de majestuosisdad y podería, mientras que el otro transmite una inesperada aura de sabiduría y dignidad. Del resto del elenco humano, están porque deben estar, pues necesitamos de ellos para contar la historia, o así. La única que destaca (y no mucho) es Millie Bobbie Brown, que aprovecha su papel en la serie más extraña para acumular papeles en la pantalla grande. Ninguno de los otros parece hacer más esfuerzo para que parezca que están haciendo algo más que esperar a su cheque, así que…


Lo más importante es que los creadores son conscientes (como en anteriores entregas) que la historia que tienen entre manos es una patata, sólo sostenida por  las ostias monstruosas de las que somos testigos. Corrigen entonces las ínfulas filosóficas que tenían las otras entregas sobre la relación humano-monstruo (naturaleza) y abraza la serie B supervitaminada (¿este concepto no sería un oxímoron en sí mismo?) con poca vergüenza y mucha simpatía. Así, tenemos un producto de entretenimiento puro que es bien consciente de ello, por lo que se dedica a ofrecernos otra entrega de Pacific Rim cambiando dos cositas.

Y ahí sí que da el do de pecho. Mola ver a los monstruacos arrearse toñas monumentales. Las peleas están muy bien diseñadas para que cada toñarro desborde fuerza, sin que pierdas la idea de lo que está ocurriendo en ningún momento. No se cortan a la hora de destruir media ciudad si la ocasión lo requiere, arrasando con unos cuantos millones de vidas humanas en el proceso. Lo dicho, unos efectos especiales apabullantes, pensados para ofrecer un torrente de tortazos molones entre monstruos gigantes, con un resultado decididamente efectivo.

Al entretenerse (un poco) menos en los problemas de los humanos, la película reduce ligeramente su longitud, apenas arañando las dos horas. No se deja nada que contar ni contiene apenas escenas pensadas para rellenar montaje. Todo está pensado para llegar a algún lugar (ejem) lógico argumentalmente, e incluso las coreografías de lucha dan sensación de progresión, sin alargar innecesariamente ninguna ronda de tortazos para mayor gloria del CGI. Así, el ritmo está bien escogido, sin llegar a aturullar ni tener valles que den pie al aburrimiento.

Claro está que las tramas “humanas” están porque deben estar. La trama de Bobbie Brown y su amigo podcaster es un despropósito tan grande que se me hace entrañable, provocando mis risas cada vez que conseguían colarse en recintos ultrasecretos de seguridad impenetrable de maneras cada vez más patilleras y descacharrantes. A pesar de su funcionalidad, la trama contiene un par de hallazgos interesantes, como el uso de la calavera de Ghidorah como si se tratara de un EVA con esteroides. La presencia de MechaGodzilla no debería pillar de sorpresa a ningún conocedor de los kaijus, pues es el único enemigo que quedaba sin usar, pero me agrada la desvergüenza a la hora de  usar una compañía farmacéutica malvada como creadores del monstruo para luchas contra Godzilla y asegurar la paz mundial (sale mal). El tropo lo habremos visto mil veces, pero jroñe, lo hacen con gracia.

Sorprende que una cantidad tan grande de decisiones buenas y una puesta en escena con tanta personalidad venga de un director sin apenas experiencia, con el remake de Death Note como único proyecto destacable, Adam Windgard aquí su mejor trabajo. Lo que fácilmente podría haber sido un refrito de Transformers se transforma en un producto palomitero perfectamente funcional.

Coge la imaginería del universo compartido que se está creando, percibiéndose un esfuerzo para ampliar el trasfondo cuadrando los detalles. Se mantiene la coherencia, consiguiendo que este despropósito conceptual funcione aceptablemente. Si lo que quieres ver es monstruos gigantes dándose tortazos, aquí los vas a tener, a lo grande, proporcionando la mayor diversión de toda su saga (lo que tampoco era demasiado difícil).


Godzilla vs. Kong  es una gargantuesca montaña de fuegos artificiales de duración muy ajustada. Sin ninguna intención de complicarse la vida, se trata de una película para pasárselo bien apagando el cerebro y disfrutando de sus efectos especiales. Plana como una hoja de papel, pero con gusto por la diversión. Aquí vas a tener destrucción, gruñidos y llaves de judo gigantescas que, a veces, es justo lo que uno desea ver.

Nota: 5

Nota filmaffinity: 5.3 

domingo, 19 de junio de 2022

Mulán

A lo largo de estos últimos años he repetido bastantes veces la pereza que me producen las propuestas de live action de los clásicos Disney que nos están llegando. Cuando llegó, Mulán, pues otro bostezo. Con el lío que hicieron de estar por 20€ en su plataforma (además del abono estándar), menos ganas tenía. Y además, habían quitado a Mushu, el mejor personaje de la película, pues como que no me iba a meter gratamente.

Un tiempo después, pues como pasan con estas cosas, acaba cayendo. La historia, obviamente, no ha cambiado mucho. Tenemos a Mulán como una acróbata prodigiosa que se hará pasar por hombre para ocupar el lugar de su viejo padre como soldado del Emperador. Como no puede ser de otra manera, rápidamente se convierte en la élite del ejército, lo que hará que sea mucho más difícil disimular su condición femenina mientras procura el bienestar de su señor.

Lo que sí que hay que reconocerle es que no se han dedicado a rodar una versión calcada con mucho ordenador, como ocurría con El libro de la selva o El Rey León, no. Respetando el argumento, han cambiado la película de género y ofrece una experiencia muy diferente a lo que esperaba. Así pues, se separan de la comedia de aventuras con cancioncitas por medio que conocíamos para darnos una Wuxia bastante canónica. Es decir, una de artes marciales voladoras con todo el flipe místico que uno quiera gastar. En este caso, al tener detrás todo el músculo de Disney, se goza del presupuesto necesario para rodar coreografías bastante espectaculares con las que quedarse bien a gusto. Cualquiera que se esperara una obra continuista con la película de 1998 se llevaría un buen chasco.

Aunque fuera el mejor personaje de la película original, entiendo que quitaran a Mushu si querían hacer un cambio de tono tan radical como el que nos ofrecen aquí. No hay apenas humor en la película, además del esfuerzo extra que requeriría animarlo. Por tanto, es lógico que lo hayan cambiado, y claro, es lógico que los fans se hayan enfadado, cómo no.

Una cosa que siempre he destacado de estas películas (lo único que me suele gustar de ellas, la verdad) es su atractiva parte visual. El personal técnico que hay detrás de la obra tiene cariño al material original, ganas de hacer las cosas bien y todo el talento que el dinero puede comprar. Así pues, no es de extrañar que se pueda gozar de una gran fotografía de las montañas y palacios chinos, con un vestuario majestuoso con el que uno puede entretenerse con ganas. Las coreografías de tortas destacan por su imaginación y buen hacer, especialmente resultonas incluso cuando hay personajes virtuales implicados, que se hayan hábilmente introducidos en la acción. No en vano se llevó un par de nominaciones a los Oscars en estos apartados (Vestuario y efectos), perdiendo ante La Madre del Blues y Tenet, respectivamente.

Lo que no cuadra con este despliegue técnico es que se confiase el proyecto a una directora con tan poco bagaje en grandes superproducciones como Niki Caro, que nunca se había visto en una de estas. Esta creadora neozelandesa había gozado de un par de buenos títulos en su juventud, donde había muestras de talento, pero posteriormente entró dentro de la maquinaria de Disney, rodando capítulos y capítulos de sus series menores (lo más destacable es el remake de Anne, que tampoco es decir mucho). Supongo que al ser una película de estudio, se contara con personal de la casa que iba a poner pocos problemas a las decisiones ejecutivas que se tomaran para con la película.

No hay, entonces, un especial esfuerzo en sacar actuaciones competentes de su elenco actoral. Si bien cumplen con lo que se les pide, tampoco están más allá del “correcto”. Como mucho se podría destacar a la protagonista Liu Yifei, que realiza un gran esfuerzo físico para dar vida a las abundantes peleas que jalonan todo el metraje.

El mayor problema del film es que, quitadas las tortas, la película no tiene gran cosa que contar. El guión despide un enorme aroma a “ya visto” que no se esfuerza a eliminar en ningún momento. Avanza a base de casualidades y la voluntad del guionista para que todo ocurra de la manera esperada, volviéndose bastante predecible y aburrida.

Puede que la historia del mito se acerque más a esta versión que a la de 1998 (la verdad es que sí), pero se pierde mucha gracia e interés en el camino. Los personajes apenas tienen carisma, la trama no destaca por su profundidad y las tortas no salvan el conjunto. Con Mushu la cosa era bastante más divertida y disfrutable, pero esto no impide que esta versión de Mulan presente una propuesta consistente, hecha con ganas de hacer un trabajo correcto técnicamente, no una película puramente (ejem) digestiva. Muy fácilmente podría haber salido algo mucho, mucho peor. Aunque bueno, la película original es tan querida que más de uno y más de dos se ofenderá con esta nueva entrega.

Que alguna que otra película de este nicho haya salido decente no cambiará mi perspectiva sobre estas propuestas, que tiendo a ignorar sin aspavientos. Por lo menos es un trabajo digno, que hemos visto cositas bastante avergonzantes por aquí.

Lo mejor de la película: las tortas, con diferencia. Una vez al músculo técnico de Disney se nota en una fastuosa puesta en escena que hacen de este Wuxia un espectáculo bonito de ver, pero no consigue entretener demasiado ni dejar ningún tipo de poso. Por ejemplo, Tigre y dragón o La casa de las dagas voladoras son propuestas más interesantes dentro del género.

 

Nota: 5

Nota filmaffinity: 5.0 

domingo, 5 de junio de 2022

Airbag

Uno de estos días en el trabajo que te recuerdan una de las gamberradas más gratuitas que vimos en los cines españoles por los 90. Dentro de su zafiedad, guardaba una cantidad de chistacos tan grande que, al final, le acababas cogiendo cariño.

La propuesta echa para atrás, así de entrada: En plena despedida de soltero (muy cutre y castiza), el novio pierde el anillo dentro del trasero de una de las prostitutas. Cuando el grupete de descerebrados se da cuenta, con todo el resacón encima, deberán empezar una ruta “épica” por todos los puticlubs de la franquicia para recuperar el anillo. En su estupidez, se meterán en el camino de unos narcos de profesionalidad impagable, una infiltración policial y unas prostitutas que saben mucho más de lo que dicen.

Dentro de su delirio y su mal gusto, Airbag es una película que destaca por su imaginación y su capacidad para salirse de los terrenos marcados, ofreciendo al espectador una sorpresa continua. Su desarrollo argumental ofrece un engendro asombroso imposible de predecir ante el que no se puede permanecer impasible. No importa mucho su flexible (ejem) coherencia, las toneladas de mal gusto que contiene o la cantidad de bastardadas que contiene, pero es que te tira las memeces a tal velocidad, los giros de guión son tan ingeniosos y los diálogos afinan tan bien, que las carcajadas están aseguradas. Bueno, siempre y cuando tu nivel de vergüenza ajena no se vea especialmente afectado ni que alguna flipada se pase de la raya (jé) y te saque de la película.


El humor está por encima de todo. Es zafio, grosero y desagrable, pero despliega situaciones con tal nivel de ingenio que no hay más remedio que felicitar. Es una gamberrada muy hija de su tiempo, con muchas tetas gratuitas en pantalla y un montón de estupideces sonrojantes, pero claro, luego tiene tantas escenas que siguen siendo carne de meme, incluso 30 años después. No dejo de alucinar con la osadía del director –que tampoco hizo mucha cosa más de provecho- para parir este engendro tronchante que no deja títere con cabeza. Un desmadre que se mete con todos de la manera más bestias.

Hay quién diría que es una actualización muy particular del esperpento berlanguiano, abusando de tópicos muy reconocibles con lo peor de cada casa, pero mezclando enredos sobre enredos, prostitutas de muy diverso pelaje, guardiaciviles no muy avispados, narcotraficantes de gustos extraños y profesionalidad discutible y pijos descerebrados que no viven más allá de la siguiente juerga: Una mezcla de tradición, costumbrismo y modernidad de lo más explosiva.



Es una de las ventajas (y defectos) de contar con Juanma Bajo Ulloa tras las cámaras, un director irregular que, ante todo, sabe ser inclasificable. Tocado aquí por una inspiración que no volvió a tener, tiene la suerte de que lo más granado del cine español de la época decidió pasarse a dar lustre a cada línea de papel que se les da. No es que los protagonistas (Karra Elejalde, Guillén-Cuervo y Alberto SanJuan) estén bien, que lo están, es que el elenco de secundarios que roban la escena en la que aparecen es de bandera: Los Bardem, Karlos Arguiñano, Rosa María Sardá, Santiago Segura, Maria de Medeiros, Albert Pla… La lista es sorprendentemente grande, con un meme que sigue vigente  (ejem) para cada uno. Y reinando por encima de todos ellos, el sicario más genial de la historia del cine español: el Pazos de Manuel Manquiña. Insuperable y sobretodo, profesional, muy profesional.

Y si no es el inefable Pazos (Aquí va a haber hondonadas de ostias), es toda la escena de la Tortilla Rusa (cuanta imaginación) o el juego que dan los Airbags en la película (que el título viene de algún sitio, oiga). Lo dicho, el bombardeo de humor salvaje te agarra y no te suelta en esta suerte de Aterriza como puedas castizo que usa y abusa de la mejor (peor) manera todos los topicazos que gastamos en nuestra sociedad, no siempre igual de la que veríamos en las propuestas yanquis.


Si bien no es para todos los públicos ni todos los paladares, Airbag es una gamberrada de desternillantes resultados a la que te pille con el ánimo adecuado. Una trama delirante que aprovecha para proceder a un bombardeo de gags groseramente tronchantes se complementa con un elenco de bandera que se toma en serio unos personajes absurdos y convierte cada escena en un locurón divertidísimo.

Nota: 8

Nota filmaffinity: 6.6

  

viernes, 3 de junio de 2022

Siega (Neal Shusterman)

De vez en cuando te bombardean desde muchos lados para que dejes lo que estás haciendo y te pongas con un libro concreto. Esta trilogía venía recomendadísima por mucha gente y Alies fue tan amable de proporcionármela. No haremos el feo de no leerla entonces.

Título: Siega

Autor: Neal Shusterman

Título original: Scythe

Traducción: Pilar Ramírez Tello

“Antes, las personas morían por causas naturales. Existían asesinos invisibles llamados enfermedades, el envejecimiento era irreversible y se producían accidentes de los que no se podía regresar.

Ahora, todo eso ha quedado atrás y sólo perdura una verdad muy simple: la gente tiene que morir.

Y esa es la tarea de los segadores. Porque en un futuro donde la humanidad controla la muerte, ¿Quién decide cuándo y cómo sembrarla?

Citra y Rowan acaban de ser seleccionados como aprendices de segadores. ¿Su objetivo? Superar las pruebas de su mentor, sean las que sean.

Aunque en el proceso renuncien a todo lo que les hace humanos.”

Así pues, estamos en un futuro en que todo ha ido razonablemente bien. La ciencia ha avanzado suficientemente bien como para poder evitar enfermar, resolver cualquier problema que tengamos e incluso haber vencido a la muerte. ¿Qué problema hay? Pues que, si no muere la gente, tenemos sobrepoblación. Y en este mundo han tomado la decisión de crear a los segadores, que se ocuparán de hacer una criba anual y así mantener la población bajo control. La premisa es interesante, especialmente cuando se te plantea que, al no tener desafíos, la vida para mucha gente no tiene especial gracia. Puedes hacer lo que quieras cuando quieras y, encima, no puedes morir. ¿Para qué esforzarse en hacer las cosas? Si ya se ha llegado a la perfección social, ¿Qué sentido tiene intentar mejorar lo inmejorable? Es realmente sugerente, pero tengo el problema de haber leído hace nada Carbono modificado, que plantea el mismo problema, pero con más sustancia, lo que empobrece (un poquito nada más) el efecto.


Por medio de la formación de un nuevo par de segadores se nos cuenta el funcionamiento de esta curiosa manera de controlar la población total del mundo. El tono está dentro del Young adult tan en boga estos últimos años, con la salvedad de que estamos en una utopía en vez de en una distopía esta vez. No tenemos alguien que se rebela contra un mundo injusto o post-apocalíptico, sino que el mundo va bien, a pesar de “algunos problemillas” en los que los protagonistas se ven implicados. La prosa de Shusterman es fácil, agradable de leer, describiendo con acierto los ambientes y la acción. Mantiene en todo momento un tono aséptico, muy blanco y aparentemente inofensivo, a pesar de que no escatima en detalles para hacernos saber que las cabezas empiezan a volar o los intestinos cuelgan de aquí o allá, lo que a veces puede provocar un efecto muy chocante, obligándote a leer un par de veces algún párrafo para estar seguros de que no nos hemos equivocado al ver a alguien partido en dos por un hacha (o así).

El mundo que se despliega tiene mucha miga, pues tal como ocurre con el mundo mágico de Harry Potter, sus defectos de lógica no impiden que mole a tope, encontrando soluciones imaginativas muy bien encontradas por todos lados. Especialmente lograda es la creación de los segadores. La reacción de la gente ante su presencia cubre todo el abanico que pudiéramos prever (y alguna más): terror, admiración, envidia, etc. Asimismo, también las diferencias de criterio y sobre qué significa ser un segador para unos y otros. 


Pongámonos en materia: para el Segador Faraday, cada muerte que provoca es una muesca en su alma. No le gusta su trabajo, aunque se le da bien y es consciente de su necesidad. Para él, matar es un deber. De entre todas las posibilidades, intenta buscar aquellas que afecten al menor número de gente, priorizando los que no tienen una especial ansia de vivir, jugando con las estadísticas para ser lo más equitativo posible y acabando con las vidas de manera rápida e indolora, sin complicaciones innecesarias, teniendo en todo momento piedad y cariño con aquellas vidas que arrebata. Para muchos, es un faro de inspiración que usar para ser mejores.

El Segador Goddard es todo lo contrario. Para él, su trabajo es un placer, disfrutando del poder absoluto que supone jugar con la vida de los demás. Mata a discreción, con una aleatoriedad que depende del viento con que se levante, las ganas que tenga de mancharse las manos o lo aburrido que esté en ese momento. Una vida de más o de menos no tiene especial importancia, por lo que siempre se está quejando de que las pocas oportunidades que tiene para “trabajar”. Es especialmente famoso por lo bien que desempeña su oficio, siempre presto a encontrar nuevas e innovadoras maneras de acabar con las vidas ajenas. Tiene una gran cantidad de admiradores, pues pone una gran pasión por lo que hace y tiene un gran sentido del espectáculo sin por ello dejar de cumplir eficazmente con su tarea.

Por su parte, la Segadora Curie es una referencia a la hora de añadir pompa y boato al acto de matar. Para ella, su trabajo es un honor que, aunque desagradable, hay que realizar con devoción, siguiendo todos los rituales y tradiciones que merece. Se ha labrado una reputación de implacable, con la venia de la experiencia y un trabajo bien hecho a lo largo de muchos, muchos años. La llamada “Gran Dama de la Muerte” estuvo en los momentos que hicieron historia, tomando según muchos, la decisión correcta que convirtió este mundo en el que es.


Tres maneras muy diferentes de ver el trabajo de Segador, pero no las únicas, pues a lo largo del libro se nos irán mostrando las peculiaridades de unos y otros, mostrando que lo único inevitable es la muerte, aunque cada uno lo lleve a su manera.

No obstante, la historia no se nos cuenta desde el punto de vista de los segadores, sino de dos alumnos de segador. Los capítulos salten entre Citra Terranova y Rowan Damisch. Cada uno de ellos tiene su historia y sus motivos (o no) para convertirse en segador. Sin embargo, sus personajes son los más planos de la historia, desarrollando ampliamente a los secundarios, pero sin aportar un especial carisma a los protagonistas. Además, el inevitable romance es bastante gratuito, quedando fuera de lugar entre tantas cosas bien hechas. Ambos parecen cortados por el mismo patrón: inteligentes, íntegros, decididos a hacer las cosas bien, aunque no les acabe de gustar mucho la idea de convertirse en segadores (pero bueno, peor es morirse).

Lo que sí tiene es una trama que va como un tiro. Presenta el mundo sin entorpecer el avance del argumento, con giros bien medidos que saben sorprender. Mantiene una tensión bien encontrada y sabe volverse bruta y llenarse de acción cuando conviene. A la que te paras a pensar sobre algunos temas, la lógica chirría un poquito, pero la lectura es un festival de diversión. Como se suele hacer en estos casos, descubrimos el mundo a medida que sus protagonistas hacen lo propio, pero en este caso no se siente impostado, sino que se introduce cada aspecto con fluidez, integrado dentro de una trama viciante y entretenida.

Además, se permite unos cuantos hallazgos llenos de ingenio, como el momento “balón de playa”, simplemente magnífico (cuando lo leáis, ya me diréis). Otro detalle muy gracioso es que cada capítulo viene introducido por una página en negro (con las letras blancas) que introduce una página perteneciente al diario de un segador. De esta manera se te dan pequeñas pildoritas de trasfondo, añadiendo la cantidad exacta para que te puedas flipar intentando rellenar los huecos que faltan. Al principio choca bastante, pero luego se agradecen mucho estos inusuales interludios.

Al final lo que tenemos es un divertimento de primera. Se presta rápido a ser devorado con una trama inteligente, con mucha chicha, bien capaz de emocionar. Falla al tener unos protagonistas muy sosetes y un romance que no viene a cuento, pero lo compensa con un buen mundo, una historia interesante y unas cuestiones éticas bien metidas. Cuando ya estábamos hartos de distopías juveniles, van y nos sorprenden con una utopía la mar de curiosa. Este libro casi se bebe, muy recomendable para pasar un buen rato.

 

Nota: 8

Nota goodreads: 4.32/5

 

miércoles, 1 de junio de 2022

Raya y el último dragón

Como fiel Cinéfago de las películas de animación, no puedo evitar estar atento a las nuevas propuestas del principal proveedor de films animados del mundo, los estudios Disney. Esto de tener sobrinas a las que poner películas de vez en cuando es lo que tiene, que no se dejan pasar ni una de éstas.

Al principio había cuatro naciones, pero nadie pudo prever el ataque de la Nación del Fuego y… bueno, esto no es Avatar: la leyenda de Aang, pero casi. El planteamiento inicial es tan calcado que hace sospechar un poco de dónde ha salido la inspiración. Por suerte (o no), el desarrollo luego transita por otras veredas. Pongámonos en situación, en este mundo (Kumandra) convivían humanos y dragones. Cuando el mal llegó, las naciones entraron en guerra y sólo el sacrificio de los dragones permitió la supervivencia de la humanidad. Ahora, 500 años después, el mal ha regresado y una valerosa guerrera (Raya) deberá encontrar al último dragón y salvar así al mundo. Se diferencia, pero igual no tanto, ¿no?

Lo más destacable, con diferencia, es el trabajo de animación que hay desarrollado. Con un diseño espléndidamente bello, se genera una imaginería distintiva para cada uno de los países, acercándose – como Aang – al continente asiático como fuente de inspiración. La animación fluye con gracia, generándose buenas coreografías de acción, personajes distintivos y agradando a la vista. No en vano, el proyecto está dirigido por Don Hall, quién ya dirigió Big Hero 6 y Vaiana, obras que, a su manera, funcionaron estupendamente y, sobretodo, gozaban de un acabado visual impecable que mezclaba imaginerías con decidida gracia.

Por su parte, la trama pasa por una serie de lugares comunes que, si bien entretiene, no ofrece nada especialmente nuevo, ni por concepto ni por desarrollo. No aburre, no cansa, pero se nota que transcurre por senderos especialmente trillados, volviéndose especialmente predecible a la que estés algo curtido. Como si se tratara de una película diseñada por comité, no hay apenas errores en su desarrollo pero nada arriesgado ni artísticamente novedoso en su concepción.

El esquema de personajes es el mismo de siempre visto en mil propuestas similares, con tópicos andantes para cubrir lo que no son los protagonistas. Por lo menos, se agradece la presentación de una “princesa” decididamente guerrera con todo lo que ello conlleva, sin por ello usurpar roles ajenos, ni ser un macho de curvas sugerentes. El improbable héroe secundario Mushu, este, Fujur, bueno.. Sisu, es bastante cargante en cada momento que aparece en pantalla, acercándose peligrosamente a Jar Jar. Por su parte, los villanos principales no son muy villanos, sino buenos con defectos y conflictos internos, que luego dejan de tener importancia cuando aparecen los malos malosos de verdad, para luego no ser desarrollados tampoco (los Seres Oscuros).

Como toda obra dentro del género, los chistes abundan, aunque no están especialmente inspirados, lo cual diluye todavía más el sentido de la aventura, aquí más insípida de lo que podríamos esperar. Con todo constituye una propuesta muy procedimental en su ejecución, cuyo virtuosismo en la puesta en escena no es capaz de esconder lo poco que luego tiene que ofrecer.

Es aquí cuando entra el músculo de Disney para conseguir una nominación al Oscar frente a otras propuestas de mayor calidad pero menos fama (Belle, o La Cumbre de los Dioses, por ejemplo).  Es quizás el mayor defecto de esta categoría, muy influenciado por “las películas que todo el mundo ve” frente a las que podría ver un público especializado. Por lo menos, no se llevó el premio gordo, pues hubiera sido la propuesta más floja en conseguirlo.


Raya y el último dragón es una propuesta destinada a dar aventurillas y entretener a los más pequeños de la casa, vendiendo un puñado de juguetes en el camino. Su bonita paleta gráfica le da un plus al envoltorio, disimulando la falta de novedad en casi todos los demás aspectos del proyecto.  Si bien no contiene errores destacables, resulta insustancial para cualquiera que tenga un poco de experiencia en el género.

Nota: 4

Nota filmaffinity: 6.6