martes, 28 de octubre de 2014

55 días en Pekín

Abordamos uno de los mejores ejemplos de lo que supone el concepto de superproducción hollywoodiense de los sesenta (aunque se rodara en las Rozas): Cientos de extras, escenarios suntuosos, estrellas en pantalla y un gran esfuerzo de recreación histórica. Un asedio de los de verdad, como el Álamo, pero en el extremo oriente.

A finales del siglo XIX, las potencias occidentales han tomado posesión de gran cantidad de territorios del Imperio Chino. Éste mantiene la soberanía sobre su pueblo, pero los colonos hacen y deshacen a su antojo, abusando de su superioridad tecnológica. La emperatriz encabeza un gobierno títere por lo que el pueblo Chino, harto de abusos, desata una revuelta dispuesta a expulsar a todos los extranjeros del país. Todos los países con representación en las embajadas se verán obligados a olvidar sus  diferencias y colaborar entre ellos para sobrevivir en el asedio que sufre el barrio occidental de Pekín, en espera de unos refuerzos que, quizás, nunca llegarán.

Inusualmente, el rigor histórico con el que está realizada la película es de destacar, tanto en el apartado bélico como en los hechos principales y la recreación de la época.  Luego está el hecho de que el mayor estadounidense que acaba de llegar a la zona acaba siendo el comandante del ejército combinado, aunque es probablemente debido al dinero de Hollywood, que no deja de ser quién paga la película. Eso sí, me ha hecho mucha gracia comprobar que no hay apenas un personaje oriental de ojos rasgados e incluso los extras son totalmente castizos más allá de la primera fila de personas (que se repiten en cada escena). Rodar en Las Rozas tiene sus problemas, no creo que hubiera muchos chinos en la época ^^.

Hay que reconocer que al principio la película descoloca. No sabe bien con qué tipo de género quedarse y baila de lado a lado, pasando de ser una película bélica, tener detalles de romance, un poco de intrigas políticas, recordando a un western exótico… para acabar quedándose como una sólida película de aventuras de gran presupuesto.

Esta mezcla de géneros no se produce casualmente, ya que el rodaje fue tremendamente caótico, con cambios de guión casi diarios, trifulcas con las estrellas (Ava Gardner  ya tenía verdaderos problemas de alcoholismo) y un equipo de rodaje gargantuesco que exigía estar en miles de lugares a la vez. Tanta tensión unida a la disoluta vida del director derivó en un grave colapso que hizo incluso necesaria su hospitalización, obligando a sus ayudantes a acabar las últimas escenas que faltaban.

Nicholas Ray hace descansar el peso de la película acertadamente en las dos estrellas masculinas. Charlton Heston ha sido uno de los mejores machos alfa de honor intachable que podemos encontrar en el cine y el flemático David Niven encarna con mucho cinismo al embajador británico y líder del bando occidental. Se nota que hay complicidad entre ambos, con escenas y diálogos muy aprovechables que no se sostienen cuando aparecen el resto de personajes, mucho más funcionales y desdibujados, especialmente una Ava Gardner que no sabe muy bien qué hace ahí (vaya personaje más soso le toca interpretar).


El abultado presupuesto se refleja en una suntuosa puesta en escena, con unos artesanales interiores muy trabajados y una cantidad de extras nada desdeñable, además de unas escenas de acción muy bien resueltas. Aunque a veces parezca que sea un “¿Qué hacemos ahora? ¡Bah, metemos esto”, están introducidas con acierto en la historia, manteniendo un brioso ritmo que no decae una vez empieza el asedio. El conjunto presenta, obviamente, algunos fallos: es demasiado larga, con escenas abiertamente innecesarias como el baile en la embajada y tramas que no llevan a ningún lado, resueltas abruptamente (la hija mestiza y todo lo relacionado con la baronesa).

No es una pel·lícula con tela que cortar, es muy de “encargo”. Contiene una historia simple pero bien contada y parece no buscar otra cosa que entretener, lo que consigue una vez pasada una primera parte algo errática. El tortazo que se pegó en las taquillas unido a la hospitalización del director provocó que fuera la última película “grande” que rodara.

Nota: 6
Nota filmaffinity: 7.1


Publicada previamente en Cinéfagos Aquí

domingo, 26 de octubre de 2014

Los Mercenarios 3

¡Los Mercenarios han vuelto! ¡Y la lista de nombres es más grande que nunca! ¿Acaso es que ahora falta alguien en la fiesta? Acción a la antigua usanza, humor chabacano, mucho músculo y toneladas de nostalgia. Ésta es ya la tercera vez que lo dan todo en la pantalla. ¿Estarán a la altura?




Pues la respuesta es que más o menos. Hace unos años Stallone nos sorprendió  a todos con su espectáculo pirotécnico ochentero lleno de chascarrillos. Juntó a la mayor cantidad mitos viejetes de la acción ochentera que pudo y se los llevó de fiesta a una reunión de amigos donde (seguro) se lo pasaron en grande y montaron una función muy fresca y divertida. Enternecía y divertía a todo aquel que se hubiera criado a finales de los 80/principios de los 90. Sí, las actuaciones eran muy cutres y la trama era una patata pero era una flipada de tal calibre que molaba, haciendo imposible valorarla según los cánones normales.


Si la segunda entrega se dedicó a ser un más y mejor, en esta tercera parte se han centrado en meter todos los nombres y todas las caras conocidas que han podido. Una vez conseguido que no falte nadie, acción a muerte y a correr.  En esto no nos podemos quejar, la película tiene toda la acción que uno puede desear. Es un espectáculo resultón y bien coreografiado, pero le falta esa chispa gamberra que la hacía tan disfrutable.


La historia (que nunca ha sido nada del otro mundo) abraza esta vez un tono mucho más seco y serio, abandonando la gracia autoparódica bastarda de las dos primeras entregas. Stallone se ha preocupado más en hacer todos cameos que sean necesarios antes que en presentar a los personajes (que nunca han sido muy profundos) y el resultado es que los actores hacen prácticamente de sí mismos. El engendro desborda testosterona a muerte, pero ni los nuevos fichajes acaban de tener fuerza, ni hay tiempo para que las viejas glorias se luzcan a fondo. Por ello, tenemos menos de esas bizarradas con que nos deleitaban Los Mercenarios. Y es que ver como Dolph Lundgren parte en dos a un pirata porque sí mola un puñao (¡Queremos mas!). Sólo un Banderas cargante e hilarante a partes iguales se comporta de un modo diferente, con su Legionario Español  (¡de pura cepa!) medio traumatizado medio flipado medio ostiable. Que refresque o te den ganas de tirarlo por la ventana depende del humor con que te pille, porque tiene tela.

Estoy seguro que ha sido una reunión de colegas que se lo han pasado muy bien, pero esta vez no se ha notado tanto en pantalla. Los mejores chistes pasan por burlarse de los problemas con la justicia de Wesley Snipes y por cachondearse del acento British de Statham, al que nadie entiende en medio de un mar de actores no anglosajones hablando inglés (Banderas exagerando un acento español, Chuache y su rotundidad germana, Stallone que habla lo que habla, Li con acento asiático, etc.) y no tanto por vaciladas entre los protagonistas.


Pero no nos olvidemos, los mercenarios siguen molando. Uno ya sabe a lo que va en esta película. El ejercicio de acción es impecable, la ensalada de explosiones que nos sirven es de traca y su mezcla de acción clásica brutal es marca de la casa. Te deja bien a gusto, pero la decisión que ha tomado Stallone de convertir la comedia de acción de las anteriores entregas en una película de tiros pura y dura no acaba de dar un producto tan carismático como antes.

Nota: (esta vez sí) 4
Nota filmaffinity: 5.5

Publicado previamente en cinéfagos AQUI

lunes, 20 de octubre de 2014

Guardianes de la Galaxia

A ver, que levante una mano (o una pata) el que no enarcara una ceja (siendo amables) cuando se anunció que la nueva película de Marvel iba a ser de una saga de cómics medio olvidada, protagonizada por un puñado de desharrapados espaciales sin súperpoderes. Creo que fuimos muchos los que vaticinamos que ésta sería la primera estampada que se pegara la franquicia. Obviamente no podíamos estar más equivocados.

Pero es que a medida que se iban sabiendo cosas teníamos más motivos para estar intranquilos. Ni un actor medio conocido, el director sólo había hecho películas para Troma (que vendría a ser lo contrario a lo que haría en Guardianes) y el primer tráiler a ritmo de Hooked by a feeling no invitaba a nada bueno.  Tenía toda la pinta de ser un engendro pseudogracioso sin sentido. Reconozco que fui al cine sin esperar ver gran cosa (sí, en estos casos lo mejor es no ir al cine, pero friki que es uno… las cosas de la Marvel las ve) y a los diez minutos estaba con una sonrisa de oreja a oreja viendo a Star-Lord recuperar un ídolo peruano de un templo abandonado en un planeta perdido en la jungla espacial. Uy, ¿he dicho un ídolo peruano? Era una pelota espacial, pequeña confusión con Indy… Y es que, en el fondo es lo que busca y lo que provoca que la película funcione tan bien.

Guardianes de la Galaxia se aleja suficiente del resto del Universo Marvel (aun estando dentro de él) para que el director pueda crear su imaginería con total libertad respetando un par de cosas y contando con la experiencia y los medios de la Marvel detrás. Y eso para crear algo nuevo pero reconocible da para mucho, nos transporta por él de una manera tan natural que no necesita darnos grandes explicaciones para que enseguida nos habituemos. El argumento es quizás lo de menos, pues reúne acertadamente a un grupo de granujas de buen corazón que se dedican a saquear objetos antiguos pero que a la hora de la verdad harán lo que sea necesario para salvar el día. Por medio, un par de malos malotes, peleas divertidas, humor con un punto socarrón, un par de idas de olla, clase, mucha clase y toneladas de nostalgia ochentera.

Pero ojo, nada de guiños ni de imitaciones baratas. Nostalgia que parte desde el amor y el cariño. Star-Lord consigue convertirse en el aventurero espacial que todo niño de ocho años quiere ser, o el que todo humano que tuvo ocho años quiso ser. Es Han Solo, es Indiana Jones, es Marty McFly, es uno de los Goonies, es Jack Burton, es John Chrichton… Y lo es con bajo un apodo rimbombante y escuchando la música de su viejo walkman (que no deja de ser su último vínculo con la Tierra).
Esta música de walkman está llena de los temazos más pegadizos e icónicos de su época, ayudando a tocar las teclas para que los adultos disfrutemos como enanos. Una música sorprendentemente bien aprovechada e introducida dentro de la película, pues en muchos casos sólo la escuchamos cuando Star-Lord la está escuchando y tiene los auriculares puestos, dando lugar a escenas tan particulares como el baile con Gamora.

Y no me olvido de la absurda aleatoriedad de Rocket Racoon, de las capacidades comunicativas de (I am) Groot o de la Pratchettiana literalidad de Drax que no dejan de complementar y de añadir buenos chistes a una película que  me dejó con ganas de volver al cine a empezarla de nuevo y volver a pasar dos horas alocadamente divertidas porque sí. ¡Si hasta un secundario que apenas sale como (el padrastro) mola un puñao! La capacidad de la película de reírse de sí misma es todo un gustazo. No dejo de pensar que es lo que La amenaza Fantasma debería haber sido. Les ha salido tan redonda por sí sola que no se si quiero que añadan secuelas (aunque sabemos que después de Los Vengadores 2, viene la segunda parte). Por lo que a mí respecta, que Marvel siga haciendo películas así de redondas en su Universo.

Sigue punto por punto el esquema de una película de aventuras, con todos los giros aprovechados en su justa medida. No tiene pretensiones metalingüísticas ni ambiciones especialmente revolucionarias. Va en busca de la diversión pura y sin adulterar. Y mola. Lo que admiro de este film es su imposible equilibrio entre un tono cómico nada trascendente, la estética Kitsch, las aventuras de toda la vida, personajes extremos en su intento de originalidad y la capacidad de ser previsible y sorprendente a la vez. Es una versión hipervitaminada de la olvidada Firefly mezclado con el frikismo lúdico de Doctor Who.
Es una película rarísima, que funciona muy bien de principio a fin casi de milagro.


Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.2


PD: No creí que una película dentro de la franquicia pudiera desbancar a Los Vengadores en cuando a diversión pura, pero ésta lo hace con creces. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Rebelde sin Causa

Ésta es una de las películas más conocidas e icónicas de la historia. Ya sea solo por James Dean y su chaqueta roja, ha pasado a la historia e, incluso los menos afines a la gran pantalla saben de su existencia. “¿Rebelde sin causa? Ah, si, me suena... No la he visto pero dicen que es buena...”

Inicio de la película: Tres jóvenes pasan la noche en la comisaría. Se sienten rechazados y extraños en sus familias y reaccionan rebelándose y (a la manera de la época) liándola parda. ¿Contra qué se quejan? Contra nada, contra todo… Las nuevas generaciones de jóvenes estadounidesnes (de la época) sienten que sus padres representan unas ideas caducas, que ya no sirven en esta sociedad “moderna” y necesitan romper con lo establecido, aunque sea corriendo riesgos sin sentido y dedicarse, simplemente, a molestar.



Cada uno de los tres jóvenes que protagonizan el film arrastra una historia diferente que lo convierte en un desarraigado. Jim se acaba de mudarse a la ciudad con su familia. No sabemos qué ocurrió, pero parece que metió la pata hasta el fondo y la familia tuvo que trasladarse “con cierta urgencia”. Judy sufre ante un padre opresivo que ni la comprende ni se esfuerza en entenderla. Y finalmente Platón, que languidece en soledad, con unos padres ausentes que envían dinero de vez en cuando y una criada negra que lo adora, pero que no puede sustituir a sus progenitores.

Aparentemente son tres chicos normales, que tienen una la vida más o menos arreglada y viven en familias acomodadas, sin penurias ni otras preocupaciones que disfrutar de la vida. Pero como fiel reflejo de los jóvenes de la época, viven al día, metiéndose en líos bastante más grandes de lo que pueden manejar, sin una referencia, sin una figura paterna a la que aferrarse y a la que seguir.



Jóvenes incomprendidos, en apuros, que gritan asustados pidiendo ayuda. Jim, con su espectacular habilidad para meterse en líos, desea que su padre deje de ser el criado cobarde y servicial de su madre, “sea un hombre” y le ayude en su difícil trance (deliciosa la escena del delantal). Judy se ha criado con un padre autoritario al que no soporta, huye de él y parece buscar refugio juntándose con los malotes del barrio y el pobre Platón no sabe qué hace con su vida. Se odia a sí mismo, odia a los demás y busca desesperadamente alguien con quien estar, alguien a quién apreciar, alguien que le aprecie, un simple referente para que así su vida tenga un mínimo de sentido.

La disección de los personajes que realiza Nicholas Ray en este film es notable, ayudado por un gran elenco de actores que realizan un buen trabajo. James Dean emana carisma, su antihéroe de buen corazón desborda energía y empatía, convirtiéndose al instante en un icono de una época, en el joven que todos, en algún momento de nuestras vidas hemos sido. Natalie Wood está resplandeciente, intensa, apasionada y con una habilidad especial para exteriorizar tanto la desdicha como la coquetería sin dejar de ser creíble. Sal Mineo, por su parte, sorprende con un papel lleno de complejidad y ternura, cargante y adorable a partes iguales.

Si bien es verdad que el director se toma su rato para presentar a los tres personajes, pronto los enfrenta a una sociedad hostil pero reconocible y cercana, unas reglas y un modo de comportarse que todos conocemos y hemos sufrido. Las circunstancias los ponen en una situación límite, forzándoles a actuar precipitadamente, en una última petición de ayuda y atención a unos adultos que no comprenden que les ocurre. No hay buenos ni malos en esta película, sólo gente que se quiere e intenta vivir, pero que no sabe cómo hacerlo sin causar daño a los demás.


No sé hasta que punto la película pretendía no sólo reflejar la problemática social de la época sino también alertar a los padres de que “escuchas noticias sobre estas cosas, pero siempre crees que les pasa a otros y no a tu familia” (sic), para así fomentar cierta relación social y prevenir estos casos. Sea cual fuere su intención, “Rebelde sin causa” encumbró a la figura del rebelde James Dean, que se convirtió en un modelo de conducta para una juventud deslumbrada por su actitud desarraigada y temeraria, así como por su estética (camiseta blanca, tejanos y chaqueta roja, laca en el tupé y cigarro en los labios). La trágica muerte del protagonista, poco antes del estreno de la película, acabó de darle el halo de romántica “trascendencia” al film. Sin este halo la película no habría tenido (probablemente) el misticismo que ha arrastrado todos estos años y que la ha hecho tan conocida. Sería “simplemente” un gran drama y un gran reflejo de un momento vital en la evolución de la sociedad de los Estados Unidos.

Además de una fiel adaptación de la sociedad de la época, es también un testimonio de cómo han cambiado los tiempos: los rebeldes van vestidos con camisa y corbata, los malotes llevan chaquetas de cuero y vacilan a la gente con su pandilla, pero en ningún momento insultan a ningún adulto a sus espaldas ni beben alcohol (solo leche fresca). Y es que los años pasan, y lo que entonces se entendía por rebeldía (ese Rock&Roll, ese desmadre…) provoca risas en los jóvenes de hoy en día.

Mira que chungo que soy...

Es el mayor problema al que se enfrenta la película, pues la sociedad ya no es la misma y la historia en sí ha envejecido mal. Por ello, cualquier neófito que se ponga ante ella, puede encontrarse con unos personajes con los que no se identifica, unas 24h vertiginosas en las que pasan demasiadas cosas y un James Dean que se dedica a hacer de chulillo. Claro que las películas que dicen reflejar la juventud de hoy en día se basan en amores imposibles con vampiros brillantes de por medio, por lo que no vamos a dedicarnos a comparar…

Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.1

lunes, 13 de octubre de 2014

Santa Sabbat Mártir (Dan Abnett)

Después de mi empacho de libros “emotivos” el cuerpo me pedía ir a por algo con más “marcha”. Ya que estoy repasando la saga de los Fantasmas de Gaunt, ¿que mejor que la entrega que finaliza (por segunda y no última) vez la saga?


Título: Santa Sabbat Mártir
Autor: Dan Abnett
Título Original: Saint Sabbat Martir

“Una nueva oleada de esperanza se extiende por todo el sistema Sabbat, infestado por las tropas del Caos, cuando llega la noticia de que una joven proclama ser la reencarnación de la Santa  Sabbat. A pesar de las dudas mostradas por el alto mando, la muchacha demuestra ser la inspiración perfecta para las acosadas tropas imperiales. Sin embargo, las siniestras fuerzas del Caos no subestiman esta nueva amenaza, y cuando ordenan a sus asesinos más letales acabar con ella, el Comisario Gaunt y sus hombres se convierten en su última línea de defensa.

Y por fin, apareció la Santa. A lo largo de los últimos tres libros había sido nombrada y reverenciada, como un personaje presente en la mente de los protagonistas, tenida en cuenta en todo momento pero como una metáfora, como un mito, como una promesa que nunca se ha de cumplir. Y llegó, y como no puede ser de otra manera, exige que los Fantasmas sean su escolta personal.


Tal y como hizo anteriormente en Necrópolis, Abnett cierra el arco argumental con un asedio espectacular. La acción se desarrolla en todos los frentes posibles: batallas espaciales, cuerpo a cuerpo, infiltraciones, batallas de tanques, asesinos despiadados, psíquicos… La mezcla te mantiene en vilo, saltando de un frente a otro con maestría y frescura. Tenemos de todo, con páginas y páginas repletas de acción, golpes de efecto y una ominosa sensación de despedida que no te permite parar de leer.
 Mientras que en Verghast había que defender la Colmena Vervun a cualquier precio, ¿qué hay en el planeta desértido Herodor que merezca la pena ser defendido? La Santa. ¿Es una lunática? ¿Es una maniobra publicitaria? ¿Es la reencarnación milagrosa de Sabbat? ¿Acaso eso importa? Abnett plantea un juego muy interesante sobre ello reflejado acertadamente en la falta de fe de un Gaunt que desea fervientemente que sea verdad, pero que sl mismo tiempo teme descubrir una realidad que le llene de desesperación.  Algo similar pasa con el resto de la plana mayor del ejército, que oscila entre la fe más absoluta hasta el pragmatismo más desapasionado.

El número de personajes es mayor que nunca y cada uno arrastra su historia: El Comisario Gaunt  sigue teniendo presente sus errores pasados, se siente indigno de su cargo pero siente la imperiosa necesidad de redirmise, de tener fe y de buscar la victoria. El Coronel Corbec nota cada vez más los años y las heridas. Hace todo lo posible por seguir siendo el líder de la tropa de debe ser, pero cada vez le cuesta más mantener el ritmo. El Sargento Soric empieza a tener problemas para controlar su suerte “excesiva” y se empieza a convertir en un peligro para sí mismo y su tropa. El “amor” entre el francotirador Larkin y el desquiciado Cuu  llega a niveles sorprendentes, sin olvidarnos tampoco de Criid  y sus dificultades para lidiar con la condición de Kolea. Hay muchos y cada uno de los muchos personajes que hemos ido conociendo a lo largo de los seis libros anteriores arrastra una historia que Abnett se asegura de cerrar satisfactoriamente. Se suponía que iba a ser el último libro de la saga y el autor trabajó a fondo para dar a todo el mundo su momento de gloria. No se olvida de nadie y permite que nos despidamos de ellos con alegría y dolor.

La historia nos presenta la batalla en todos los frentes: desde la lucha en el espacio hasta las reuniones de la plana mayor del ejército, pasando por las tensiones entre la Guardia Imperial y los dirigentes locales, los intentos de mantener la moral ante lo que parece una derrota segura, y la presencia de unos asesinos de élite infiltrados para acabar con la Santa. El estilo ágil, la variedad de frentes y la coralidad de la acción que son característicos de la saga no nos abandonan, haciendo que las páginas pasen como nada, mientras disfrutamos de una historia épica y vibrante. El equilibrio de las diversas tramas convierte al libro en un entretenimiento de primera fila. Acción a raudales, tensión en los momentos apropiados, escenas potentes con ganas, personajes carismáticos y un irresistible gusto por la aventura pura y dura. Simplemente mola.

Todo el que ha sido fiel y ha llegado hasta aquí tras los seis libros anteriores se puede preparar para disfrutar de la mejor manera. Toda la epicidad y la acción que uno puede esperar de Abnett se haya condensada en uno de los mejores libros de la franquicia. Un premio y un placer para los aficionados de una saga que se despide de la mejor manera (aunque luego reabrieran la historia).

Nota: 10
Nota anobii: 4.5/5

martes, 7 de octubre de 2014

El gran Gatsby

Dentro de las películas recientes no recuerdo muchas que causaran reacciones más polarizadas del espectador. O “es una pasada” o “es la mayor bazofia que te puedes encontrar”, pocos a mi alrededor se alejaron de esto. Mejor o peor, está claro que no es de las películas que deja a uno indiferente.

La película empieza siendo de lo más sugerente. En los extravagantes años 20, los ricachones de Nueva York viven rodeados de opulencia, disfrutando de excesos en fiestas interminables. Entre todas ellas, destaca la que organiza Gatsby, un nuevo rico de misterioso pasado del que nadie sabe nada. Su nombre se susurra en los rincones, ¿De dónde sacó su dinero? ¿Quién es? Gatsby, Gatsby… Sus despilfarros superan cualquier extravagancia, convirtiendo sus orígenes en algo legendario, casi místico…
Siguiendo los ojos de un joven escritor con ínfulas, nos convertimos en testigos de excepción de las delirantes celebraciones y las hipócritas relaciones que en ellas se establecen. Por casualidad, en el momento más inesperado, encontramos al animal mitológico, al Gran Gatsby. El pobre escritorzuelo se convertirá en complice y conocedor del más oscuro de los secretos: ¿Quién es Gatsby?

Lo que es sonar, suena bien… Pero cuando es Baz Luhrmann el que mueve los hilos, la cosa cambia. Este particular realizador australiano se caracteriza por su grandilocuencia innecesaria, su tendencia a la saturación colorista, las lagunas narrativas, su gusto por los anacronismos y una puesta en escena extravagante y teatral. Cualquiera con un mínimo de memoria es capaz de reconocer su estilo a los tres segundos de ver alguna de sus películas (Romeo+Julieta, Australia, Moulin Rouge). Sabiendo de qué pie cojea este autor es fácil imaginar que la película se va a centrar mucho más en mostrarnos las pomposas y artificiosas bacanales de los ricachones del momento que en la carga dramática que contienen las renuncias que hace Gatsby para ascender a la riqueza. Mucha gente tiene sus películas entre sus favoritas. No le vamos a negar su capacidad para fascinar, para mostrarte un espectáculo lleno de luces y colores diferente a casi cualquier otra cosa que puedas encontrar pero que a mí me satura pasados los cinco primeros minutos.

Los excesos se disparan por doquier, pues Luhrmann convierte los años 20 en un paraíso del hip hop, en una suerte de opera pasada de vueltas donde se olvida que tiene a unos personajes y una historia que ha prometido contar. El inicio evocador “Gatsby… Gatsby…” lleva a la nada. Pasados tres minutos, conocer a Gatsby no tiene la más mínima gracia y la reiteración de las juergas en un Pachá de época no ayuda precisamente a coger el interés. A este director siempre le ha gustado contar cosas simples de la manera más rebuscada posible. A veces queda bien (Moulin Rouge), en otras, el resultado es mejorable. El desparrame que realiza en este caso es de época.

Los actores bastante hacen con aparentar estar cómodos rodeados de pantalla verde, intentando actuar en medio del particular estilismo del director. Di Caprio, Maguire, Mulligan… se encuentran con personajes etéreos, desvaídos y veleidosos, con personalidades poco definidas y, en algunos casos, bastante irritantes.

Luhrmann ha encontrado su fórmula para hacer películas, mantiene sus constantes estéticas y abusa de ella todo lo que puede. Su propuesta es personalísima y mucha gente disfruta con ella, pero también provoca repulsión a otra buena parte de la audiencia. Si luego no hay una historia detrás que sustente la parafernalia, puede llegar a exasperar. Y si pasas de las dos horas más aún. Es recargada, estúpida, exagerada y aburrida. Puede ser bonita para algunos, pero para mí, sobrepasa el horterismo en muchos niveles. Y es tan romántica como el eructo de una anchoa.

Nota: 1
Nota filmaffinity: 6.2

sábado, 4 de octubre de 2014

Rome (HBO)

 Desde que llegó el boom de las series, cada temporada tenemos un nuevo puñado de series que pugnan por triunfar en las audiencias. Las productoras han visto que hay negocio y cada año echan el resto para desbancar a la competencia, otorgándonos puñados y puñados de gran cine de muchos quilates para la pequeña pantalla (como vimos hace poco en The Wire, por ejemplo). Cada pocos meses se nos acumulan toneladas y toneladas de nuevas series para ver, haciendo que esperemos con ansias semana tras semana y olvidemos aquellas que ya no están en pantalla. Series que quedan en el olvido de los años que no por ello son menos malas, como ésta de la que voy  a hablar hoy, una de las primeras joyas con que la HBO nos brindó y que hoy ha quedado casi como objeto de culto, olvidada por el gran público
.
Dentro de la gran productora de esta edad de oro de las series, se esconden series pequeñas en longitud pero grandes en contenido como la fastuosa Roma; emitida a rebufo del monstruo que fue Los Sopranoy de la redondísima A dos metros bajo tierraLa serie se gesta cuando los productores de la HBO decidieron crear una saga de series que recrearan con todo lujo de detalles momentos importantes de la historia. El objetivo era captar al espectador de la cadena de pago con presupuestos cinematográficos, historias impactantes y un entorno perfectamente reconocible. De ahí salió la idea de recrear la poderosa historia de Julio César y el germen del Imperio Romano.


 Roma nos sitúa unos años después de las guerras provocadas por el gladiador Espartaco. El glorioso general Julio ha comandado la conquista de las Galias (menos un pequeño pueblecito, ya lo sabemos) y se ha convertido en una figura prestigiosa, un ídolo del pueblo y del ejército. El gobierno comandado por Pompeyo, temeroso del poder que está acumulando Julio, le declara enemigo la República. Julio no tendrá más remedio que echar mano de su influencia para sobrevivir y convertirse en César. Lo que ocurre después ya es historia.
Teniendo en cuenta que estamos hablando de una serie de la HBO, me parece innecesario insistir en la cuidadísima y veraz reconstrucción histórica realizada. El presupuesto que manejaron fue descomunal, rondando los 100 millones de dólares para la temporada completa. Y vaya si se nota, el esfuerzo para recrear la época es espectacular: Las callejuelas llenas de vida, coloristas, con escenarios, espectáculos callejeros, identificación con las costumbres, sacrificios, ritos, creencias, grafittis callejeros; las habitaciones y demás estancias de las casas señoriales; los campamentos militares, las batallas (la formación en tortuga); el Senado, el Circo y, claro, la sangre, los golpes brutales y eficaces de los combates… Todo lo que uno se pueda imaginar. Y realizado además sin apenas CG, a base de abusar de escenarios en unos macroestudios de la Cinecitta italiana. A veces parece que sólo falta el olor (el pestazo) para sentir que estamos realmente en la Roma Imperial.

Tal como conocemos en los libros de historia (o deberíais conocer), una vez lanzados los dados y cruzado el rubicón se desata una tormenta política que amenaza con provocar una guerra civil en la República Romana.Las facciones de Pompeyo y las de Julio luchan con todas las armas posibles, cuyas argucias quedan trasladadas a la pantalla con la intensidad con que la HBO maneja las intrigas políticas. A la fuerza de la historia hay que añadir la mística y la trascendencia que alcanzan sus grandes estandartes, fantásticamente ensalzados con un casting magnífico: Julio convertido en un estadista sin escrúpulos, estratega magnífico al aprovechar las oportunidades del destino de la mejor manera; la impotencia de unos perdedores como Cicerón o Pompeyo; la curiosa moral y el talento político del jovenOctavio; el cinismo y la arrogancia de Marco Antonio; la confusión de Bruto; la ambición de Atia; las malas artes de Servilia; el hedonismo de Cleopatra… Los actores parecen escogidos para cada uno de los papeles que realizan.


Pero la HBO no se va a contentar con explicar la historia de Julio César desde el punto de vista típico de los grandes gobernantes, pues eso ya se hizo en el pasado con la estupenda Yo, Claudio. No. HBO toma prestados de la historia real al centurión Marco Lucio Voreno y al soldado raso Tito Pullo y los involucra en todas las intrigas políticas que están por desencadenarse. Es a través de ellos que seguimos las guerras por el poder, pero también la vida y las ansias del pueblo llano. La evolución de estos dos personajes a lo largo de la serie es perfectamente creíble e impactante, siendo realmente la esencia de la serie.

Es imposible no sentirse cautivados por este par de “bribones” tocados por los dioses. Y es que es difícil meterse en tal cantidad de líos (en TODOS los imaginables) y salir vivo del intento. Voreno es un centurión íntegro, honrado y valeroso, que lleva desde los catorce años en el ejército romano convirtiéndose en el mejor ejemplo posible del cumplimiento del deber. No desea otra cosa que acabar la campaña de las Galias y regresar a Roma, donde le espera su mujer y su familia. Una vez allí, comprobará que ser un soldado en momentos de paz es mucho más difícil de lo que parece, y menos con los tiempos que corren. Busca aprovechar el prestigio ganado en la batalla para convertirse en una persona pública sin por ello perder su integridad, creyendo firmemente en los valores de la República, honor, deber y respetabilidad. Obviamente sólo consigue ser manejado por unos y por otros para recibir traición tras traición.


Su contrapartida es el pendenciero Tito Pullo. De vida azarosa y enrolado a la fuerza en el ejército, hará todo lo necesario para escaquearse y evitar el trabajo duro. Es un hombre sencillo, fuerte, de modos rudos y prácticos, ideales pragmáticos y de formas directas, siempre presto a una pelea, por lo que no podrá evitarse en más líos de los que puede controlar. Rápidamente formará una extraña lealtad con Voreno, pues ambos no son más que unos violentos inadaptados que llevan el matar en la sangre y encuentran difícil el vivir pacíficamente en sociedad. Las grandes cuestiones políticas se la traen al pairo, pero sí sabe a qué es fiel. Sabe quiénes son sus amigos, cuál es su legión y quienes son los pocos a los que aprecia y que, a su manera, le aprecian un poco a él. Mezcla brutalidad e inocencia de una manera sorprendente, con todos sus defectos y crueldades inesperadas es un personaje grande en todos los sentidos.

Después de una fastuosa primera temporada dedicada a Julio César,  recibida con grandes alabanzas y convertida en un éxito para la HBO, una segunda temporada fue rápidamente confirmada, ésta vez dedicada a la figura de Octavio Augusto.

Después de la muerte de Julio César, los disturbios arrastraron al Imperio al borde de la guerra civil. Los tres grandes generales restantes se reparten el poder, la casa Julia se hunde y, mientras tanto, Octavio Augusto se comporta como el animal político que es, medrando en el caos y convirtiéndose cada vez más en una figura imprescindible para la estabilidad del Imperio. Menos sangre y más tensión hacen de esta temporada una experiencia diferente a la anterior, pero no por ello menos aprovechable.

Mientras estaba en antena, se dio luz verde a una tercera temporada, pero casi simultáneamente un incendio destruyó el noventa por ciento de los escenarios de la Cinecittá. La HBO decidió que el coste de reconstruir los escenarios iba a ser excesivo (incluso para sus cánones) por lo que se decidió rodar a toda prisa un final alternativo que cerrara la serie y así dar carpetazo por todo lo alto. Puede dejar con ganas de más, pero vaya si te deja a gusto.

Pero bueno, hoy en día pocos se acuerdan de esta pedazo de serie. Lo tiene todo para estar en el Olimpo de las grandes pero…¿Por qué una serie con tantos buenos elementos para pasar a la posteridad ha quedado relegada a los aficionados de culto? Hay varios motivos:

- Su reducida longitud: al apenas tener dos temporadas, no estuvo suficiente tiempo en antena para trascender. No tuvo ocasión de entrar en la mente de la gente, que la olvidó rápidamente.

- Se emitió justo cuando el boom de las series estaba empezando. Aunque ya había muchos fanáticos de las series, no fue hasta el desembarco de Lost y Héroes que el fenómeno se desmadró. Cuando se empezó a ver series “de verdad” Roma ya no estaba en antena y las joyitas menores de la HBO desaparecieron de las series referentes, quedándose grabadas solamente las espectaculares Los SopranosThe wire.

- Es una serie de una densidad considerable en una época en que el público no estaba acostumbrado a tramas tan retorcidas. Después de disfrutar y sufrir con Juego de Tronos Breaking Bad ya estamos más curtidos y la disfrutaríamos más, pero la avalancha de series nos impide ir a revisitar tiempos pasados.

- Ya se sabe el final de la historia. Se respeta la historia verídica, lo que no hay esa intriga para saber el final que sí encontramos en otras series. Además, el hecho de la serie no tiene ningún indicador temporal sobre el momento en que se está puede provocar algo de confusión y obliga al espectador a estar atento para poder ver cuando se desentraña cada fulcro de la trama.

Ahora en serio, si habéis acabado de ver alguna serie y hay un hueco en vuestra agenda de capítulos, no os olvidéis de uno de los primeros mastodontes de la HBO. Épica, grandilocuencia, intrigas políticas, batallas y una de las mejores parejas de bellacos que te puedes encontrar. Hay series que se disfrutan, series que se viven y series que se devoran. Ésta es una de las últimas. 22 capítulos (solamente) que te sumergen en una de las épocas más carismáticamente convulsas de la historia. No os la perdáis.



Nota: 10 Duración: 2 temporadas (1x12, 1x10 capítulos de 60min - 22horas)


Publicado previamente en Cinéfagos, aquí