viernes, 30 de diciembre de 2016

Pixels



Nada más ver el tráiler de esta película, me dije que tenía que verla. Sí, el grupete de actores es propio de comedia de humor grueso, pero había tal cantidad de frikismo encerrado en ese minuto y medio que se seguro que la película me haría gracia. Al final con la tontería se me pasó verla en el cine, pero pasó por ahí una tarde tonta y claro…

Una vez más (ejem), la tierra padece una invasión extraterrestre. En vez de naves inmensas o invasiones subrepticias, los aliens han escogido tomar la forma de videojuegos míticos de los ochenta (PacMan, Donkey Kong, Space Invaders, Paperboy…) para acabar con la humanidad. Si en Independence Day, Will Smith se convertía en el improbable encargado de dar sopas con honda a los incompetentes invasores alienígenas, en ésta, su versión arcade ochentera, Adam Sandler se convierte en el líder de los Nerds. Este experto perdedor no posee otra cualidad que la de matar a los marcianitos como nadie, convirtiendo la inmensa cantidad de horas dejadas en las añejas máquinas recreativas en el mayor valor para dar la paliza que los extraterrestres merecen.

Esta película me ha dejado una extraña mezcla de sentimientos. A ver como lo explico. Tenía claro desde un primer momento que la premisa argumental es una patata, así que mis expectativas en cuanto a calidad no eran muy altas, ni mucho menos. A pesar de ello, nada me había preparado para un desarrollo tan patillero y pasado de vueltas. No es sólo que los diálogos sean escasos o que sus personajes no brillen por su personalidad, es que la sucesión de escenas que causan vergüenza ajena es bien gordota. Como en muchas obras de Sandler, han embutido todo lo que se les ha venido a la mente y luego no han filtrado si debe estar allí. Así pues, tenemos presidentes pasteleros, charlas (des)motivadoras, un momento karaoke “inolvidable”, por no hablar de los cheats videojueguiles. En fin, una sucesión de tópicos muy manidos, cuando no estupideces directas.

El ¿trabajo? actoral tampoco ayuda demasiado. Adam Sandler sigue haciendo el papel de bobalicón simpático de los últimos veinte años (¡que mayor que empieza a estar!) que, en este caso, desborda (ejem) coherencia al lado de los descontrolados Kevin James y Josh Gad. ¡Qué ganas de atizarles en cada escena, oiga! En cuanto a los actores de verdad, cuajan actuaciones dignas de peli porno, poniendo bien rapidito la chequera, aprovechándose del tirón que generan sus papeles en otras producciones (si, Sr. Dinkale, me refiero a ti especialmente, aunque el resto no es que se lo curren mas xD).

Todos estos elementos dan pie a pensar que la película es de lo más vomitiva, ¿no? Pues no, es decididamente simpática. Aunque sus defectos son descomunales, desprende tanto amor friki que se me hace imposible no quererla. Sólo por presentar la premisa de poner en la palestra, como salvadores de la humanidad, a los frikis ochenteros, durante tantos años marginados y puteados por sus congéneres, merece mi cariño.

En ese sentido, los primeros quince minutos constituyen un sentido homenaje a la diversión de los años ochenta, sus salones recreativos y el cine familiar de esa época. Todo el que haya crecido en esos tiempos sabrá sentirse identificado. Seguro. Además, no podemos sino reconocer que las traslaciones a la “realidad” de las pantallas videojueguiles está más que lograda. El resultado de convertir Nueva York en una pantalla de PacMan (nombres y pastillas incluidos), el enfrentamiento contra Donkey Kong Jr o la descontrolada melée final contra todo bicho videojueguil imaginable es de lo más rechulón.
El humor es algo más fino (ejem) de lo habitual en las películas de Sandler, con dos o tres momentos de inspiración que casi provocan que me caiga de la silla del descojone. No obstante, no niego que en otras escenas hay ganas de tirar la televisión (o a los actores) por la ventana. Con estos actores, tampoco vamos a pedir más.

En fin, me ocurre como en Ready Player One. La propuesta está realizada con tanta nostalgia ochentera y tanto amor por los 8-bits que se me hace dificil no perdonarle todos sus errores y ver la película con cariño. Ni los actores ni la historia sobreviven al más mínimo escrutinio, los diálogos parecen escritos por besugos pero… hay tanto frikismo desbocado que he acabo viendo la película con una sonrisa de oreja a oreja. Jué, que risas. Evidentemente, si no os van los videojuegos ochenteros… ni os acerquéis.

Nota: 2 (le subo un puntito por el descojone que me ha provocado, pero que cosa más malucha!)
Nota filmaffinity: 4.7

Mención especial para los títulos de crédito del final. Un bonito demake de escenas de la película a 8bits. Supercuqui.

martes, 27 de diciembre de 2016

Draco de fuego (Nick Kyme)



Ya que recuperé El Adeptus Oscuro, continúo recuperando sagas de Warhammer que se me quedaron a medias. En este caso, vuelvo a retomar la historia de los Salamandras, continuación de la primera entrega con el mismo nombre.

Título: Draco de fuego
Autor: Nick Kyme
Título original: Fire Drake

“El capellán Elysius de los Salamandra ha sido apresado por los eldars oscuros, y los Dracos de Fuego de la 1º Compañía planean una audaz misión de rescate. Lo que está en juego es mucho más que la vida del capellán. Éste posee la clave de los secretos que descanzan bajo el Monte del Fuego Letal y que podrían revelar la condenación (o la salvación) de su planeta natal. Mientras tanto, el recién nombrado bibliotecario Dak'ir acompaña a su maestro Pyriel con la misión de descubrir las intenciones de sus antiguos enemigos, los Guerreros Dragón. Su viaje los llevará ante la misma muerte, en cuyo rostro yace la visión de un futuro aún más tenebroso.”

A medida que pasaba las primeras páginas, empecé a recordar porqué la primera parte no me había entusiasmado mucho. Igual debería haber hecho como hice con los Ángeles Sangrientos y no seguir con su trilogía, pero mira, uno a veces es un rato masoca y no dejé de leer. 

Este libro nos sitúa unos 30-40 años después de su predecesor (poco para un Marine). Todos aquellos bisoños reclutas se han convertido en soldados de pleno derecho de los Salamandras, dispersándose en los diferentes estamentos de acuerdo con su carácter. Aquí y allá vamos teniendo noticias de unos y otros, a medida que su especialidad aparece dentro de la historia. Sin embargo, Kyme no parece encontrar oportuno dedicar tiempo a explicar cómo han ido a acabar allí o siquiera quien era cada uno de estos personajes. De la misma manera, tampoco es que considere demasiado oportuno diferenciarlos en demasía, con lo que cuesta distinguir quién tiene importancia en la historia y quién no. Para rematar la faena, los personajes tienen tendencia a hablar sobre sucesos acaecidos fuera de los libros, que son importantes para ellos, pero de los que no sabemos (ni tenemos modo) de conocer que ocurrió. Como consecuencia, la facilidad con la que podemos perdernos o que acabemos juntando letras sin que nos importe la suerte de los personajes que se mueven por las páginas es bastante grande. 

A ello, hay que sumar que la historia no tiene ningún tipo de sentido. Los “inesperados” giros de guión son puras incoherencias, ya sea arreando patadas a la lógica o a la continuidad de los hechos acaecidos anteriormente. Si ya los personajes pasaban por ser unos apáticos pusilánimes, la cantidad de “iluminaciones” que el autor nos esconde entre las páginas son más que suficiente para hacerte salir volando de su lectura. 

Y luego, las descripciones. ¡Qué hombre! Es dificil ser más repetitivo. No es sólo que pare un duelo a espada durante tres páginas para describirte toda la decoración de la armadura del malo maloso, no. Es que este impass está relleno de comparaciones continuas que no tienes por qué comprender. Todo es “XXX es tan YYY como ZZZ”. Una y otra vez y otra, y otra…¡Qué llega a soltártelo más de diez veces en una sola página! 

En resumen, Draco de fuego es un libro de ritmo cansino, pobremente escrito, que apuesta por la acción pero la describe mal y encima sus personajes no producen otra cosa que indiferencia. No son buenas características a encontrar en una novela, no. Kyme ya me había parecido un autor flojo, pero aquí se ha superado con creces en su medianía. No lo recomendaría ni aun para los fans de los Salamandras, que esto más que un libro es un maltrato (lo peor es que seguro que acabaré leyéndome el tercero, pero bueno…)

Nota:
1
Nota goodreads: 3.92/5

domingo, 18 de diciembre de 2016

La línea negra (Jean-Christophe Grangé)



Llega el turno del libro 12 de la cesta. Muchas gracias a carabanne por su aporte ^^. A primera vista una historia de asesinos y detectives seguidas. ¡Siempre entran bien!


Título: La línea negra
Autor: Jean-Christophe Grangé
Título original: La ligne noire

”Intriga, asesinatos en serie, un criminal obsesionado por la sangre que está dejando un reguero de hermosas mujeres asesinadas mediante un extraño protocolo, y un periodista que pretende llegar hasta el fondo de las motivaciones del asesino, y para ello se presta a un peligroso juego. El actual rey del thriller francés presenta una novela fascinante, de ritmo frenético, que explora los tortuosos recovecos de la mente de un psicópata en un itinerario de infarto a través del sureste asiático.”

Pues sí, dos novelas negras seguidas. Ya es raro que no cambie de género entre dos libros, pero mira, a veces las cosas vienen como vienen. Lo que sí que hay que reconocer es que son bien diferentes.

El  resumen de la contraportada apenas indica nada. Como es habitual en este tipo de propuestas, en el libro tendremos dos tramas separadas. 

En la primera, nos encontramos con Jacques Reverdi,  un apneísta famoso que también es un asesino de lo más sanguinario. Su última carnicería no le ha salido del todo bien y ha sido capturado en un país del sudeste asiático. En ella, seguiremos sus aventuras mientras toma el control de la cárcel en la que se encuentra e intenta por todos los medios evitar la pena de muerte. Hay que felicitar la imaginación del autor al crear a un malnacido con tanta mala idea. A medida que lo vamos conociendo, penetramos más en su locura y sorprende ante cada giro aún más pasado de vueltas sobre su modus operandi. Realmente llega a causar un mal rollito de lo más impactante. No obstante, el autor se ve obligado a mantener el nivel de flipada del personaje y hacia el final del libro se convierte en un auténtico Superman, como si el ser apneista te convirtiera en un aspirante a James Bond o así. ¡Qué exagerado oiga!

Por otro lado tenemos a Marc Dupeyrat, un periodista de sucesos que se encuentra sumido en una profunda depresión. La casualidad le pondrá tras la pista de los asesinatos de Reverdi, de los que la policía apenas conoce un par. A medida que Marc avanza con la investigación, su obsesión con el caso aumenta, de la misma manera que el recuento de víctimas, que coje rápidamente unas dimensiones preocupantes. Desde el primer momento vemos en Marc a una persona desequilibrada. Es alguien que ha perdido cualquier asidero con la realidad y ha encontrado en Reverdi un último resquicio con el que poner orden en su vida, al que se dedica con una obsesión enfermiza. Sin embargo, lo que debía ser solución se convierte en problema, pues el desprecio que siente consigo mismo se dispara a medida que se sumerge en la mente del asesino, descubriendo que, quizás, en el fondo no son tan diferentes…

Realmente, al libro le cuesta un poco empezar. Las primeras 100 páginas no acaban de centrarse y se hace difícil saber dónde vamos a ir a parar. Eso sí, cuando el libro despega, las dos tramas molan lo suyo. Son realmente salvajes y despliegan, a su modo, una brutalidad muy fuera de lo común. Destaca también la inusual ambientación en los diversos países del sureste asiático, con un exotismo fuera de lo común que le añade mucha frescura a la lectura.

Ya que he leído dos novelas negras seguidísimas, se hace curioso contemplar las enormes diferencias que hay entre una y otra. En El hombre sin pasado, el caso en sí no importa demasiado. Peter May se centraba mucho más en hacernos partícipes de la desesperanzada atmósfera en que se mueven unos desolados personajes que  no saben qué hacer con sus vidas. Poblaba la agreste Escocia de unos seres resignados con los que sufrir, de los que esperamos encontrar una brizna de alegría que la vida siempre les niega. Aquí, en La línea negra, la atmósfera y la localización apenas importan. Jean-Jacques Grangé busca impactarnos a través de las andanzas de un psicópata de lo más bruto. Ataca nuestras entrañas a través de imágenes llenas de salvajismo y una truculencia que atrapa, impidiéndonos dejar de leer. Casi de antemano sabes cómo va a acabar, pero eso no es obstáculo para que las páginas pasen con facilidad. Lo dicho, dos planteamientos completamente diferentes.

Si bien en este caso, debo encontrar que la truculencia resulta un tanto gratuita. Parece introducida con mucha más voluntad de provocar nuestra repugnancia que como una necesidad dentro de la trama. Por poner un ejemplo, ¿realmente era necesario describirnos como Reverdi corta con mimo cada vena de un cuerpo? ¿Debemos enterarnos del modo en que le cuelgan los intestinos a un cadáver? (le dedica un párrafo entero a ello). Uno tiene el estómago curtido y esas cosas no le asustan, pero seguro que desagradará a un buen puñado de lectores. Se hubiera agradecido un poco más de control en ese sentido. Otro detalle que no me ha gustado es su desenlace, en el que Grangé intetna dar el golpe de efecto definitivo y estropea las 400 páginas anteriores. No sólo no tiene sentido, sino que provoca que todo lo que has leído hasta ahí no sirva para nada. Realmente, si el libro hubiera acabado treinta páginas antes me habría dejado mucho mejor sabor de boca, no la sensación de estafa con la que terminé.

No obstante, debo entender que no es un error del autor, es una decisión plenamente consciente, pues Grangé es uno de los autores más conocidos y vendidos de la novela negra francesa, con un buen historial de libros a sus espaldas. Es evidente que busca conducirnos en un continuo crescendo de golpes de efecto cada vez más salvajes.. y se pasa. Lo que debería haberme dejado sin aliento me acabó echando del libro. Es una lástima porque hasta entonces había disfrutado con el estilo periodístico del autor. Renunciando a cualquier floritura descriptiva innecesaria, se las arregla con un estilo muy ameno y directo para llevarte a sitios que no esperarías visitar.

En conjunto, se trata de una novela negra muy bruta que apuesta mas por el salvajismo que por generar una atmosfera deprimente. Se marca un buen número de golpes de efecto de lo mas resultones que te pueden dejar sin aliento y seguro que hará gracia a los ávidos de emociones fuertes. La lastima es que bastantes veces juega mas a impactarte a base de truculencia gratuita que en desarrollar bien la trama. Al final, entretenido, sin más.

Nota: 5
Nota goodreads: 4.12/5

viernes, 16 de diciembre de 2016

Los juegos del Hambre



Mi relación con Los Juegos del Hambre siempre fue curiosa: Los libros me encantaron, pero nunca me sentí atraído por las películas. Ya desde las primeras imágenes lo sentí como algo muy alejado de mis intereses y no me preocupé por ellas. Acabé yendo a la segunda película de rebote, saliendo algo más contento de lo esperado. Sin embargo, tampoco me llamó para investigar el resto de entregas. El otro día me dio por echarle un ojo a la primera.

 Después del exitazo de los libros y la posterior película, supongo que no hace falta explicar mucho sobre la historia, ¿no? Básicamente, el país en que sucede la acción está dominado por un elitista Capitolio que explota los recursos de Doce Distritos que viven aplastados bajo su bota. Entre los muchos abusos está la obligación de que dos de sus adolescentes tienen que participar en un letal concurso llamado “Los Juegos del Hambre”. Katnis Everdeen es una joven rebelde que ha sido escogida para participar este año. Como es nuestra heroína, su actuación servirá para romper el statu quo en que vive la sociedad.

Cualquiera que haya leído los libros será consciente de que para adaptar la historia se necesita un buen despliegue de medios, tanto para plasmar la rica imaginería que genera como para los efectos especiales que darán vida a la acción. Mi primera impresión es que el presupuesto es mucho más reducido del necesario. No hay pasta. Escenas que deberían ser deslumbrantes, como el desfile en el Capitolio o las propias instalaciones de los Juegos, son muy, muy cutrillas. En ese sentido, la diferencia que hay con el montón de propuestas similares que podemos encontrar es bien grande. 

Esto se hace evidente con las extrañas decisiones de cámara que se pueden encontrar a lo largo de la película, especialmente al inicio. ¿Era acaso necesario este abuso tan descomunal de la cámara en mano? Aparte de marear, su uso en las tranquilas escenas iniciales es casi desagradable. Entiendo que hay que disimular que los Juegos del Hambre se han reducido a una fiesta de costillada, pero el efecto te impide apreciar los escenarios o los momentos épicos, sacándote fácilmente de la película.

A pesar de la plétora de actores competentes que hay aquí y allá, Jennifer Lawrence destaca como la única que se toma en serio la película. Quizás era consciente de que estaba ante la oportunidad de su vida y fue a fondo a por ello. Hay que reconocer que se lo curra, a diferencia de la indiferencia que causa el resto del elenco, ya sea por falta de calidad (el resto de concursantes) o pasotismo puro y duro (los organizadores). 

Para rematar la jugada, el guión hace aguas por todos lados. Dejando de lado la nula profundidad de (casi) todos los personajajes, nos encontramos que sólo los que nos hemos leído el libro entendemos que ocurre, los profanos no se enteran de la misa la mitad: no se explica cuál es la situación política, no sabemos de los privilegios del Capitolio ni del funcionamiento de los Juegos, las reglas cambian porque sí cuando conviene, los sucesos son deus ex machina continuos… Detalles todos que se cuentan acertadamente en los libros, ¡claro! Incluso un personaje desaparece sin dar explicaciones (el chico negro) ¡y no pasa nada! 

Curiosamente, el esquema de tres actos del libro se sigue a la perfección, pero sin ningún esfuerzo por mantener un ritmo vivo. Especialmente al inicio, en el que el director se lo toma con mucha calma. Cuando una película se acerca a las tres horas, se agradece que encontremos escenas con épica o empaque suficiente para justificar la duración. Sin embargo, la película transcurre bajo una total falta de trascendencia que se vuelve cansina y obliga a mirar el reloj demasiadas veces, especialmente en los dilatadísimos primeros dos actos.

La sorpresa con esta película es el taquillazo que consiguió. Derivado supongo por la excitación producida por los libros. En cualquier otro caso, esta sería la película típica que concluye una saga antes de que empiece. La compañía no parecía confiar mucho en la película y no le dotó de los medios que hubiera necesitado. Por momentos se hace difícil de ver, sin acercarse a la corrección que sí tendrá su secuela.

Nota:
2
Nota filmaffinity: 6.2