sábado, 30 de septiembre de 2017

Quisiera que alguien me esperara en algún lugar (Ana Gavalda)

Libro 57 de la Cesta'13 (de los que ya empiezo a tener un montón leidos) y Recomendado desde la CLO por Filoloca. Cuando llega a mis manos, me sorprendo por la pequeñez de esta cosita de libro, que estoy seguro de que me despisto y ya me lo he acabado.

Título: Quisiera que alguien me esperara en algún lugar
Autor: Ana Gavalda
Título original: J’aimerais que quelqu’un m’attende quelque part

Un comercial que pasa la vida en la carretera descubre por azar las insospechadas consecuencias de tomar un determinado desvío; una hermosa mujer se cita ilusionada con un desconocido y en pocos segundos le ve con otros ojos; un padre de familia se reencuentra con el amor de su vida; una veterinaria se enfrenta a dos hombres que la tratan como auténticos animales…

Los doce relatos de Quisiera que alguien me esperara en algún lugar ponen al descubierto emociones humanas esenciales que cobran su mayor intensidad en momentos cruciales”

Este librito es un pequeño compendio de relatos del día a día, protagonizados por personas que sudan, respiran e intentan vivir en el mundo real. A pesar de que tocan temas muy diferentes, casi todos orbitan en torno a la necesidad de amar y sentirse amados, la soledad y la necesidad (o falta de ella) de buscar a alguien con quien compartir la vida, oportunidades perdidas y reencontradas.

Las 8-10 páginas de cada uno de las historias están escritas con una naturalidad que permite leerlas en un suspiro. En un buen ejercicio de saber hacer, en un suspiro sabemos de dónde viene cada personaje. Es verdad que nos faltan datos, pero nuestra experiencia y la acertada prosa de Gavalda se bastan para que podamos rellenar todos los huecos (importantes) que necesitamos. Como suele ocurrir en estos compendios, los hay más adecuados para nuestra personalidad (con los que conectamos en cero coma) y otros que se nos hacen más lejanos (que acabamos en menos de diez minutos antes de llegar al siguiente). Además, tienen el tamaño exacto para dejarnos satisfechos e intuir qué ocurrirá posteriormente, sin esa desazón que dejan los relatos que piden una novela para ellos solos.

El argumento de los relatos es de lo más variado: Un joven que roba el Jaguar nuevo de su padre para una escapada inofensiva, pero que consigue un nuevo metalizado con la ayuda de.. un jabalí. En otro, un hombre que ha conseguido ligar con la mujer de sus sueños, pero no puede quitarse de la cabeza el sillón que se acaba de comprar en IKEA. Una mujer se reencuentra con los borrachos que la violaron años atrás. Un soldado que vuelve del frente y no sabe que encontrará o el que me ha emocionado más, el de dos ancianos que se han dicho todo lo que debían decirse, para los que se les ha acabado el amor pero que tampoco están con fuerzas para buscar una nueva relación y aguantan, amargados con lo que la vida les da.

Gavalda demuestra lo que es escribir con economía. Todos los relatos están contados en primera persona. Sin florituras ni metáforas gratuitas. Dar voz al personaje principal le aporta mucha enjundia, creando así pequeñas gemas que son al mismo tiempo conmovedoras e interesantes. Lo que consigue con tan pocas palabras es impresionante. Se guarda tiempo para las emociones, la provocación e incluso algunos resquicios de humor ácido con muy mala gaita. Reconozco que me quedo con ganas de conocer a esta autora más profundamente y, quizás, ver de qué es capaz si se le da más espacio (algún siglo igual me pongo a ello…)

Al final, una pequeña joyita que devorar en media tarde o a degustar disfrutando con calma de cada relatillo. Quizás el mayor problema es que no te das cuenta y el libro se ha acabado.

Nota: 7
Nota goodreads: 3.58




viernes, 22 de septiembre de 2017

Trainspotting T2

Como ya dije en la reseña de Trainspotting, la reseña de la segunda parte iba a llegar un día de estos. Parece que he tenido algo de suerte y con el tiempo puedo traer el T2 con relativa celeridad (ueeeeee!). Han pasado veinticinco años desde que Mark abandonara a sus compañeros y se llevara su dinero. ¿qué ha sido de la pandilla?



Pues básicamente, que se ha pulido toda la pasta y se ve obligado a volver a Edimburgo y pedir ayuda a sus antiguos compañeros. Éstos no están del todo contentos con su pasada traición y no le recibirán precisamente con los brazos abiertos, pero bueno, los coleguillas son los coleguillas y a veces se pueden perdonar deslices imperdonables.

Boyle ha sido muy inteligente al plantear el T2. El mundo ha cambiado. Ni tiene sentido hacer un remedo nostálgico de la cinta de 1996 ni los personajes soportarían una vida salvajemente nihilista a los 40-50 años de edad. Boyle es consciente de que ha pasado el tiempo y lo aprovecha para responder a todas las preguntas que quedaron en el aire, sin perder el ambiente de delirios y traiciones en que se movía este puñado de inadaptados. Quizás lo mejor de todo es que no se pierde el halo de amor con que se nos retrató a unos protagonistas que nos marcaron con su violencia, adicciones, macarrería y la desbortante palabrería de Renton.


Sin embargo, quedan atrás todas las ínfulas de denuncia social contra las drogas y la hipocresía de nuestras relaciones sociales. Aunque Mark tiene tiempo para soltar un par de monólogos inspirados (nos habríamos ofendido mucho sin ellos) que orbitan en torno a la trampa de la madurez y la nostalgia sobre los sueños pasados, la película es mucho más blandita. No se busca transgredir ni asombrar, pues Boyle coge a los personajes que ya conocemos y los lanza a una comedia de enredo sobre los bajos fondos. Más que parecer a la película de 1996, proparece como si tuviéramos una versión de Rocknrolla o de Snatch protagonizada por nuestros yonkis “favoritos” y ambientada en la Edimburgo más sórdida que pudiéramos imaginar (como ocurría con Trainspotting, la VO es casi obligatoria y una tortura debido a los acentos xD)

Quizás es que ya no somos tan inocentes como hace veinte años, pero T2 no es (ni busca ser) esa película generacional capaz de cambiarte de la vida. Es un paseo por la nostalgia de los tiempos pasados, de los días que se escurren entre los dedos y aquello que pudo ser y nuna fue. Del tiempo que pasa, que cura y que duele, que permite perdonar y que deja heridas tan abiertas que nunca cerrarán.  Aunque le falta un montón de mala leche, se guarda un par de momentazos marca de la casa que no pueden sino disfrutarse, como la reunión unionista o el cuelgue delante de la pantalla gigante, que nos recuerdan a otrás épocas mejores y más impactantes, cuando –quizás- lo que ocurría es que eramos más inocentes.

Uno de los detalles que más me agradan es que los personajes han evolucionado con lógica. El personaje que conocimos es reconocible, pero podemos trazar el camino que han seguido hasta llegar a dónde están y cómo han dejado de ser quienes eran –bueno Spud sigue siendo un perdedor…-De ellos, no puedo sino encariñarme (ejem) con Sick Boy, que guarda una extraña mezcla de lealtad e hijoputez la mar de curiosa. Me encanta cuando está tan confundido que no sabe si ayudar al que fue su amigo, dejarlo todo para vengarse y hundirlo en la mierda, o simplemente utilizarlo para dar rienda suelta a sus ambiciones de grandeza, dando bandazos entre una idea y otra y más que puteado por la incompatibilidad entre unas decisiones y otras (¡y siendo creíble además!).

El savior faire de Boyle está patente y encontramos una comedia bien redondita, construida con mimo y ganas de divertir al personal. Y bueno, nada más que eso. Un entretenimiento que juega (bien) con la nostalgia y entretiene durante dos horas. Salgo del cine con la sensación de que los actores han envejecido veinte años de manera desigual y preguntándome a mí mismo si yo lo habré hecho de una manera digna

Nota: 6
Nota filmaffinity: 6.4

jueves, 14 de septiembre de 2017

Manchester frente al mar

Más que frente al mar es desde el mar dónde hay que descubrir la pequeña villa costera de Manchester frente al mar, Massachusetts (EEUU), fácilmente situable en un mapa, al lado de la cosmopolita Boston. Desde el mar todo parece calmado y sereno: los barcos de pesca van y vienen, las casitas que jalonan la primera línea costera parecen dejar pasar los días con apacible sosiego, incluso las naves del puerto, de ladrillo rojo, son capaces de integrarse con elegancia en el paisaje. Desde el mar, Manchester frente al mar es una villa dónde puede dar gusto vivir, donde se nace y se muere sin el regusto de nunca haberla abandonado, sin tener la envidia o al antojo de viajar, dado que la vida es simple y agradable. Desde el mar, la vista de ensueño describe curvas y colores en perfecta armonía con los hombres… pero desde el mar, los hombres no los distingue uno apenas, siluetas frágiles en movimiento cuyos rostros no son visibles, cuyas grietas no se pueden vislumbrar, cuyas sonrisas y lágrimas no pueden verse.
  
Lee Chandler es uno de los que dejó Manchester frente al mar, el pueblo de su infancia, allá donde debería haber podido envejecer feliz. Ha dejado atrás a sus amigos, su familia, su hermano, su sobrinos..para instalarse en una metrópolis de la que comprendemos rápidamente que le aporta las dos cosas que no parece dejar de desear: anonimato y algo con qué ganarse la vida, aunque sea de chapuzas en una urbanización. Mientras que repara lavabos, vacía basuras, quita nieves, lija o repinta, Lee ocupa el tiempo para pensar en las razones que le llevaron a partir de Manchester. Podemos imaginar rápidamente, por su mirada perdida dentro del vacío de una profunda soledad, que Lee ha vivido un drama terrible. Un drama de los que uno no puede salir vivo. Podríamos decir que Lee es alguien que ya ha muerto, que simplemente está esperando la última parada, para el que ver salir el sol no significa más que otro día de penitencia.

Pero como la vida luego hace lo que le da la gana, Lee debe volver a Manchester, reencontrarse con lo que queda de su familia, reencontrar los chapoteos del agua en la quilla del barco de pesca de su hermano, reencontrar el aroma del mar y el sabor amargo de la felicidad desaparecida. Y también conocer a un joven que él dejó siendo niño: Patrick, su sobrino.

Manchester by the sea es una tragedia griega transmutada en un poema de Dylan, es un retrato de la gente trabajadora que vive al ritmo de las estaciones, de los nacimientos y los entierros, es también el retrato de una familia fragmentada por los dramas, y también de una comunidad humana simple y bienintencionada. Pero sobretodo es el conmovedor retrato de Lee, un más que admirable Casey Affleck (y su contrapartida, una extraordinaria Michelle Williams), un hombre que no tiene más remedio que seguir viviendo.

El film se construye a base de flashbacks que trazan con filigrana y delicadeza los capítulos más sombríos y luminosos de la vida de Lee, se trata de un film que recuerda a esas travesías por el litoral: bajo la serenidad y la aparente calma puede surgir, en cualquier momento, la tempestad que se lo lleva todo, tanto el techo de los hogares como la efímera felicidad del corazón de los hombres. El infierno en vida, debe ser, qué duda cabe, a la muerte de tus tres hijos pequeños por causa tuya, por fallo propio, por un error descomunal a la vez que pírrico, por un azar negro, tan monstruoso y abominable que es insoportable. Por no hablar de cosas menores, de alcoholismo, corazones rotos y otros sinsabores. Es decir, se pasa, se le va la mano. Tal aplastamiento y dolor se torna incompatible con determinadas vulgaridades o trivialidades. El dolor al descubrir lo que ocurrirá antes incluso de verlo. El remordimiento, el castigo, la pena y el duelo, ¿cómo asumir lo inasumible?

En sus dilatados 136 minutos (¿realmente eran necesarios tantos?) se logra un relato honesto, verosímil y certero. Apenas hay resquicio para el entretenimiento en Manchester frente al mar, aquí no hay santos ni heroínas, hay un uso (y abuso) impresionante del Adagio de Albinoni, un desglose de todas las posibilidades del dolor y una historia triste y desesperanzada. Resulta también, un film de visión obligada para los sibaritas del arte de la interpretación.

Quizás por la cordial familiaridad de la situación, pero acabé la película desolado, con el corazón encogido y la necesidad vital de salir a la calle y recibir un abrazo de la primera persona que me encontrara.  Hacía tiempo que un film no me dejaba tan desmontado. Por un lado, recomendaría a todo el mundo que la viera, por otro, recomendaría a todos que se alejaran de ella. Oye, que puede que no te guste sufrir gratuitamente en el cine. Que también puede ser. Aunque sea con algo tan bello como Manchester frente al mar.

Nota: 9
Nota filmaffinity: 7.2

Publicado previamente en Cinéfagos AQUI

lunes, 11 de septiembre de 2017

Trainspotting

Ya que estrenaban el T2 de Trainspotting (que ya aparecerá por aquí un año de estos), decidí recordar viejos tiempos de cuando era un chavalín impresionable y refrescar mis recuerdos con la película original de 1996, cuando Ewan McGregor era un desconocido y Danny Boyle no tenía el puñado de Oscars que tiene ahora.

Si no me falla la memoria, nuestro profesor de Filosofía (¡Mújico, un saludo!) nos la puso en primero de Bachillerato y, bueno, no estábamos preparados. Salimos todos alucinando, con un debate post-película de lo más jugoso (y que recuerdo con cierto cariño). Si es que esa es la mejor manera de ver esta película, cuando eres un chaval que empieza a despertar al mundo y no deseas más que soltar un sonoro "fuck you" ante cualquier cosa que pase por delante.

La película se basa en la novela del mismo nombre publicada en 1993 y escrita por Irvine Welsh (muy recomendable, por cierto). Este se nutría de sus conocimientos sobre los bajos fondos de Edimburgo y su periodo de adicción a la heroína para "inventarse" las tragicómicas aventuras de Mark Renton, un yonqui de Edimburgo, que intenta (más o menos) separarse de su banda de compañeros, perdedores, mentirosos, adictos, psicópatas y ladrones...


Danny Boyle nos brindaba una dirección vertiginosa, provocadora, cruda y llena de hallazgos ingeniosos que al mismo tiempo destilaba una fluidez narrativa acorde con la visión de los personajes de la película: Una "simple" sucesión secuencial de segmentos de una vida vivida al límite, sin la conciencia de que existe un mañana. La propia metáfora de la taza del váter como inmersión en el mundo de la droga es bastante ilustrativa. Sin contar con escenas impagables que se graban a fuego en la mente de cualquier adolescente (la conversación sobre la identidad escocesa, el mono lleno de venas, trenes y agonía o la sobredosis en un ataúd con Perfect day de fondo).

Por su parte, el guion realizaba una brutal disección humorística de lo trágico, obligándote a partirte el pecho con cosas que no deberían hacerte ninguna gracia entre puñetazo y puñetazo en el estómago. Pueblan la película un puñado de tarados de lo más odioso pero que se hacen imborrables:  El adorable atontado Sput, el amoral interesado Sick Boy, Begpie el psicópata peligroso (curioso que sea el más peligroso y perturbado cuando es el  único que no se droga, je je) y, sobretodo, el cínico Mark, un cabroncete que sabe demasiado de la vida,  gozando de las mejores frases y un par de monólogos de lo más inspirado, con ese rancio y característico acento escocés (imperativo ver esta película en V.O).


"Elige la vida; elige un trabajo; elige una carrera; elige una familia; elige un maldito televisor; elige una lavadora; elige un coche; elige compact discs o abrelatas eléctricos; elige la salud, el colesterol bajo y los seguros dentales; elige una hipoteca a tipo fijo; elige un piso; elige a tus amigos; elige ropa deportiva y maletas; elige pagar a plazos una ropa de marca; elige el bricolaje; elige preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana; elige sentarte en el sofá y ver concursos que te emboten la cabeza y te aplasten el espíritu mientras llenas tu boca de comida; elige pudrirte de viejo cagándote y meándote en una residencia miserable, siendo una carga para los 'hijos de puta' que engendraste para sustituirte; elige tu futuro; elige la vida. Pero, ¿por qué querría yo elegir algo así? Elijo no elegir la vida."

¿Cómo no sentirse afectado por los dilemas que asaltan al protagonista? Choose life? Why? Quizás sea mejor tan solo preocuparte por conseguir tu dosis diaria de paraíso y olvidarte del estrés, los problemas y las preocupaciones... así eres, entonces, un kamikaze mental, si hay plan, mal plan, pues en un adicto no verás dispersión, hay constancia y mucha dedicación.  Pero bueno, igual la vida normal no esta tan mal....

Otro de sus aspectos que la hacen tan especial es su estupenda banda sonora, con temas de Iggy Pop, David Bowie, Blur, o el ya mencionado de Lou Reed, entre multitud de hits conocidísimos que suenan justo cuando se necesita. Para los que crecimos en los noventa, ésta era la banda sonora de nuestra vida,  ¿cómo no disfrutarla?

Trainspotting marcó, pues, a toda una generación. Traía consigo un chorro de aire fresco, un aroma rebelde y un “no a las drogas” lleno de cinismo y mala leche, muy acorde con los tiempos. Sin embargo, me he encontrado que no cuajan tanto con las nuevas generaciones. Sus referentes son diferentes y, al no haber vivido esos años locos, no conectan de la misma manera con la música ni con la nihilista idiosincrasia de los protagonistas.

Ello no debe permitir que hagamos de lado a una película icónica de una década, que catapultó a la fama a Danny Boyle y sobre todo a Ewan McGregor, ¡que superó su adicción a las drogas para convertirse en Maestro Jedi y todo! Una ¿comedia? muy ácida, muy disfrutable, llena de mala leche y puñaladas en el alma. Más que recomendable.

Nota: 10
Nota filmaffinity: 8.1

PD: Estoy de acuerdo con Sick Boy, "Los intocables es una mierda."

PPD: Después de un tiempo viviendo por ahí cerca, me he sorprendido reconociendo muchos de los escenarios de la película. Hace veinte años, la carrera por Princess Street me pareció un poco random, pero ¡no sólo está rodado siguiendo la realidad, sino que es la principal calle comercial de Edimburgo! Excepto el lavabo más asqueroso de Escocia, creo haber estado en la mayoría de escenarios ^^.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Silencio

¿Cómo podríamos vivir sin saber la realidad sobre aquello que nos martiriza? A pesar de los remilgos de sus superiores, dos portugueses, el padre Rodrigues (Andrew Garfield) y el padre Garube (Adam Driver) deciden, en 1683, de llegar hasta Japón y reencontrarse con su maestro, allí desaparecido, sobre el que pesa una denigrante calumnia: es acusado de haber renegado de Cristo y apostatado. Desembarcan con la mayor clandestinidad, guiados por un pordiosero borracho que no deja de convertirse al cristianismo, como un iluminado, para renunciar a ello justo después, movido por la angustia y la cobardía.

Ya hacía mucho tiempo que Martin Scorsese quería trasladar a la pantalla grande la novela de Shusaku Endo (ya adaptada en 1971 por el cineasta Masahiro Shinoda y presentada en el festival de Cannes). Encontramos en ella, elevado al paroxismo, el tema que ha inspirado la mayor parte de su obra: la culpabilidad. La maldad y la redención se mezclan en películas como Uno de los nuestros, Malas calles o Casino, reflexiones interesantes sobre la progresión del Mal: como se infiltra en nuestro interior para llevarnos a la perdición y, también quizás, como se pierde en nosotros, se disuelve y se evapora al final de una disputa tan misteriosa como despiadada.

Silencio es la apoteosis visual de un Scorsese tocado por la gracia, don otorgado con naturalidad insultante a algunos, mientras que otros persiguen en vano. También contiene el peligro de una locura que, porfiadamente, no refleja más que la vanidad de aquel que la profesa. Silencio es una película lenta, sosegada, azorada por unas dudas que provocan un avance a trompicones, lleno de incomodidad. En el trasfondo de unos planos magníficos, donde la naturaleza sobrepasa constantemente las ambiciones humanas, uno se pregunta hasta qué punto el cineasta ha podido inspirar esta película, pues Kagemusha o Ran son obvias influencias formales…

La fuerza del film viene de su propia humildad. No se trata de un manifiesto. Ni por un instante puede parecer que Scorsese haga proselitismo del Catolicismo. Al contrario, muestra a sus dos sacerdotes completamente sorprendidos, e incluso disgustados, por estos pueblerinos japoneses incultos, convertidos por azar y después librados a su suerte, que reclaman con fervor histérico confesiones y absoluciones. Gente sencilla que sigue con agrado la senda de aquellos cristianos que mueren por su fe, provocando tanto la admiración como el rechazo (dada su total inutilidad) por los sacerdotes. Su fe vacila. Y sobretodo la del padre Rodrigues, atacada con ferocidad.

Queda, evidentemente, la santidad. Es justo esta noción la que exalta a Scorsese y la que él exalta en la película, con un fervor inesperado. La santidad y su contrario, la profanación… El momento más ardiente, más impactante – el más “hitchconiano”, diríamos – es en el que el padre Rodrigues es obligado a pisar la imagen de su Dios, de renegar de él. “Un solo paso y serás libre”, le susurran los más pragmáticos. Pero no es suficiente. Notablemente más hábiles, otros sugieren que su traición pondrá fin a los sufrimientos de los cristianos torturados a su alrededor. “Piden ayuda tal como tu hablas con Dios. No hay mas que silencio. No le adores.” Scorsese filma entonces, con una lentitud inusitada y una compasión infinita, a este sacerdote inamovible y a este tiempo suspendido en el que el rechaza, reconsidera, se aproxima, resiste y cede a ese “acto de amor” (Scorsese dixit) que será para él, una falta irreparable, una condenación eterna.


Pero Scorsese no juzga a nadie. No condena ni la debilidad del hombre ni, como podría hacer Bergman, la insoportable indiferencia de Dios para con Sus criaturas. De aquí el pensamiento recurrente del padre Rodrigues, que conserva hasta mucho después de su caída: “Aunque ha mantenido el silencio durante toda mi vida hasta hoy, todo lo que hago, todo lo que debo hacer, es hablar con él. Es en el silencio dónde oigo su voz.” En ese sentido, yo me he críado dentro de la cultura católica, por ello, comprendo intrínsecamente la trascendencia de cada paso. Sin embargo, ¿puede un budista, un ateo o un musulmán apreciar la tortura que subyace ante cada detalle de la tortura? Diría que probablemente no, al menos no al mismo nivel que alguien que conozca la "cato" tal como yo.

Quizás la mayor pega sea la dificultad del esfuerzo que requiere del espectador. A pesar de la belleza de sus imágenes, es una película desagradable, brillantemente sucia, pero cercana por momentos a la pornografía emocional y terriblemente lenta, especialmente en el dilatado tramo final donde la voz en off no deja de ahondar en el particular vía crucis de los protagonistas. !pobre del incauto que la acometa sin una preparación previa del contenido!


Evidementemente, no es la mejor manera de acabar una semana (la vi un domingo por la noche). ¡Con qué ánimos iba a levantarme yo al día siguiente! Se hace realmente descorazonadora, todo un cambio tras el frenesí del exceso, del carrusel sobre la depravación más absoluta de El lobo de Wall Street. Reconozco que Scorsese me gusta cada vez más cuando le da a la marcha y cada vez menos cuando se pone reflexivo. Quizás aligerar 15-20 minutos la habrían convertido en una propuesta más digeribel, pero bueno, pocas películas son capaces de pegarte una paliza de ese calibre mientras te maravilla con tal depliegue de preciocismo natural.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 6.3


PD: Cada vez que teníamos a Qui-Gon Jin en escena, estaba deseando que se dejara de tonterías y arrancase las cabezas a todos con su espada laser.