miércoles, 29 de noviembre de 2023

Belfast

El director Kenneth Branagh nos provee aquí de una de sus obras más redondas, al mismo tiempo que una de las más intimistas. Desde aquí ya os digo que me ha encantado. Hoy día, Belfast es una ciudad tremendamente fotogénica, majestuosa y gentrificada, lejos de su reputación de antaño, con sus esculturas, sus museos, y su excéntrico puerto industrial. Ya casi no vemos rastro de la clase trabajadora que vivía en la miseria, más allá de en los murales conmemorativos. Si vamos a Belfast, descubriremos una ciudad resiliente, lejos de las imágenes de una guerra civil que duró más de tres decenios, de los “problemas” que han marcado el final del siglo XX en Irlanda del Norte.

Pero el ojo de la cámara se centra en otro marco temporal, franqueando los muros de la paz que separa dos épocas como antes separaba los barrios de los practicantes de dos religiones enfrentadas. Nos vemos arrastrados por un blanco y negro tan limpio y sincero que ilumina los colores de nuestra imaginación. Admiramos la maestría en la fotografía, olvidándonos de la historia que nos abruma, de la misma manera que se tragó la jovialidad de los habitantes de los barrios mixtos que una vez fueron habitados por católicos y protestantes que vivían en cierta armonía. Estamos en 1969, siguiendo los pasos de un niño que tiene la misma edad que el director en aquel momento. Buddy, este alter ego, respira al ritmo de su vivaz microcosmos: una familia cariñosa, un hogar tranquilo, unos abuelos descarados en los que uno puede confiar…  Del mundo, sólo conoce aquellos lugares que le hacen soñar. Mientras El hombre que mató a Liberty Valance sale por televisión, un hombre camina sobre la Luna. En la bulliciosa calle, los pequeños juegan a ser vaqueros, futbolistas o súper héroes. Aquí todo el mundo se saluda, se conoce y vela por los retoños de los vecinos. La cortesía impera, a pesar de que ahí nadie se calla, los jóvenes cortejan sin miedo y los chistes locos surgen por doquier.

Pero estos nostálgicos recuerdos se verán pronto manchados por un sentimiento de incomprensión y de injusticia. Primero, el exilio a unas calles concretas de la ciudad. Esos escudos imaginarios con los que se protegían de los dragones resultan ser muy frágiles. Un primer incidente rompe la calma, a la hora de merendar. Así, tenemos al pobre Buddy que corre aterrado mientras oye únicamente dos frases: “¡Piedad, no hemos hecho nada!”, “¡Haced entrar a los niños!”. Por el aire vuelan los cócteles Molotov, aflorando toda la violencia que llevaba tiempo acumulada. Las madres, incluida la de Buddy, gritan y lloran, perdida toda la alegría que solían tener.


Tenemos así el escenario a punto, constituido por una alegría de vivir marcada por una tensión que crece sin cesar. Pero Buddy, de familia católica, hace de tripas corazón, quiere disfrutar lo que la vida le ofrece y tiene tiempo para los primeros amores, las aventuras inesperadas y vivir como el niño que es. Es en esta dualidad entre un escenario casi aterrados y la tierna ilusión de un pequeño que Branagh equilibra un relato vigoroso y entrañable, con un guión espléndidamente trazado para reflejar las inquietudes de todos los miembros de la familia, que como si de un Benigni se tratara, hacen lo posible por evitar malos ratos al pequeño soñador. A partir de esta historia íntima, se dibuja un retablo de historia colectiva, tan nimio como poco anodino, siempre rodeado de un elenco actoral que, como el director, vivieron estos tiempos turbulentos, como Jamie Dornan o Ciaran Hings. Para rematar, tenemos una banda sonora estupenda con lo más florido que ha dado el lugar, entre los que destaca un Van Morrison muy bien aprovechado.

Esta autobiografía inventada que nos ha traído Branagh es quizás la mejor de sus películas. Ya tiene una buena filmografía a sus espaldas y ya conocemos sus manías: Siempre buen director de actores, muy encorsetado con la rotundidad argumental y una puesta en escena repleta de detalles. También, inmisericorde con el espectador y con unos dejes Shakesperianos que tienden a hacerse pesados. Sin embargo, aquí aporta toneladas de nostalgia, cariño y melancolía. Belfast refleja un idealizado tiempo que fue, mostrando la inocencia de un niño que no es ignorante a “lo que ocurre”, pero que no se siente atenazado por los tiempos duros que le han tocado en suerte. Este pequeño que no para quieto servirá como motor para que conozcamos a todo el vecindario, construyendo así un lienzo en el que cada escena tiene su sentido. Los terribles hechos que se nos narran pasan por el filtro inocente del protagonista, consiguiendo que la película se convierta en un drama nostálgico extrañamente feel good, cuando deberíamos sentirnos sobrecogidos por todo lo que ocurre alrededor. 

Para darle vida, tenemos a un puñado de actores que saben que tienen tras las cámaras a un director que sabe bien qué quiere y cómo conseguirlo y un guión repleto de matices con lo que todos se pueden lucir. Con esa idea en mente, lo dan todo para el bien de la película. El trabajo del pequeño Jude Hill es inesperadamente bueno para un churumbel, mientras que Caitriona Baille y Jaimie Dornan no les van precisamente a la zaga. Sin embargo, son los dos abuelos los que se llevan la palma. Tanto Judi Dench como Ciarán Hinds componen dos papeles llenos de cariño, deliciosamente entrañables, pero al mismo tiempo que denotan el sufrimiento que han debido de pasar a lo largo de los años (la perenne crisis irlandesa, las dos guerras mundiales, etc), conscientes de que a sus hijos y nietos no les toca otra cosa que apretar los dientes, sin por ello dejar de contribuir por su bienestar. Un abrazo enorme que les daba a los dos.

A pesar de ser una propuesta claramente menor (por mucho que viniera de un cineasta reputado), la Academia se acordó de Belfast con un chorreo de nominaciones (Película, director, actor de reparto (Ciarán Hinds), actriz de reparto (Judi Dench), Guión original, Canción y sonido. De todos ellos, se llevó Mejor Guión Original en un año especialmente repartido.

Belfast es un amargo dulcecito con el que disfrutar y horrorizarse. Un retorno entrañable a la infancia que sirve a la vez de crónica apócrifa de unos tiempos convulsos. Reúne un puñado de buenos actores con un director la mar de competente y una historia espléndidamente hilvanada y desarrollada. Todo ello en noventa minutos la mar de aprovechados.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 6.7 

lunes, 27 de noviembre de 2023

The Batman

Y cuando todavía no nos habíamos recuperado de todos los follones que generó el Batman de Ben Affleck y la Liga de la Justicia, va y se anuncia la enésima reencarnación del encapuchado. Los ánimos no mejoraron mucho cuando además se anunció que el actor escogido para ello iba a ser el “vampiro brillante” Robert Pattinson. Pocas veces he visto una reacción tan visceralmente contraria a una decisión de casting.

Por si fuera poco, se anunció casi desde un primer momento que esta película estaría separada del DCUniverse, siendo simplemente “una película de Batman”. Así que tenías a otro montón de fancistas echando llamas por el culo, pues ¿Cómo no se iba a mantener un Universo Compartido, etc? Y por si fuera poco, se venía de echar a Zack Snyder de la dirección del proyecto completo, añadiendo todavía más sal a la herida de los talibanes del integrismo tebeístico.

En fin, que había mucha gente con ganas de atizar a esta película, incluso antes de que saliera o siquiera se vieran algunas imágenes sobre ella. Su producción estuvo envuelta en críticas y ardían las redes ante cualquier noticia que se generara sobre el tema. Creo que más allá de Las Cazafantasmas y Cpt. Marvel, no recuerdo tanto odio ante un proyecto, así reciente.

Pero bueno, la película salió y mostró una nueva versión de Bruce Wayne y Batman. Esta vez acercándose a un personaje novato, que hace poco ha empezado a “trabajar” y todavía no se ha ganado la reputación y la confianza de los demás. Para la mayoría de gente, es “un loco” que hace locuras, tan delincuente como los criminales que dice querer capturar. El detonante del film es la aparición de un súper-terrorista llamado Enigma que parece tener algo personal contra Batman, trayendo de cabeza a nuestro héroe, a la policía y a la Mafia de Gotham.

Y hay mucha tela que cortar. Principalmente porque tenemos los  referentes muy presentes y pesa mucho ante la gestión de las expectativas. Por un lado, el Batman de Affleck (una montaña de músculos hipertecnológica) estaba todavía en activo, sacando películas. Por el otro, todo el mundo tiene presente la gran actuación de Christian Bale en la reconstrucción del personaje que hace Nolan. Así que la presión que tenía el director Matt Reeves sobre qué facetas mostrar o en qué centrarse era morrocotuda, viéndose ante (casi) la obligación de hacer una buena película o lo iba a pasar mal. Las decisiones se toman y, en vez de alejarse radicalmente de anteriores encarnaciones o tomar la vía kitsch. Reeves decide tirar por la vía de en medio y, utilizando un par de los cómics más reputados del murciélago, hace un machembrado muy raro para adaptar su estética y mitología. Tenemos a un Batman menos heroico y más detectivesco, se nota, se hace hincapié en que todavía está verde en algunas cosas, mostrando que hay un buen camino que recorrer. Volvemos a vivir una Gotham que respira como un personaje más, despidiendo una atmósfera decadente en la que nos creemos que cualquier delito es posible y la vida importa poco, como si de una Ciudad del Pecado se tratara. Si bien no tiene la ampulosidad de Nolan o el barroquismo de Schumacher, el trabajo visual es notable a la hora de mostrar una ciudad repleta de siniestra riqueza.

La acción se presenta inesperadamente desnuda de artificio. Se siente dura y desagradable sin necesidad de acrobacias extrañas ni cámaras desenfocadas. Más allá de algunos tortazos mortales al aterrizar (que apenas le producen magulladuras), las coreografías son variadas, con un puñado de escenas que seguro recordaremos unos cuentos años. Destacaría la persecución al Pingüino por la autopista, con un Batmovil que parece salido de Mad Max, la ingeniosa pelea en el pasillo a oscuras, sólo iluminada por los estallidos de las armas y, sobreotodo, la primera aparición en el metro, muy efectista en su mini-acercamiento al terror.

Una de las sorpresas que yo (y casi todos) nos llevamos fue el estupendo trabajo de Robert Pattinson a la hora de dar vida a Bruce Wayne. Quizás no es el mejor Batman que hemos visto, SÍ es el mejor Wayne. No es habitual ver tan bien reflejado al hombre torturado por sus demonios internos, tan ido que sólo encuentra consuelo en ponerse la máscara para vengarse. A su alrededor, un elenco de secundarios da el do de pecho a la hora de dar vida a todos los antagonistas que conocemos del cómic. Catwoman (Zoe Kravitz), el Pingüino (Colin Farrell), Carmine Falcone (John Turturro) y, sobretodo, un Enigma irreconocible y con toneladas de mala leche (notabilísimo Paul Dano). Un poco más desaprovechados veo a los adláteres del prota, pues ni Alfred (Andy Perkins) ni el Comisario Gordon (Jeffrey Wright) realizan un trabajo tan memorable. A grandes rasgos, el descomunal metraje permite espacio para que todos los secundarios tengan profundidad, dejando margen para que cualquier actor con ganas pueda lucirse y vaya si se quedan a gusto.


El mayor problema – quizás – del film es que toca demasiados palos. Uno acaba fácilmente confundido y no es fácil aclararse si estamos creando el mito, acabando con la mafia, luchando contra supervillanos, viviendo una historia de amor y venganza o si lo único que importa son los traumitas del protagonista. Esta dispersión obliga al espectador a esforzarse por seguir el hilo, lo cual es divertido, pero puede hacerse una tarea pesada al final de las tres horas. Lo mismo ocurre con los acertijos y la torpeza de Batman para resolverlos. No sé si es que es un novatillo o un atontao, pero se muestra especialmente obtuso a la hora de encontrar una solución y siempre se los tienen que ir resolviendo, dando lugar a algunas líneas de diálogo que son un poquito vergonzosas en algunos momentos.

Esto redunda con la desmesurada longitud del film. Reeves quiere que todo momento sea trascendente, grande y rotundo (bueno, tampoco llegamos a la grandilocuencia de Snyder, pero se queda a gusto). Está todo el rato “a tope”, incluso cuando está tomándose un café, durante tres horas. Al ver la película en el cine, salí realmente agotado, pues el metraje no respira, no descansa ni un momento. Quitando pausas al hablar y otras escenas de caminar ominosamente hacia el objetivo ahorraríamos treinta minutos, ganando mucho ritmo entre medias, seguro. Curiosamente, cuando la volvía a ver en casa (sí, a veces uno es un rato masoca) gracias a HBO, la tuve que partir en tres episodios (las noches después de cenar dan para lo que dan) y entró mucho (pero mucho) más fina. El tener un descanso entre días hacía que el gravitas se tragara mejor, resultando en una experiencia mucho más gratificante.

Además de no tomarse ninguna prisa por explicar la historia, otro problema es que la película tiene tres epílogos que llegan cuando ya estás agotado. Pero bueno, por lo menos cierran todo lo argumentalmente importante, dejando el camino abierto para una segunda parte (que se confirmó desde el segundo uno) y la posible aparición del Joker en un futuro. Después del guirigay que ha supuesto el cambio de poderes en Warner/DC, The Batman 2 fue casi la única película que sobrevivió a todos los ajustes – quizás por ir por libre desde un primer momento – aunque cambiando como veinte veces de argumento. Al final, parece que tendremos conjunción de este Batman con el Joker de Joachim Phoenix. A mí me hubiera gustado que tardaran alguna película más en juntarlos, pero comprado me tienen.

El reinicio de Batman que nadie había pedido ha acabado siendo una sólida película de súpers. Se ve lastrada por su pantagruélica longitud, lo que afecta al ritmo y al poso. Sin embargo, el esfuerzo de todo el elenco, un guión mejor pensado de lo que parece a primera vista y un director que sabe qué quiere hacer con su producto hacen de su visión una experiencia muy aprovechable. Si han de ser películas de súpers con esta enjundia, me da igual que no se busque un Universo Compartido.

 

Nota: 8

Nota filmaffinity: 6.9 

sábado, 25 de noviembre de 2023

Ni por favor ni por favora (María Martín)

Hay veces que te apuntas a Burrines y ni te acuerdas de ellos. Entonces es cuando te aparecen los libros y hay que meterlos en vereda de alguna manera. Gracias Vedacris por la organización.

Tïtulo: Ni por favor ni por favora

Autor: María Martín

“<<Los niños que terminen pueden ir al recreo>>, dice la maestra. Julia se queda sentada ensu pupitre, esperando su turno. <<Fulanita, he dicho que podéis ir al recreo>> y, como Julia permanece inmóvil, al final le explica que con <<niños>> se refiere también a las niñas. Horas más tarde, el profesor de gimnasia dice: <<Los niños que quieran formar parte del equipo de futbol que levanten la mano>>. Julia alza la mano, decidida, a lo que el profesor, incómodo, reacciona: <<He dicho los niños>>.  Julia estupefacta, no entiende nada. <<¿Pero no había dicho los niños?>>. Y así, las mujeres, desde pequeñas, tienen que aprender a deducir cuando están incluidas y cuando no. Aunque la anécdota puede parecer divertida, en realidad no lo es. Desde antes de nacer se educa de modo distinto a unas y otros, se nombran de modo diferente, se naturaliza la diferencia cultural como resultado artificial de las diferencias biológicas. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de lenguaje inclusivo? ¿Es lo mismo que lenguaje <<políticamente correcto>> o no tiene nada que ver? ¿Cómo comunicarnos sin dejar fuera del discurso a la mitad de la población? ¿Cómo expresarnos de norma correcta, amena y comprensible sin discriminar a nadie? ¿Es nuestro lenguaje sexista? ¿Y las autoridades encargadas de darle esplendor? En este libro no encontrarás propuestas extremas ni definitivas, pero sí muchas herramientas para comenzar a utilizar el lenguaje inclusivo de forma sencilla, con multitud de ejemplos y mucho humor. Porque la solución está en la punta de lengua.”

¿Y yo por qué me apunté a esto? Ni idea, no suelo disfrutar de los ensayos, pero habrá que remangarse y aprovecharlos.

¿Qué quiere el libro? Por una vez, el resumen es bastante explicativo. Es un escrito de protesta ante los desmanes que la lengua hace con los géneros gramaticales, con la idea de recomendar hacia el uso de un lenguaje inclusivo que contenga menos sexismos.

Un propósito loable. Desglosando el libro, empiezo por el mayor defecto. De su reducida longitud (150 páginas), dedica el 80% del tiempo a explicarnos porqué la RAE es machista y conservadora (que lo es, y mucho) y apenas 20 páginas que funcionan como guía de escritura hacia un lenguaje inclusivo (organizado como anexo). Diría que un reparto más equitativo de ambos temas le habría quedado mejor, pues se pierde en sus reiteraciones, criticando más de una vez un mismo aspecto del vetusto uso del lenguaje normativo. Sí, ya nos había quedado claro que los de la RAE son unos carcas, sí, no hace falta que vuelvas a ello tantas veces…

Y ahora vamos a lo bueno. Se nota un trabajo tremendo en la escritura del libro. Hay muchas horas buscando ejemplos, ideando sugerencias y explicando las claves para un mejor uso de las herramientas que permite el idioma. En conjunto, es un buen ensayo para repasar los dejes que se pudieran tener al hablar y expresarse, conminándonos a explorar un mejor uso de las herramientas del idioma.

La autora tiene un estilo muy característico al escribir, con una retranca muy bien encontrada que sorprende desde un primer momento. Entre burlas directas, chistes más o menos velados y un lenguaje un poco brutico, se hace bastante gracioso una vez entras en su humor. Reconozco que me costó un poco hacerme a ello, pero en cuanto le cogí el punto, la sonrisita socarrona estaba siempre presente. Yo creo que el mismo texto se podría utilizar casi literalmente para hacer monólogos-espectáculo sobre el tema y no dudo que funcionaría.

Como siempre en estos casos, quienes más lo necesitan no lo leerán. Quizás no le dedica tanto espacio a desarrollar estrategias lenguaje inclusivo como me gustaría, pero le da tanta cera a la RAE con tanta mala idea que se devora cosa mala. Una lectura que te saca unas risas y te hace reflexionar, que siempre va bien.

 

Nota goodreads: 3.95/5 

jueves, 23 de noviembre de 2023

Historias de la Radio

Hoy voy a entretenerme con una película algo especial, pues era una de las favoritas (o eso quiero recordar) de mi abuela. Cada vez que teníamos que quedarnos horas y horas en su casa (principalmente en verano), sacaba sus cintas de VHS y caía de manera regular. No sé cuántas veces la vi, pero seguro que muchas.

Historias de la radio es justo eso, un sentido homenaje a la radio, fuente de ilusión, entretenimiento y alegrías para los hogares de la España de los años 50. Cuando los televisores todavía no habían desembarcado en la sociedad, el mayor remedio para la soledad que tenía la gente era la radio, llenando incontables horas de ocio, distrayendo de las desgracias del día a día y alegrando a los afortunados que ganaban en los extraños concursos que aparecían en aquellos días.

Esta película funciona como un entrañable retrato de la vida de los madrileños, mostrando la ilusión que genera la radio y ser, por unos minutos, el centro de atención de toda una nación. Dirigida por Sáenz de Heredia, posteriormente uno de los cineastas referencia del franquismo, comprende una comedia capriana que muestra la parte noble de todos y nos invita a disfrutar de la vida con optimismo, que no todo está tan mal. No dudo ni por un momento que Woody Allen vio esta película para hacer sus Días de radio, aunque éste nunca haya dicho nada sobre ello.

Historias de la radio cuenta justo eso, tres historias articuladas en torno a tres concursos de un programa de radio que sirven para mostrar cómo era el día a día de los madrileños. Sáenz de Heredia muestra con naturalidad que son tiempos duros, pero en ningún momento se regodea en la miseria, simplemente muestra las cosas como son. Esto no impide que la gente viva con optimismo, con las ganas de vivir propias de aquellos que, a pesar de todas las dificultades, luchan por tener un mañana mejor para todos. Destaca, tal como hemos visto mil veces en Qué bello es vivir esa parte noble y optimista que hay en cada vecino, en cada persona que nos podemos encontrar en cualquier parte. Se trata de una película que desprende simpatía, que nos invita a ser mejores personas y ser amables, que joé, tampoco cuesta tanto. Sólo por eso ya da pie a tenerle cariño.

Las tres historias principales tienen como recurso generador la participación de los protagonistas en tres concursos de los muchos que poblaban la programación radiofónica de la época.

En la primera de ellas, protagonizada por el glorioso Pepe Isbert (para quitarse el sombrero tres veces), se premiará con una buena cantidad de dinero a la primera persona que venga disfrazado de esquimal, con trineo y perro incluido. El susodicho Isbert es un inventor que ha creado una suerte de pistón capaz de revolucionar la mecánica de la época. Sin embargo, la pobreza reinante y la poca inversión del Estado en ciencia le impide patentar su  pistón para poder mejorar a la humanidad. Así que, ni corto ni perezoso, se las arreglará para conseguir el disfraz y llegar a la emisora (con la inestimable colaboración de un divertidísimo Tony LeBlanc), una odisea de mayor dificultad que la inicialmente planteada. Provee de un chillón de risas, da un par de pedradas (ligeras) a la I+D del momento y se brinda un discurso final de aúpa.



El segundo concurso es el típico en que llaman a un número al azar y el dueño del mismo tiene que descolgar y decir las “palabras mágicas” para recibir un premio. La casualidad quiere que un ladrón (Ángel de Andrés) esté haciendo su trabajo – desvalijando una mansión – cuando le llaman. Su alegría se torna preocupación cuando debe personarse en la emisora para identificarse y recibir el dinero. Así que no tendrá otra que buscar al dueño de la casa (José María Llado), explicarle la situación y llegar, de alguna manera, a un trato. Aquí tenemos un entrañable retrato de los estratos sociales del momento y de las penurias que pasan unos y otros para llevarse un plato a la boca. La construcción de diálogos brilla, especialmente a la hora de mostrar que el ladrón roba por necesidad y no por vicio, pues en el fondo, Los ladrones son gente honrada.

El último concurso es un trivial en la que el concursante va doblando sus ganancias sabiendo que se puede plantar en cualquier momento y perderá todo si falla. El participante es un humilde maestro de escuela de un pueblecito perdido de la España Profunda. Su motivo para participar es la necesidad de conseguir el premio máximo para que así uno de sus alumnos pueda viajar al extranjero para tratar su enfermedad y vivir unos cuantos años más. Primero veremos la desesperación de la gente del pueblo (pobres todos) para encontrar una solución, retratando la miseria con la que vivía el medio rural (no es Las Hurdes y es todo muy Capriano, pero bien que se nota que no tienen nada). Luego, tendremos el concurso en sí, que construye notablemente la tensión (ríete de Slumdog Millionaire) con una resolución gloriosa de las que te levanta en el asiento.


Todo ello viene engarzado por dos entremeses que hacen las veces de unión entre relatos. En el primero, tenemos las vicisitudes del locutor (irreconocible Paco Rabal) y su ayudante (Juanjo Menéndez) en sus esfuerzos de ligoteo con chistosas consecuencias (especialmente con lo anacrónico que es todo el proceso ^^). En el segundo, dos espectadores que parecen salidos de Muchachada Nui escuchan la radio desde su casa y aportan su granito de arena surrealista sobre lo que han ido escuchando.

Me parece curioso como la película no esconde en ningún momento la miseria y la desesperación del día a día de la gente, cosa que al régimen no solía gustar de ver y exigía cambios. Supongo que, tal como hacía Berlanga, su apuesta por el humor y convertir la película, a pesar de todo, en una comedia hace que pase algo más desapercibido. Y de humor va sobrada la película. Sí, muy de su época y todo muy blanquito y muy correcto, pero descacharrante por momentos, destacando el slapstick de Pepe Isbert y su trineo (y su perro anti-aplausos) y los afiladísimos diálogos entre Ángel de Andres y Jose María Llado (me has robado, pero no, pero te he ganado un premio, pero… ). Quizás el momento más embarazoso es el dedicado a los intentos de ligoteo de los locutores, que intentan ser algo picantones y, bueno, se nota que han pasado ochenta años, con todo lo que ello implica. Algo de vergüencita ajena sí que generan.

Es una película deliciosa, con ese toque de los homenajes con cariño que hace que puedas verla con una sonrisita tonta en la boca. Sin embargo, no sé hasta qué punto un espectador cualquiera que no haya vivido esos tiempos ni de oídas, que no tenga el bagaje emocional que tengo con Historias de la radio, o no se ha tirado horas y horas con un transistor cómo único posible entretenimiento podrá conectar con la película y disfrutarla como yo lo he hecho.

De vez en cuando, es un gusto ver películas que te hacen sentir bien por dentro. Historias de la Radio es un agradable retrato costumbrista del Madrid de mediados de los 50, con historias bien contadas de gente corriente, unos cuantos chistes bien encontrados y un deje optimista que se ve con una sonrisa tonta la mar de confortable. Ah, y Pepe Isbert es la caña.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 7.2

 

  

jueves, 16 de noviembre de 2023

El plan infinito (Isabel Allende)

Libro 65 de la Cesta’13. Vamos avanzando que no es poco. Otro más de Isabel Allende, que es quién tiene más libros aquí dentro.

Título: El plan infinito

Autor: Isabel Allende

“Épica e intimista novela que desgrana la agitada vida de Gregory Reeves, (gringo criado en un gueto hispano de Los Ángeles), su paso por Berkeley, en los años de la revolución hippi, por Vietnam, por la pérdida de esperanzas y el nacimiento de la nueva generación materialista. Un libro apasionante e intenso que recupera toda la habilidad narradora de Isabel Allende.”

Una vez más en la autora, tenemos la consabida historia más grande que la vida tan característica de su estilo. Aquí, por una vez, cambiamos de ambiente, mostrando las desventuras de un estadounidense pobre, en vez de un hijo de inmigrantes o ambientarlo en cualquier país de Sudamérica. Por el resto, seguimos la consabida estructura que le hemos visto en tantas novelas: una infancia con sus cosas, salir al mundo y llevarse tortas por todos lados, una adultez en la que se cumplen (o no) los sueños iniciales y una senectud más tranquila que hace las veces de redención. Esta vez hay menos realismo mágico que en otras obras, pero el esquema general no cambia.

Siempre es agradable pisar terreno conocido, con lo que las páginas pasan agradablemente. Sin embargo, encuentro que a veces pasan cosas y otras se te cuenta que pasan cosas. Los capítulos sufren cambios de tono algo extraños casi de una página otra. Obviamente, esto genera cierta confusión y, sobretodo, da lugar a mucha irregularidad en el resultado final, con partes que se pueden disfrutar como los mejores libros de Allende y otras bastante más deficientes. Por poner un ejemplo, todo lo que ocurre en Vietnam o el esfuerzo del protagonista por fundar un bufete de abogados está más que bien contados. Pero llegamos a Berkeley o a las aventuras con Benedict y de golpe coge un tono de recuerdos no muy bien hilvanados que se hace muy cuesta arriba, como si te estuviera haciendo un resumen que no llegó a escribir a fondo. Por momentos me parece un libro a medio escribir, como si no hubiera podido cumplir con los plazos de publicación y empaquetara el libro a las bravas.

Esto no nos impida tener unos personajes bien construidos, con sus matices, sus traumitas y sus sueños.

El protagonista absoluto es Gregory Reeves, un hombre blanco y pobre, lo que le convierte en (casi) un proscrito que vive en el barrio latino de Los Angeles. El destino – como no puede ser de otra manera – le dará la oportunidad de progresar y dejar atrás a la gente con la que se ha criado, con los consiguientes problemas de desarraigo. Allende no duda en mostrarte los defectos de un sistema educativo fallido, el devastador impacto que tiene la Guerra de Vietnam en la sociedad de los 60-70, o cómo la irresponsabilidad de los 80 da lugar a pelotazos y bancarrotas inesperadas. Aunque comparte la infancia dura característica de la autora, aquí George tiene más claroscuros de lo habitual, con unos dejes autodestructivos importantes que influyen sus decisiones y marcan el devenir de su infelicidad a lo largo de los años. Inseguro y desconfiado, se muestra incapaz de expresar aprecio más allá del interés económico, lo que le causa sufrimiento. No es hasta el final (como no puede ser de otra manera) que nuestro héroe finalmente aprende que sólo a través de años de dolorosa terapia es capaz de aceptarse tal y como es, afrontando sus conflictos internos para progresar como persona.

Entre los secundarios, con tanto viene y va, no hay ninguno que tenga un especial protagonismo. Ni sus padres, ni sus hijos ni sus parejas son precisamente estables a lo largo de las páginas. De todos ellos, la que comparte más páginas es la irreverente Carmen Morales. De buenas a primeras, la mejor amiga de la infancia del protagonista, crece como una mujer llena de vida, con ganas de aprovechar todo lo que se le ofrece y más, con un punto hippie bastante desmadrado que alegra casi cada página en la que aparece. Hace muchas veces de sostén de George, levantándolo cuando este se derrumba y animándolo a seguir adelante. Me alegra que la relación entre ambos sea principalmente de amistad inquebrantable, antes que romántica. Quizás todas sus locuras le acaban saliendo mejor de lo que tocaría, pero se hace querer, teniendo los mejores momentos del libro.

La escritura de Allende sigue siendo tan encantadora como siempre y, a grandes rasgos, da lo que hemos apreciado todos estos años. Te transporta donde quiere, desde ese Los Angeles post-IIGM, al San Francisco sesentero o a los campos de batalla de Vietnam. Por otro lado, cambia continuamente entre un narrador en primera persona y uno en tercera no muy fiable (¿Quizás la tercera esposa de George?), mezclando tiempos y tonos sin asomo de coherencia o aviso. Esta irregularidad provoca cierta incomodidad al leer, especialmente cuando la narración es en tercera persona y se te avanzan cosas que ocurrirán en el futuro, se referencian cosas que ya hemos visto como nuevas, dando pequeños saltitos adelante y atrás continuamente. Pareciera que estuviera contándote las cosas tal como las recuerda y comete errores que intenta corregir luego. Es algo que hemos visto en otros libros, pero en este caso, a la estructura le falta pulido y acabo por no comprarle la cabriola.

¿Recomendaría este libro? La verdad, se me hace difícil más allá del completismo. La propia Allende tiene un buen puñado de historias más interesantes mejor contadas, siendo El plan infinito una de sus obras más flojas. A fin de cuentas, un libro bastante decepcionante, cuya irregularidad hace todavía más patente lo que podría haber sido pero no es. Sus fragmentos más inspirados aumentan las esperanzas de una buena lectura, pero es bastante plomiza en sus dos terceras partes.

 

Nota: 2

Nota goodreads: 3.75/5 

martes, 14 de noviembre de 2023

Uncharted

Después de tres películas bien seriotas, de gente sufriendo y traumitas varias, acerquémonos hoy a una propuesta mucho más ligera. En espera de que llegara Indiana Jones y su Dial del Destino, bien nos servía de quitarnos el mono de aventuras con su sustituto más meritorio, aunque sea en los videojuegos: Nathan Drake.

Hace ya unos años, en los albores de la PS3, el estudio Naughty Dog (comprobar) recuperaba el añejo aroma de los buscadores de tesoros con Uncharted, un videojuego en el que un lejano descendiente del Pirata Drake se hacía tras la pista de una gigantesca estatua de oro escondida por su antecesor. Combinaba hábilmente juegos de puzles con escenas de disparos repletas de adrenalina, todo ello aderezado con una trama bastante jachonda y, sobretodo, unos protagonistas repletos de carisma con los que daba gusto echar unas partidas.

Con el tiempo, fueron publicando un puñado de secuelas a cada cual más disfrutable que te hacían sentir casi como si estuvieras en una película interactiva, convirtiéndose en una de las sagas más vendidas de los últimos años.  Captaba a la perfección el sentido de la maravilla, el espíritu de la aventura, aunque fuera cambiando el sombrero fedora por una camiseta sudada.

Siguiendo la costumbre de los últimos años (Tomb Raider, Mortal Kombat, etc), era cuestión de tiempo que se diera luz verde a una adaptación a película, para gozo (o no) de los fans.

Lo primero que hizo enarcar las cejas a casi todos fue la extraña elección de Tom Holland para ser Nathan Drake. El personaje es un hombre de mediana edad, muy en forma, pero ya más cerca de los cuarenta que de los treina. Mientras tanto, Holland parecía ser un chavalín veinteañero. Lo mismo ocurría con la elección de Mark Whalberg para hacer de Sully, que debería rondar los cincuentaymuchos y no los… bueno, los que tiene Whalberg, aunque se conserve bien. Los productores lo arreglaron un poco diciendo que ésta iba a ser la película introductoria de los personajes, explicando cómo se conocieron, cosa que nunca se explica en los videojuegos. A la gente no le acabó de gustar, pero bueno, qué le vamos a hacer.

Así, tenemos a ambos personajes, un chavalín de recursos muy canallita pero en el fondo buena gente y un crápula capaz de vender a su madre que le enseñará todos los trucos del oficio de saqueador de tesoros. Ambos se ven implicados en una trama que busca encontrar el tesoro perdido de Magallanes, que provocó su no-retorno al Reino de Castilla durante su vuelta al mundo.

Así, tendremos una excusa para tener todos los elementos que caracterizan esta saga: Visitas a lugares exóticos que guardan secretos inesperados, un continuo de acrobacias imposibles sobre cosas que se caen de las que Drake salva (siempre) por un pelo de calvo y las correspondientes dosis de tiroteos que nunca pueden faltar en una propuesta de este estilo.

Aunque no acaba de corresponder con el perfil del personaje, tenemos la suerte de que Holland lo da todo y como al chaval le sobra carisma, sale adelante cargándose a hombros la película. Por su parte, Whalberg no parece saber muy bien qué hacer con su personaje y se dedica a poner cara irónica tras cara irónica como si ese fuera su único trabajo. Entre los secundarios no hay nadie que destaque especialmente, ni para bien ni para mal, con la mención especial de tener siempre a nuestro ANTONIO Banderas al pie del cañón. Su personaje está un poco pasado de vueltas, pero we, nos lo creemos, que le tenemos cariño.

Lo que más debemos reconocerle a Uncharted es que clava el tono del juego y se lanza sin complejos a ser un entretenimiento loco. La lógica pasa por la ventana desde el primer minuto, así que buscarle algo de sentido o decencia es una tarea innecesaria. Lo mismo ocurre con un guión con unas cuantas cosas un poco ejem que bueno, tienes que aceptar que es así y punto. Es una película para relajarse y gozar con las tontadas que te suelta. Hemos venido a ver el espectáculo y eso es lo que cuenta.

Y es que lo que se muestra en pantalla mola bastante, con coreografías de acción muy resultonas, mucho trabajo de exteriores (inusual) y un ritmo vivísimo que no deja descansar. Así, tenemos una película muy entretenida en la que no dejan de pasar cosas. Cambia de ambiente cada vez que parece que te vas a poner a pensar y hay tantas acrobacias variadas que no da tiempo a mirar el reloj. Mis felicitaciones a los responsables de escenarios y, sobretodo, a los coreógrafos, por la variedad que muestran en pantalla.  No puedo dejar de destacar la escena de la discoteca y la lámpara que se cae, o la escena del avión con los palés colgantes, puro videojuego.

Además, todo el segundo acto sucede en el Barrio Gótico de Barcelona, por lo que tiene un extra de cariño con el que mimar la película todavía más. He estado en casi todos los sitios que se muestran y no veáis la ilusión que hace ver como aquí también hay pasadizos secretos y tesoros absurdos. Aprovechan la mar de bien todos los rincones inusuales de la Barcelona Secreta. ¡Chúpate esa, Dan Brown!

Como nota graciosa, me hace mucha gracia el cameo de Nolan North (voz de Drake en los juegos) cuando llegan a la playa. Muy gracioso. Además, en castellano han aprovechado para escoger al mismo actor de doblaje, con lo que el chiste se mantiene intacto.

Pudiendo intentar ser más trascendente, Uncharted escoge ser una propuesta simpática y ningún tipo de ínfulas. Plasma el tono del videojuego con acierto, trayéndonos una historia de aventuras tal como debe ser: Divertida, no muy seria y algo mamarracha. La suspensión de la incredulidad hace horas extras y ninguno de los actores destaca especialmente, pero si alguien le pide algo más, no sé a qué juegos ha jugado.

 

Nota: 5

Nota filmaffinity: 5.6 

domingo, 12 de noviembre de 2023

Lejos de la tierra quemada

Película vista en Movistar+ que pasaba por ahí.

Lejos de la tierra quemada nos explica la historia de tres mujeres que no tienen una vida fácil en una ciudad pequeña cerca de la frontera EEUU-México. Primero tenemos a Sylvia, que regenta un restaurante y es, aparentemente feliz, pero su pasado tiene secretos que no es capaz de gestionar. Luego tenemos a Mariana, una adolescente que vive tranquila hasta que su padre muere en circunstancias extrañas. Finalmente, está Gina, una mujer madura que descubre en un amor prohibido la manera de salir de la asfixiante rutina en la que vive, lo que desembocará en una cadena de acontecimientos de funestas consecuencias.

Este juego a tres bandas va cambiando de lugar siguiendo un patrón que percibimos pero no comprendemos. Realiza un seco de la vida de las tres féminas, mostrando los traumas que arrastran unas y otras, dejando claro que la vida es dura y, bueno, hay que vivir con ello. Desde un primer momento se percibe que hay algo que une a las tres historias, aunque se hace difícil comprender el qué, más allá de la importancia de la culpa y el perdón (especialmente hacia uno mismo), y de su influencia en nuestras decisiones. Se hace especial hincapié en que no hay decisiones buenas o malas, solamente acciones y consecuencias, siendo tarea nuestra vivir con ello.

Lejos de la tierra quemada busca el artificio en una cabriola innecesaria, al estructurar la trama – que en el fondo es la arqueología completa de una relación romántica – con una complejidad gratuita que sólo parece querer complicarse la vida por motivos onanistas. En cierto modo, me recordó a Biutiful, con la que comparte conceptos y estructuras. Una vez comprobé el director, pude entender el origen de esta sensación. No en vano, Guillermo Arriaga es el antiguo guionista de González Iñárritu y tiene en su haber la firma en obras como Babel o 21 gramos. Ataca aquí su primera obra como director independiente y siente la necesidad de lucirse y demostrar lo bueno que es. Es su estilo enmarañar las tramas, provocar entrelazamientos imposibles entre seres que van y vienen, siempre en ambientes agrestes, poco amables para vivir. Se nota quizás la falta de Iñárritu tras las cámaras, que transforma este bosque en una experiencia, pues en Lejos de la Tierra Quemada se combina una puesta en escena no excesivamente lustrosa con una falta de ritmo más que notoria. Cuesta y es necesario cierto esfuerzo para no perder el interés de lo que se te está contando, con el amargo regusto de que el director quiere ser más profundo de lo que sabe.

Por suerte para él (y para nosotros), tiene la suerte de contar con tres actrices (Charlize Theron, Jennifer Lawrence y Kim Basinger) más que capaces, conscientes de un guión trabajado, que permite el lucimiento. Así, las tres protagonistas de este agreste drama se empeñan en sacar adelante sus papeles de mujeres sufridoras. Constituyen, con diferencia, lo mejor de la película, manteniendo a flote un barco que se habría vuelto demasiado indigesto en su ausencia.

Y es que sin ellas, no queda sino la sensación de estar viendo una película que has visto otras veces mejor contada. El drama compartido no destaca por su originalidad, y su fragmentada narración no ayuda a captar el interés ni sabe intrigar para que quieras seguir viendo la película.

Puede ser que no fuera el momento para ver esta película, o que mi mente esperara otra propuesta, pero se me ha hecho bastante cuesta arriba. Las cabriolas argumentales y su desnuda puesta escena no dan pie a captar el interés, a pesar de que las actuaciones muy meritorias de las tres protagonistas ayuden a hacer que este dramonazo sea algo más digerible.

 

Nota: 4

Nota filmaffinity: 6.4 

viernes, 10 de noviembre de 2023

A silent voice

 Hoy apetecía una de anime, que hace tiempo que no se pasaban por aquí.

A silent voice nos presenta la historia de dos seres solitarios. Por un lado, tenemos a Shôko Nishimiya, una estudiante de primaria que es sorda, tímida y algo apocada, que lo único que quiere es tener un día tranquilo sin causar muchos problemas a su familia. Acaba de mudarse y llega a una nueva escuela, deseando encajar con sus nuevos compañeros. Éstos, en cambio, no parecen recibir con buenos ojos a una alumna “especial”, y pronto se dedican a amargarle la existencia de los modos más imaginativos. El cabecilla de estos demonios es Shôda Ishida, un chavalín que disfruta siendo el centro de atención, regodeándose en fastidiar a la “nueva” y “diferente”. Finalmente, la cosa se sale de madre y Shôko debe trasladarse de nuevo. Años después, ya en el instituto, ambos vuelven a encontrarse. Ella sigue siendo la misma chica tímida, pero ha encontrado su hueco en el que ser más o menos feliz. Por otro lado, él ha madurado un poco y busca la redención por sus malas acciones, pero su pasado le persigue, provocando que sea el chivo expiatorio perfecto en una clase en la que nadie le dirige la palabra.

Este planteamiento se dirime en los primeros quince minutos y, luego, lo que veremos es una narración en dos tiempos, saltando de una época a otra. Así, seremos testigos de las tribulaciones de ambos personajes a lo largo de los años y cómo han llegado a ser lo que son. Esta evolución es especialmente patente en Shôya, que comprende la gravedad de sus acciones y vive desesperado por buscar un perdón y una redención que no cree merecer. Por su parte, Shôko tiene muy presente el daño que sufrió y es consciente de que no tiene porqué perdonar, aunque esto no implique que odie a su antiguo torturador o desee que sufra especialmente. Y, como remate a toda la situación, la clara reflexión de que si algunas palabras pudieran haberse dicho en los momentos adecuados –que ninguno de ellos fue capaz de expresar – se habrían ahorrado muchos sufrimientos.

Repetimos otra vez con una obra japonesa que versa en gran parte sobre el problema de la (falta de) comunicación. Os aseguro que no ha sido deliberado, no había mirado de qué iba antes de empezarla. El exquisito uso de la sordera de la protagonista (una cualidad más, no definitoria), haciendo que tanto la música como los ruidos ambientales suelen diferente cuando ella manda en la narración, reforzando la sensación de aislamiento en la que vive. Así podemos comprender todavía mejor su ansia de integrarse y ser una más sin destacar en lo más mínimo. Por otro lado, la incapacidad para expresar sus sentimientos (porque es un machote y los machotes no hacen eso) es lo que provoca que Shôta sea un payaso que necesita continuamente la aprobación de la gente alrededor, con los consiguientes problemas que ello causa para sus víctimas.

El argumento gira en torno al bullying escolar y sus consecuencias, y seguro puede dar lugar a debate sobre la capacidad de redención, la culpa y la incapacidad de escapar del rol que nos ha puesto la sociedad. No hay rastro de maniqueísmos, sino de verosimilitud y sensibilidad. La directora Naoko Yamada adapta hábilmente el manga de la escritora Yoshitoki Ôima del mismo nombre. Me gusta especialmente como el foco principal se fija en el acosador, no tanto para explicar por las causas del acoso, sino por sus consecuencias, no sólo para la víctima, sino para el agresor. La culpa y el autoodio lo acompañan a diario, mostrándose incapaz de mirar a los ojos a sus compañeros, incapaz de hacer amigos y preguntándose continuamente porqué se dedicó a humillar sistemáticamente a Shôyo en el pasado.

Repetimos otra vez en otra obra japonesa sobre el problema de la (falta de) comunicación. Os aseguro que no ha sido deliberado. Utilizando además la sordera de la protagonista (es una cualidad más, no definitoria), encontramos una interesante fábula sobre el bullying escolar, que a buen seguro puede dar lugar a debate sobre la capacidad de redención, la culpa y la incapacidad de escapar del rol que nos ha puesto la sociedad.  No escatima dureza a la hora de representar el ostracismo de los personajes, su fragilidad y sufrimiento ante las reacciones de los demás y las contradicciones inherentes a la hora de encajar en la sociedad. Especialmente en una tan estratificada y restrictiva con la individualidad como la japonesa, en la que los prejuicios y la imagen tienen tanta importancia para el futuro social de una persona. Esto provoca un sinfín de incoherencias y contradicciones en torno a las acciones y las reacciones de unos y otros. El desarrollo de estos reflejos funciona como un reloj durante gran parte del metraje, aunque quizás se hace algo reiterativo cuando nos vamos acercando al obvio (o no) desenlace. Quizás unos minutos menos hubieran aligerado la película (que puede hacerse algo bola a algunos), pero luego la potencia del final compensa el resultado.

A silent voice realiza un estupendo retrato de los personajes, mostrándose como todos son víctimas de la sociedad, unos de sí mismos, otros de acciones ajenas y los últimos de la incomprensión (voluntaria) de los demás. Comprendemos la gran evolución que tienen, siendo partícipes de sus culpas y sus traumas, de sus ansias y sueños, acompañándolos en la espiral de reproches, rechazos y frustraciones de la que no parecen ser capaces de salir.

La seriedad y trascendencia en el retrato de los personajes y el pesado desarrollo de su trama podrían hacer de la película una experiencia indigesta, pero la bellísima animación, llena de viveza y colorido, provoca una extraña disonancia que la convierte en el vehículo perfecto para narrar esta historia. Por un lado, permite suavizar las humillaciones que se muestran, de manera que nos provoquen menos rechazo. Luego, la exageración caricaturesca nos permite comprender mejor las sutilezas que rigen las acciones de cada personaje, aprovechando el lenguaje que permite el género para deformar la realidad a conveniencia, de acuerdo a como la perciben los protagonistas influidos por sus traumas. Desde las cruces que ve Shôya en las caras de los que deberían ser sus amigos al distanciamiento (sonoro y visual) con que Shîyo se relaciona con la sociedad, mostrando como sufre al ver que causa problemas a todos los que tiene a su alrededor. Los gestos y miradas de los personajes cobran especial importancia, pues siempre están sucediendo cosas en el fondo, obligando al espectador a prestar atención a todo lo mostrado en pantalla. No encontramos aquí virtuosismos imposibles ni mundos ficticios que dejan boquiabierto. A silent voice busca la realidad y la muestra con naturalismo. Puede ser bella o desagradable, pero es vívida y verosímil, con una animación fluida que funciona estupendamente.

Los primeros cinco minutos pueden llevar a pensar que tenemos un simple anime de instituto, pero pronto nos damos cuenta de que el cóctel de esta película es un drama con bullying, culpabilidad, amores tóxicos, suicidios, problemas de aceptación y búsquedas desesperadas de redención. Un pequeño bache de ritmo en sus tres cuartos no empaña una película que sabe clavarse en las entrañas, acaba por todo lo alto y da pie a debates interesantes. Merece la pena.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 7.2