jueves, 31 de julio de 2014

Tokarev

Últimamente parece que las colecciono, pero ¡otra película de venganzas! Eso sí, nada que ver. Ésta es una película que si no fuera porque el protagonista es Nicholas Cage y es famosete que si no se habría ido directamente al mercado en vídeo con toda justicia.


Nicholas Cage es un exmafioso retirado (¡) que ha prosperado como empresario de éxito (¡!), se ha convertido en un personaje respetado por la sociedad (¡!!) y vive feliz con su familia. Una noche, su hija es secuestrada por unos encapuchados, apareciendo muerta poco después. Aunque la policía parece estar haciendo su trabajo, Cage vive consumido por la rabia y decide unir a su antigua banda para hacer justicia por su cuenta. Entrando como un elefante en una cacharrería, arrasará con todo lo que encuentre para castigar a los asesinos de su hija.

A pesar de lo forzado de su planteamiento, lo único salvable de la película es su guión. Sí, visita todos los tópicos del género y goza de una buena cantidad de diálogos puerilmente chulescos, pero se desarrolla sin errores de bulto y consigue cerrar la película con un desenlace lógico, sin incoherencias. Sigue la norma bronsiana con esmero, se revientan bastantes cabezas y contiene la suficiente cantidad de lugares comunes para convertirse en trivialmente previsible. Podría ser mejor  (mucho), pero por lo menos no es catastrófico.


La sensación que deja es que la película discurriría inadvertidamente por los videoclubs y las películas de domingo tarde de Antena3 sino fuera porque su protagonista aumenta su notoriedad. No obstante, habría que preguntarse para que se necesita que Cage (a lo Steven Seagal pero con peor peinado) haga una actuación histriónica candidata y favorita a los Razzies de este año. De la misma manera, el resto del elenco no se queda atrás y queda a gusto con papeles que parecen sacados de una película porno. No sé si es que el director no sabe sacarles nada, o es que ellos se esfuerzan tan poco por la película que deja un resultado muy pasotista. Decir planos es ser generosos con ellos.

Pero es que la dirección no es mejor. Es difícil con qué quedarse. Se agradece que el ritmo con el que se reparten goles sin ton ni son sea movido, pero la combinación de cámara lenta con baile de San Vito y música pseudo-sentimental no queda bien en las escenas de acción. La banda sonora destaca por lo mal escogida que está, los puñetazos pasan a más de un palmo de las caras, las puñaladas se hacen sin rastro de sangre y algunos mensajes se lanzan con una obviedad que asusta (la manera tan sutil de decirnos que el malo es ruso es verdaderamente de traca).  Además, las sosas coreografías de tiros vienen acompañadas por errores de continuidad de bulto, con unas cuantas teleportaciones a lo largo de la escena.


De lo peor que he visto en los últimos meses, con bastante diferencia. Porque las concesiones ''badass'' no cunden como debieran, porque el desarrollo de la historia aburre y no calibra nada bien un impacto emocional que se queda igualmente en chiste, el peinado de Nicholas no se salva de ninguna manera...Si vas al cine, oye, seguro que hay opciones mejores.

Nota: 1
Nota filmaffinity: 4.1

Crítica publicada previamente en Cinéfagos


martes, 29 de julio de 2014

Un ciudadano ejemplar

No, así no. Esa no es manera de acabar las cosas. Es muy típico ver films con buenas ideas, que parten desde una premisa inicial acertada pero que luego son incapaces de generar un guión con el que desarrollarla correctamente. En esta propuesta encontramos exactamente lo contrario. El planteamiento se sumerge en los manidos tópicos efectistas de película de domingo tarde. Sin embargo, en vez de ir hacia soluciones bronsonianas, se elige un desarrollo emocionante y adrenalítico que busca convertirla en un sólido thriller. Y casi lo consiguen.


Pero bueno, vamos a entrar en materia. Clythe es, aparentemente, un hombre normal que es obligado a ser testigo de cómo su familia es asesinada. Durante el posterior juicio, el fiscal está mucho más pendiente de su carrera que del caso y cierra sin dudar un trato que da penas leves a los culpables. Durante diez años, Clythe preparará su venganza, no tanto contra los asesinos de su familia (que también) sino contra el sistema que ha permitido que éstos salieran bien parados.

Es verdad que el inicio nos lleva a una venganza sangrienta estándar (¡últimamente todo lo que veo son venganzas!), pero Gary Gray es un director que gusta de dar algo de valor añadido a sus películas, separándose siempre un poco de los cánones establecidos. Aquí la idea no es vengarse contra los asesinos, sino contra un sistema judicial que permite una “justicia” como la que él ha recibido. Es decir: va contra el juez, el fiscal, el abogado defensor… y contra todos los funcionarios que, con su trabajo, permiten el mantenimiento del sistema.

Para ello se nutre eficazmente de un guión muy elaborado que combina mala leche y un desarrollo lleno de puntazos. Transcurre con algunas inverosimilitudes tremendas, pero si hacemos el esfuerzo de creernos algunas situaciones algo exageradas, funciona notablemente bien como un thriller de intriga.

Se critica la corrupción del sistema judicial, incidiendo más en la necesidad de limpiarlo de aquellos que no hacen bien su trabajo que en la validez de la justicia individual sobre la de la Ley (que al fin y al cabo no dejan de ser las normas acordadas por la sociedad para no ir matándonos por la calle). No obstante, lo pasado de página que va deja claro que sólo sirve como punto de arranque para la acción y no una solución al problema. La idea no es sentar cátedra sino realizar un thriller sólido sin otro objetivo que pegarte al asiento (y vaya si lo hace).

El peso de la película viene sostenido por dos buenos actores como son Jamie Foxx y Gerard Butler que cumplen con suficiencia con unos personajes monolíticos a los que aportan bastante enjundia. Resulta curioso comprobar como en los diez años que se supone que transcurren en la película ninguno (pero ni uno solo) de los personajes cambia lo más mínimo, ni envejecen ni varían el peinado. La dirección es correcta, manteniendo el ritmo con suficiencia y basando el efecto a base de impactos y una tensión bien conseguida.

El problema viene con el final, los últimos cinco minutos. La película se ha mostrado sólida y eficaz durante todo el camino, te han pegado al acierto, se acerca el clímax... ¿para esto? Después de demostrar que hay oficio en el resto de escenas, es sorprendente comprobar que se concluye con tamaña chapuza. Es que el forzadísimo happy ending no tiene sentido ni relación con todo lo que hemos visto, es del todo incoherente y estropea lo que iba siendo una notable película de intriga. Y joé, que Gary Gray sabe hacer las cosas bien, no le pega concluir con un pastiche. La sensación de estafa con la que te quedas es muy grande y lo que parecía ser un final apoteósico se queda en una gran chorrada.

SPOILER: A ver, después de demostrar ser un maldito crack  que tiene todo previsto, ¿a que viene un final tan tonto y facilón? Clythe se acaba suicidando sin saberlo porque no se le ocurre que si le descubren el pastel también moverán la bomba. No hay ni un momento desesperado, ni climax, ni se trata el dilema ético que se ha ido planteando durante toda la película. Simplemente “click, uy, BOOOM”, y ya. No tiene sentido. Ninguno. Un final más acorde habría sido que Foxx vuelve a la celda y le pega dos tiros para acabar por fin con la pesadilla. Lo que se proyecta es una total torpeza. Si al menos al final de la película llega a explotarle a la niña el violoncelo, volando por los aires a Jamie Foxx, familia y medio conservatorio… FIN DEL SPOILER

En fin, es un thriller sólido, una buena película de intriga con un buen par de actores y un guión bien elaborado, que se sale de lo normal. Te da 100 minutos de buen entretenimiento y 5 minutos que son un timo y estropean el resultado. Así no se acaban las cosas, no.

Nota: Inicio de 3, desarrollo de 7, final de 1
Nota filmaffinity: 7.0


La única manera de entender el pegote es que, a punto de estrenarse, al productor no le gustaba el final y exigió que se cambiara. Por tanto, en tres días hay que reunirse, hacer el happy ending que quiere el productor y rodarlo. Y claro, queda como queda (eso si no lo ha escrito directamente el ejecutivo “por motivos comerciales”).

jueves, 24 de julio de 2014

Mil soles espléndidos (Khaled Hosseini)

Este bimestre me han “mandado” leer en la CLO este best-seller, que también resulta ser el libro Nº17 de mi cesta. Dos pájaros de un tiro.

Título: Mil soles espléndidos
Autor: Khaled Hosseini
Título original: A thousand splendid suns

“Hija ilegítima de un rico hombre de negocios, Mariam se cría con su madre en una modesta vivienda a las afueras de Herat. A los quince años, su vida cambia drásticamente cuando su padre la envía a Kabul a casarse con Rashid, un hosco zapatero treinta años mayor que ella. Casi dos décadas más tarde, Rashid encuentra en las calles de Kabul a Laila, una joven de quince años sin hogar. Cuando el zapatero le ofrece cobijo en su casa, que deberá compartir con Mariam, entre las dos mujeres se inicia una relación que acabará siendo tan profunda como la de dos hermanas, tan fuerte como la de madre e hija. Pese a la diferencia de edad y las distintas experiencias que la vida les ha deparado, la necesidad de afrontar las terribles circustancias que las rodean – tanto de puertas adentro como en la calle, donde la violencia política asola el país-, hará que Mariam y Laila vayan forjando un vínculo indestructible, que les otorgará la fuerza necesaria para superar el miedo y dar cabida a la esperanza.”

Aprovechando la biografía (ficticia pero reconocible) de dos mujeres afganas, Khaled Hosseini realiza un buen retrato de la evolución de la sociedad afgana en los últimos cuarenta años. El relato se establece con dureza, mostrando desde un primer momento la vida cotidiana en el país. La sociedad patriarcal dominante oprime con fuerza a las mujeres, reducidas en muchos casos a existir como meros muebles o animales domésticos en el hogar.

Khaled Hosseini saltó a las estanterías del éxito con el particular “slice of life” afgano que fue Cometas en el cielo, en el que combinaba sus recuerdos de infancia en Kabul con una historia pequeña, cotidiana y tierna. Rápidamente, su prosa fácil y su estilo conmovedor llamaron la atención de muchos. Su segunda novela busca con acierto la denuncia social, sin por ello alejarse de un estilo que permite al lector sumergirse en una hermosa y triste historia.

Es obvio que el objetivo del libro es llamar la atención al público occidental y servir de recordatorio de los problemas que soporta “ese país de ahí que sale en las noticias y se tiran bombas”. Se centra especialmente en las duras condiciones que tienen que soportar las mujeres y lo hace a través de dos ejemplos bien diferentes, pues ambas provienen de dos estratos y dos familias diferentes, pero ello no les sirve de nada ante los avatares del destino y, principalmente, las reducidas opciones que ofrece la sociedad afgana. La denuncia social es siempre necesaria y, evidentemente, la historia a tratar es áspera, con momentos desagradables, pero Hosseini consigue una emotiva narración, con pasajes llenos de ternura y esperanza. En todo momento transmite sensación de realismo y, a pesar de lo descorazonador de la historia, se hace fácil de leer.

Los personajes que pueblan la (no tan) ficción que crea el autor son muy vívidos, se hace fácil empatizar con ellos y aguantan muy bien el peso de la historia.

Mariam es una bastarda, nacida fuera del matrimonio y directamente repudiada por la sociedad. A pesar de haber nacido y haberse criado en unas condiciones infernales, intenta mantener siempre una actitud positiva, haciendo lo posible por ser feliz. Cuando se le “ofrece” la posibilidad de un matrimonio, ve en ello un objetivo vital: tener un marido al que querer y darle hijos. ¡Por fin su existencia va a tener algo de sentido! Sí, su futuro marido la ha comprado y ella no ha podido negarse a ello, pero todo sea por salir de la situación en que se encuentra, aunque sea a costa de convertirse en un muebla más de la casa.

Rashid es un hombre entrado en años que perdió a su familia en un accidente de tráfico. No desea otra cosa que tener una mujer que le de un hijo y le sirva en el hogar. En un primer momento le vemos contento e ilusionado por su nueva “compra” pero pronto se cansa y le impone sus tiránicas reglas. Vuelca en Mariam todas sus frustraciones y se desahoga con ella por todas las cosas que le ocurren, atormentándola y apalizándola rutinariamente. Para él, las mujeres son una molestia que hay que soportar para tener hijos, un animal doméstico más que debe obediencia y sumisión y del que abusar cuando se requiera un castigo o cuando se necesite algo de diversión. Aunque pueda parecer lo contrario, en ningún momento se le demoniza gratuitamente. Su personalidad está construida con precisión y sigue unas pautas de comportamiento coherentes con su mentalidad. No es que sea una mala persona (ejem), sino que se presenta como el hombre habitual de la sociedad, dejando claro que hay gente mejor y peor que él.

Por su parte, Laila es la hija de un profesor universitario, educada en un ambiente mucho más sano e ilustrado. Goza de una niñez tranquila y feliz que se ve truncada cuando los soviéticos invaden el país, provocando una guerra civil que durará varios años . Los estragos de la guerra causarán estragos en la familia, pero ella sigue luchando por salir adelante y progresar. La llegada de los talibanes provocará la destrucción de todas las esperanzas para las mujeres de llevar una vida digna. Laila se refugiará en casa de Rashid, encontrando un resquicio de paz, pero él sigue ávido de churumbeles y ahí continuará su pesadilla.

El libro combina el drama de una historia cotidiana, unos personajes con los que es fácil identificarse, un ritmo vivo e interesante y una encendida denuncia sobre los problemas de un mundo no tan lejano. Una vez lo empiezas, es fácil lanzarse en sus páginas, compartir las desventuras de (ya) nuestras esforzadas heroínas y comprender cómo se ha convertido en el best-seller que es. Bonito con ganas.

Nota: 8
Nota anobii: 4.5/5

domingo, 20 de julio de 2014

Old Boy

Después del especial de Cannes de Cinéfagos recordé esta otra película que, si bien no consiguió ganar el premio gordo, llamó la atención de muchos por su osada propuesta (y que llevaba años en mi lista de “pendientes”). Old boy no es precisamente un plato de gusto para todos, es fascinante y francamente diferente, pero brutalmente truculenta y desagradable. Confusa y desasosegante, golpea con fuerza en los higadillos y te somete a una experiencia de lo más rebuscada.

Salta con fuerza desde un inicio, causando un vértigo que te arrastra durante toda la película. Oh Dae-su es un hombre normal, un pobre diablo que se emborracha mientas su mujer y su hija le esperan en casa. Una noche es secuestrado y retenido durante quince años sin recibir ningún tipo de explicación. Durante este tiempo, el odio consume a Dae-su, que no piensa en otra cosa que escapar y vengarse. Sin embargo, una vez le llegue la oportunidad de hacerlo, otra pregunta perforará su mente… ¿Por qué? ¿Qué hizo él para tener que ser torturado de esta manera?

En una suerte de Conde de Montecristo pasado de rosca, toda la película se desarrolla de impacto en impacto, siguiendo un ritmo que deja sin aliento y mezclando al mismo tiempo historias mafiosas, recuerdos del pasado y sed de venganza. Park nos brinda un auténtico ejercicio de estilo (muy deudor de Tarantino) haciendo bailar la cámara con movimientos precisos y bien calculados, impecables. Con el toque de un perverso virtuoso, somos arrojados a un torrente enfermizo y tramposo donde la violencia aflora por todos lados. La cuidadísima fotografía se complementa con una banda sonora más que bien escogida y unas coreografías que han creado estilo.

Marea, golpea, rompe y rasga. Desde que Dae-su es encerrado, su condición humana va degenerando y, cuando es liberado, no piensa en otra cosa que en ver correr la sangre. Como un perro rabioso se arroja sobre sus enemigos, algo quizás visto, pero la intensidad de su venganza es desmesurada. No tanto quizás por lo que enseña en pantalla (que puede hacerse indigesto) sino por lo que no enseña y por la profundidad de su tragedia. Dae-su está consumido por el rencor hasta unos límites devastadores y su aparición es como un barril de pólvora descontrolado. Es a veces excesiva e innecesaria, con un deje gratuito que puede irritar, pero que no deja indiferente (el súper-travelling en el pasillo contra el enjambre de esbirros es absurdo, así como otro puñado de escenas, pero mola un montón).

No es una película fácil en absoluto, especialmente en una primera hora que confunde y aturde.  En ella sentimos crecer el odio y, sobretodo, la ira. ¿Cómo no odiar a un antagonista tan cruel y despiadado? ¿Por qué decide secuestrar al protagonista? Me gusta la idea de la evolución de no solo la propia película y sus personajes, sino del espectador en sí. Se embuten muchos aspectos en 120 agotadores y gestionar una artillería de puñetazo en el estómago a este ritmo no es tarea fácil. El guión es tramposo e irregular en algunos tramos, pero construye un conjunto notable, sin duda. Las frases lapidarias se mezclan con una historia de venganza en la que las motivaciones se mezclan y diluyen. Pocas cosas son lo que parecen y muchos secretos se ocultan dentro de otros secretos.


Nadie sospecha en su inicio, ni en su nudo, lo que va a ocurrir en su final, los motivos por los que se desarrolla todo el conflicto argumental… Uno de los finales más ruines que recuerdo, con escenas que no necesitan de violencia física para ser crueles y dolorosas. Cuando el filme acaba, en un epílogo realmente extraordinario, nos sentimos destrozados; el dolor que siente nuestro personaje principal, con el que nos hemos identificado durante toda la película, no tiene precio.

Con sus errores, sus pasadas de rosca y sus fumadas, es, definitivamente, toda una experiencia. 

Nota: 9
Nota filmaffinity: 7.9

Como apunte final: la venganza es una mierda. El rencor es un parasito, una parte desigual de una relación que creemos simbiótica, que sentimos pareja, de la cual nos jactamos de retroalimentarnos cuando en realidad son esos oscuros sentimiento los únicos que salen ganando tras una vida de odio y resentimiento. Pues, una vez que nos hemos vengado ¿Qué demonios queda? Nada.


Segundo apunte final: ¿y si la película acaba cuando se cierran las puertas del ascensor? Perfecto. FIN. …

sábado, 12 de julio de 2014

Piratas del Caribe: En el fin del mundo

Justo un año después de haber despedido a Jack en las fauces del kraken, llegaba la película que culminaba la trilogía. Los amigos que el infame Capitán Jack Sparrow había dejado en el mundo de los vivos decidían emprender una excursión al más allá para rescatarle y así vencer al ejercito inglés que lucha por erradicar definitivamente la lacra que representan los piratas.


Después de una floja continuación a la estupenda Maldición de la Perla Negra,  el espectador esperaba y deseaba que este bajón fuera sólo por ser la introducción al final de la trilogía. El público se arrojó a las salas para contemplar el desenlace de las aventuras del capitán Jack Sparrow, saliendo de ella con la sensación de que debería haber sido mucho mejor. Hace unas semanas comenté los elementos básicos del blockbuster. Simplemente con hacer buscarlos, hacer una película digna con ellos y afianzarse en el carisma de Jack y su cuadrilla podría haber salido un producto que llenara taquillas y contentara a los fans. Sin embargo, Disney no quiso romperse la cabeza pareció querer ir a lo fácil. De los detalles originales sólo podemos destacar los espectaculares efectos especiales, que llenan un poco el vacío de la película y permiten a Davey Jones y su cuadrilla moverse con una naturalidad pasmosa, pero ¡ay!, es lo único que se puede salvar de la misma.


Disney tira con todo a la jugada Jack + efectos especiales, le añade un ritmo vertiginoso para no dejarte pensar y lo adereza mediante acción y peleas con poco sentido pero bien coreografiadas. Pero no llega a ser  no llega a ser suficiente para ofrecer un conjunto con empaque. La historia que se propone no tiene sentido, no se sostiene por ningún lado ni guarda el más mínimo asomo de coherencia. El despropósito que se propone no parece tener otra intención que meter a los protagonistas en situaciones molonas con el coste de convertir la película en un esperpento. Incluso los personajes dejan de diferenciarse. De golpe, todos parecen cortados por el mismo patrón y se dedican a fardar de lo molones que son en todas las escenas que salen, con diálogos cuya iluminación es casi de juzgado de guardia.


Estos defectos, incluso su sorprendentemente floja banda sonora deberían hacer que ésta fuera una película que me repudiara bastante, pero debo reconocer que pocas películas me dan las risas que me pego con ella (y mira que la he visto unas cuantas veces). Sus defectos son enormes, pero no puedo evitar desternillarme con los piques infantiles entre Barbosa y Sparrow, los pobremente inspirados discursos de Elizabeth, la torpeza social de Davey Jones y, sobretodo, el estrambótico parlamento en el atolón (con Davey en un cubo de agua). Tal cantidad de intentos (fallidos) de molabilidad, acumluación de escenas de vergüenza ajena y diálogos cargados con épica gratuita consiguen que la película me pase volando, incluso cuando un personaje se flipa y se multiplica sin ningún motivo aparente (si alguien sabe el porqué, que me lo diga).



Un placer culpable, si queréis, pero el final de la trilogía fracasa como aventura épica (su propósito original), pero con resultados desternillantes (para mí). Quizás será la influencia de One Piece, pero para mí la imagen del pirata, con su pata de palo, su parche en el ojo, su cara de malo y un barco que lleve por bandera dos tibias una calavera me resulta… evocadora. Solo saber que hay un pirata ansioso de libertad, de nuevos horizontes y nuevas aventuras me hace presagiar que algo bueno va a empezar, que cualquier cosa es posible, y si sueltan tal cantidad de chorradas como estos, casi que mejor.

Nota: 5
Nota filmaffinity: 6.1 

miércoles, 9 de julio de 2014

La vida de Adèle

El tunecino Abdellatif Kechiche llevó en el último momento está película francesa a concurso  en el festival de Cannes (en unas condiciones un tanto particulares) y consiguió traerse el premio gordo a casa. La vida de Adèle no sólo triunfó en el certamen sino que se convirtió en un inesperado y espectacular éxito de ventas en Francia y en media Europa. Rodeada de polémica por su pareja protagonista lesbiana, su sexo explícito y su elefantiástica longitud, es una película que no deja indiferente a nadie.



Adèle es una joven de quince años que se está abriendo al mundo. Primeras parejas, primeras borracheras… Pero siente que hay algo en ella que no cuadra, no parece disfrutar como debería con los chicos. Una noche conoce y se enamora perdidamente de Emma. Se siente irremediablemente atraída por ella y dejará todo por conseguir su amor, lo que le ocasionará problemas con su círculo de amigos. Desde este momento, seguiremos la vida de Adèle, su paso a la edad adulta, sus sueños e ilusiones, sus errores y momentos de sufrimiento…

No estamos ante una película feminista, aunque sea un film de mujeres; ni ante una película homosexual; estamos ante una historia de crecimiento personal, de conocimiento de uno mismo, de encuentro con el deseo y de sus repercusiones. Lo que nos propone Kechiche es que seamos testigos, como buenos voyeurs, de todo lo que le ocurre a nuestra Adèle desde sus quince años hasta cerca de su treintena. Tanto Adèle Exarchopoulos como Léa Seydoux realizan un enorme trabajo, consiguiendo una pareja protagonista que no parece protagonista de otra cosa que no sea de sus propias vidas. La personalidad de cada una de ellas queda perfectamente dibujada, con todas sus fortalezas y debilidades.

Adèle, inicialmente una adolescente llena de inseguridades, hace lo que cualquier chica de su edad: se divierte, queda con chicos… pero en todo momento nota que hay algo que no cuadra. No se siente como se supone que se debería sentir ni disfruta con lo que se supone que debería disfrutar. Su falta de confianza en si misma no le ayuda precisamente, hasta que conoce a Emma. Ella, más madura, guiará a Adèle para que ésta se conozca a sí misma y se acepte como es.

Este descubrimiento del amor (y la pasión) por parte de ambas se entremezcla con una evolución psicológica de ambas. Los sucesos que tiene la vida las fuerzan a replantearse todo lo que consideran importante. Con todas las rosas y las espinas que trae una relación, los años pasan y ambas intentan llevar una vida plena, con sus objetivos y sus sueños. Mientras que Adèle deja todo por Emma y es feliz llevando una vida “menor” como simple profesora y amante enamorada, Emma necesita crear y tener proyectos, estar continuamente probando cosas nuevas y explorando lo que le ofrece la vida (lo que no quita que ame profundamente a Adèle). La cercanía con que Kechiche se centra en ambas desprende un poderoso aroma a vida que te llena y hace que sufras y disfrutes con sus avatares.

Por si fuera poco, Kenchiche disfruta de un guión muy trabajado. No sólo retrata, como el mejor de los cuadros, la personalidad de ambas sino que sus vidas desprenden realismo, una milimétrica gráfica de lo que le ocurre al corazón enamorado que busca su lugar. Aspirando a la grandeza, la narración se encuentra salpicada de abundantes insinuaciones filosóficas sobre el amor, el deseo y la libertad, (habitualmente) bien integradas dentro de la historia, como invitando a que lo tengamos en cuenta al observar (y juzgar) ambos personajes.

Rápidamente, el film se convierte en toda una experiencia. El exacerbado uso de primeros planos, con escenas compuestas con virtuosismo, nos permite conocer a fondo los pensamientos de las protagonistas, comprendiendo así a la perfección sus reacciones. Kechiche pega la cámara al rostro de su criatura como si quisiera acariciarla con ella, penetrar en su esencia y radiografiar su cuerpo e intimidad. El director trata de romper toda barrera física para introducirse inquisitivamente en su alma hasta desnudarla en toda su belleza y su miseria. El resultado es una estética que no oculta ni filtra las imágenes para mostrar, en toda su profundidad, su vida sentimental de en un ejercicio de maravilloso y carnal naturalismo. Sin embargo, la redundancia de estas escenas y la densidad de las mismas provoca que haya muchas de ellas que, realmente, no sirvan para nada. Parece a veces que el director se quiera hacer un monumento onanista para mostrar lo bien que dirige a las actrices. Después de todo, ¿para que sirve la larga escena de la playa, o las diez (que son diez) escenas de Adèle dando clase a los párvulos? Te encuentras en ellas en tensión, entendiendo que algo debe ocurrir y ocurre… nada.

Las abundantes elipsis permiten avanzar la historia, es la herramienta que se usa para implicar los cambios temporales (que nosotros debemos adivinar que suceden por contexto). Otras veces, estas elipsis incluyen un diálogo que se nos oculta, que se nos antojaría necesario conocer pero que el director decide obviar. Incluso algunas tramas desaparecen y no vuelven a tener importancia (¡). Esta falta no es casual. En una película tan milimetrada como ésta, la decisión de enseñar o no es plenamente consciente, obligando al espectador a que suponga e imagine estas escenas y estos diálogos. Una de las consecuencias de ello es que te obliga a estar atento en todo momento para evitar perderte algo, y eso en 180 minutos se puede volver agotador.

Caso aparte son las escenas de sexo. El realismo con que Kechiche muestra la relación hace inevitable que se visite la cama con asiduidad. Pero ¿acaso una escena de doce minutos de sexo explícito es indispensable? Sí, así conocemos su pasión, y no negaremos que ambas desprenden sensualidad y erotismo, pero con cinco minutos se habría transmitido lo mismo. Esta redundancia se vuelve cansina, no sólo en las escenas de sexo, si no en la cantidad de escenas innecesarias y en las abundantes ínfulas filosóficas que jalonan el metraje.

Es obvio que la película es una obra de virtuosismo. Su estructura está calculada con precisión,cada plano y cada gesto está perfectamente estudiado para mostrar lo que se desea, sin filtros, manteniendo un registro neutro que aun así es capaz de expresar, con transparencia, las emociones de las protagonistas. Sus prodigiosas actrices (que dicen haber vivido un calvario a las órdenes de un tiránico director) completan un cocktail, que, sin duda, pide ser premiado. A ello, has de sumarle la polémica causada por la innecesaria escena de quince minutos en la cama y el lesbianismo. Son dos ingredientes que rápidamente crean morbo y le añaden un plus para ganar todo lo que se les ponga por delante. Es una Palma de Oro indiscutible que hay que adjudicar a tres personas (sin duda). Aglutina ternura, amargura, belleza y vida hasta más allá del empacho.

Más allá del empacho es donde te lleva su visionado. Su desmesura y su empeño en recalcar la psicología de los personajes provocan que las escenas que aportan lo que yo al club de matemáticos de Madrid (cero) broten a mansalva. El ritmo se resiente y las tres horas se hacen MUY largas. Aunque lo que te enseñen está muy bien hecho, dilatarlo excesivamente lastra el resultado, y cuando lo que te sobra es una hora de película, acaba doliendo. Pero claro, quitando el sexo y los diálogos profundos la película se habría vendido peor (¡que la polémica da mucho juego!). Es una película que destaca y deslumbra, sin duda. No es nada fácil de hacer y hay que felicitar al tríptico (director + actrices) que la ha llevado a cabo, pero no puedo evitar quedarme con la impresión de que podría (¿debería?) haber sido más de lo que es.

Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.7