Dentro de las películas recientes
no recuerdo muchas que causaran reacciones más polarizadas del espectador. O
“es una pasada” o “es la mayor bazofia que te puedes encontrar”, pocos a mi
alrededor se alejaron de esto. Mejor o peor, está claro que no es de las
películas que deja a uno indiferente.
La película empieza siendo de lo
más sugerente. En los extravagantes años 20, los ricachones de Nueva York viven
rodeados de opulencia, disfrutando de excesos en fiestas interminables. Entre
todas ellas, destaca la que organiza Gatsby, un nuevo rico de misterioso pasado
del que nadie sabe nada. Su nombre se susurra en los rincones, ¿De dónde sacó
su dinero? ¿Quién es? Gatsby, Gatsby… Sus despilfarros superan cualquier
extravagancia, convirtiendo sus orígenes en algo legendario, casi místico…
Siguiendo los ojos de un joven
escritor con ínfulas, nos convertimos en testigos de excepción de las
delirantes celebraciones y las hipócritas relaciones que en ellas se
establecen. Por casualidad, en el momento más inesperado, encontramos al animal
mitológico, al Gran Gatsby. El pobre escritorzuelo se convertirá en complice y
conocedor del más oscuro de los secretos: ¿Quién es Gatsby?
Lo que es sonar, suena bien… Pero
cuando es Baz Luhrmann el que mueve los hilos, la cosa cambia. Este particular
realizador australiano se caracteriza por su grandilocuencia innecesaria, su
tendencia a la saturación colorista, las lagunas narrativas, su gusto por los
anacronismos y una puesta en escena extravagante y teatral. Cualquiera con un
mínimo de memoria es capaz de reconocer su estilo a los tres segundos de ver
alguna de sus películas (Romeo+Julieta, Australia, Moulin Rouge). Sabiendo de
qué pie cojea este autor es fácil imaginar que la película se va a centrar
mucho más en mostrarnos las pomposas y artificiosas bacanales de los ricachones
del momento que en la carga dramática que contienen las renuncias que hace
Gatsby para ascender a la riqueza. Mucha gente tiene sus películas entre sus
favoritas. No le vamos a negar su capacidad para fascinar, para mostrarte un
espectáculo lleno de luces y colores diferente a casi cualquier otra cosa que
puedas encontrar pero que a mí me satura pasados los cinco primeros minutos.
Los excesos se disparan por doquier, pues Luhrmann convierte los años 20 en un paraíso del hip hop, en una suerte
de opera pasada de vueltas donde se olvida que tiene a unos personajes y una
historia que ha prometido contar. El inicio evocador “Gatsby… Gatsby…” lleva a
la nada. Pasados tres minutos, conocer a Gatsby no tiene la más mínima gracia y la reiteración de las juergas en un Pachá de época no ayuda precisamente a
coger el interés. A este director siempre le ha gustado contar cosas simples de
la manera más rebuscada posible. A veces queda bien (Moulin Rouge), en otras,
el resultado es mejorable. El desparrame que realiza en este caso es de época.
Los actores bastante hacen con
aparentar estar cómodos rodeados de pantalla verde, intentando actuar en medio
del particular estilismo del director. Di Caprio, Maguire, Mulligan… se
encuentran con personajes etéreos, desvaídos y veleidosos, con personalidades
poco definidas y, en algunos casos, bastante irritantes.
Luhrmann ha encontrado su fórmula
para hacer películas, mantiene sus constantes estéticas y abusa de ella todo lo
que puede. Su propuesta es personalísima y mucha gente disfruta con ella, pero
también provoca repulsión a otra buena parte de la audiencia. Si luego no hay
una historia detrás que sustente la parafernalia, puede llegar a exasperar. Y si
pasas de las dos horas más aún. Es recargada, estúpida, exagerada y aburrida.
Puede ser bonita para algunos, pero para mí, sobrepasa el horterismo en muchos
niveles. Y es tan romántica como el eructo de una anchoa.
Nota: 1
Nota filmaffinity: 6.2
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