miércoles, 22 de junio de 2022

Godzila vs. Kong

La culminación del Universo Compartido de Godzilla es una de las mayores sorpresas que me he llevado dentro del panorama fílmico de este siglo. Pocas ideas me parecieron más descabelladas cuando se presentó y, aunque parezca mentira, han conseguido sacarlo adelante. Consiguieron que viera Kong, luego Godzilla, Rey de los monstruos y, ahora, la es turno de la batalla final ultraviolenta.

Pues es esto que los dos mayores monstruos del mundo se llevan un poco mal y quedan para hacer un Street Fighter. Como las cosas no pueden ser tan sencillas, hay un malo maloso de una siniestra compañía farmacéutica que la está liando parda y los dos contrincantes deberán dejar de lado sus diferencias para… etc. Se incluyen todos los típicos tópicos que uno pudiera concebir en estas películas. No se dejan ni medio.

Es algo que hay que tener en cuenta. SI se paga una entrada para ver Godzilla vs. Kong, pues uno ya sabe qué es lo que va a ver. Tortas como panes, destrucción por todos lados y poco sentido argumental.

Los creadores son perfectamente conscientes de ello y, tal como ocurría en sus anteriores entregas, los mejores actores son, con diferencia, Godzilla y Kong. Puede que no hagan más que gruñir, pero son los que mejor transmiten emociones al espectador. Uno, repleto de majestuosisdad y podería, mientras que el otro transmite una inesperada aura de sabiduría y dignidad. Del resto del elenco humano, están porque deben estar, pues necesitamos de ellos para contar la historia, o así. La única que destaca (y no mucho) es Millie Bobbie Brown, que aprovecha su papel en la serie más extraña para acumular papeles en la pantalla grande. Ninguno de los otros parece hacer más esfuerzo para que parezca que están haciendo algo más que esperar a su cheque, así que…


Lo más importante es que los creadores son conscientes (como en anteriores entregas) que la historia que tienen entre manos es una patata, sólo sostenida por  las ostias monstruosas de las que somos testigos. Corrigen entonces las ínfulas filosóficas que tenían las otras entregas sobre la relación humano-monstruo (naturaleza) y abraza la serie B supervitaminada (¿este concepto no sería un oxímoron en sí mismo?) con poca vergüenza y mucha simpatía. Así, tenemos un producto de entretenimiento puro que es bien consciente de ello, por lo que se dedica a ofrecernos otra entrega de Pacific Rim cambiando dos cositas.

Y ahí sí que da el do de pecho. Mola ver a los monstruacos arrearse toñas monumentales. Las peleas están muy bien diseñadas para que cada toñarro desborde fuerza, sin que pierdas la idea de lo que está ocurriendo en ningún momento. No se cortan a la hora de destruir media ciudad si la ocasión lo requiere, arrasando con unos cuantos millones de vidas humanas en el proceso. Lo dicho, unos efectos especiales apabullantes, pensados para ofrecer un torrente de tortazos molones entre monstruos gigantes, con un resultado decididamente efectivo.

Al entretenerse (un poco) menos en los problemas de los humanos, la película reduce ligeramente su longitud, apenas arañando las dos horas. No se deja nada que contar ni contiene apenas escenas pensadas para rellenar montaje. Todo está pensado para llegar a algún lugar (ejem) lógico argumentalmente, e incluso las coreografías de lucha dan sensación de progresión, sin alargar innecesariamente ninguna ronda de tortazos para mayor gloria del CGI. Así, el ritmo está bien escogido, sin llegar a aturullar ni tener valles que den pie al aburrimiento.

Claro está que las tramas “humanas” están porque deben estar. La trama de Bobbie Brown y su amigo podcaster es un despropósito tan grande que se me hace entrañable, provocando mis risas cada vez que conseguían colarse en recintos ultrasecretos de seguridad impenetrable de maneras cada vez más patilleras y descacharrantes. A pesar de su funcionalidad, la trama contiene un par de hallazgos interesantes, como el uso de la calavera de Ghidorah como si se tratara de un EVA con esteroides. La presencia de MechaGodzilla no debería pillar de sorpresa a ningún conocedor de los kaijus, pues es el único enemigo que quedaba sin usar, pero me agrada la desvergüenza a la hora de  usar una compañía farmacéutica malvada como creadores del monstruo para luchas contra Godzilla y asegurar la paz mundial (sale mal). El tropo lo habremos visto mil veces, pero jroñe, lo hacen con gracia.

Sorprende que una cantidad tan grande de decisiones buenas y una puesta en escena con tanta personalidad venga de un director sin apenas experiencia, con el remake de Death Note como único proyecto destacable, Adam Windgard aquí su mejor trabajo. Lo que fácilmente podría haber sido un refrito de Transformers se transforma en un producto palomitero perfectamente funcional.

Coge la imaginería del universo compartido que se está creando, percibiéndose un esfuerzo para ampliar el trasfondo cuadrando los detalles. Se mantiene la coherencia, consiguiendo que este despropósito conceptual funcione aceptablemente. Si lo que quieres ver es monstruos gigantes dándose tortazos, aquí los vas a tener, a lo grande, proporcionando la mayor diversión de toda su saga (lo que tampoco era demasiado difícil).


Godzilla vs. Kong  es una gargantuesca montaña de fuegos artificiales de duración muy ajustada. Sin ninguna intención de complicarse la vida, se trata de una película para pasárselo bien apagando el cerebro y disfrutando de sus efectos especiales. Plana como una hoja de papel, pero con gusto por la diversión. Aquí vas a tener destrucción, gruñidos y llaves de judo gigantescas que, a veces, es justo lo que uno desea ver.

Nota: 5

Nota filmaffinity: 5.3 

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