viernes, 13 de marzo de 2020

Glass


Después de que el obseso de los giros finales nos dejara (otra vez) con el culo torcido en Múltiple, llegó el momento en que Shyamalan cerrase su trilogía de superhéroes. Por primera vez en mucho tiempo, el público estaba expectante con una película de este director,  ansioso de saber con qué nueva pazguatada iba a intentar engañarnos.

Hemos conocido a Bruce Willis como improbable Superman en El protegido, James McAvoy se salía al componer su demente Múltiple en la película del mismo nombre. Para cerrar la trilogía cedemos ahora el protagonismo (un poco) a Samuel L. Jackson con su Don Cristal en Glass. La película nos sitúa a los tres Súpers capturados por una extraña compañía, que los ha recluído en una clínica de rehabilitación para que superen su “locura” y dejen de creer ser lo que no son. Don Cristal parece ser el único con ciertas ganas de salir, urdiendo un plan maligno que no sólo les liberará, sino que mostrará al mundo la verdad de su poder. Ahí empieza realmente el juego. ¿Son gente con poderes en realidad, o simplemente están locos? ¿Funcionan los cómics como una fantasía, o son una extraña representación de la realidad? Aprovechando el ambiente opresivo y malsano característico del autor, la película circula con una (casi) total falta de acción, avanzando a través de los diálogos, en una suerte de preguntas y respuestas muy bien hilvanadas. Se juega admirablemente con las esperanzas del espectador, pues en nuestra “realidad”, en la que reclama vivir la película, los héroes no existen, pero nosotros hemos sido testigos de según qué cosas y, sobretodo, deseamos creer. En todo momento se mantiene una ambigüedad que sólo será resuelta en su desenlace.

Asimismo, tenemos también un buen puñado de disquisiciones metacinematográficas sobre el papel de los cómics de súpers y su efecto en la realidad (y porqué deberíamos ser mejores personas). Todos los propios tópicos del mundillo son plasmados en pantalla (está muy claro que Shyamalan conoce bien de lo que habla), sólo para ser triturados al llevarse a una lucha existencial entre la fe, la necesidad de creer y el choque con la realidad.



Gozando de las posibilidades que les da el guión, los tres actores protagonistas tienen material para quedarse a gusto. Especialmente el frikazo de Samuel L. Jackson, que se sale en un personaje realmente inquietante. James McAvoy nunca se ha visto en una de súpers con tanto material para lucirse, por lo que lo da todo en todos los sentidos. Por su parte, Willis tiene al personaje más deslucido, pero tampoco queda malparado, especialmente por su habilidad para hacer frases de tres minutos con silencios de treinta segundos entre palabras, que transmite que tiene heridas profundas en su interior (o que es un poco idiota, nunca me ha quedado claro).

La curiosa puesta en escena descoloca por completo, ya que somos conscientes de estar viendo una de súpers y vamos condicionados por ello, pero no encontramos ninguno de los elementos típicos de estas propuestas. No tenemos colorines chillones, no tenemos escenas de acción descocada, no hay efectos especiales rimbombantes ni un ritmo vivo que nos impida pensar. Lo que hay es una puesta en escena sobria, pródiga en ambientes deprimentes que poco invitan al optimismo. Todo en general contribuye a generar una atmósfera de inquietud, que descoloca, en la que uno no está (de ningún modo) seguro de lo que puede suceder a continuación. Provoca fácilmente desagrado, pero no es algo que criticaría, pues se hace obvio que es un efecto deliberado a raíz de una estética muy cuidada, unos encuadres milimétricos y una puesta en escena brillantemente trabajada.


El ritmo desvaído, las pocas ganas de vivir de los personajes y la dificultad que tienen en acabar sus frases contribuyen a incomodar al espectador, obligándole a salir (a su pesar) de su zona de confort, generando confusión en vez de un espectáculo a disfrutar. Se trata, pues, de un conjunto áspero, que busca ser desagradable, sin buscar en ningún momento el espectáculo por el espectáculo. Por ello, se puede hacer fácilmente aburrido, ya que casi todo lo que vemos es gente sentada y hablando.

Lo mismo ocurre con el final. Quizás peque de buenista, pero si lo compras te deja flipando, siendo testimonio de cómo han dado la vuelta al tópico último del héroe como si se tratara de un calcetín. Por otro lado, es muy fácil sentirse timado, no compartir (o ni siquiera comprender) las decisiones de guión que se han tomado para llegar a este final. Están justificadas y muestran coherencia, pero presentan un desenlace tan anticlimático que, coñe, la de gente que salió cabreada como una mona del cine. En ese sentido, todo está muy (pero que muy) bien hecho y pensado, y todavía la gente sale enfadada. Nada nuevo bajo el sól que diríamos. Como siempre, es cuestión de comprar su historia y entrar en el juego, o no. A veces ocurre y a veces tienes ganas de tirar a Shyamalan por la ventana.



Y así acaba la trilogía de los héroes. Se trata de una aproximación inusual al género, con una seriedad que busca esconder que, realmente, se está hablando de gente con los calzoncillos por fuera que saltan de tejado en tejado. A muchos les descolocará como rompe (conscientemente) todos los tópicos del género en una serie de películas que buscan inquietar más que asombrar, con un gusto por los giros finales y un ritmo cansino marca de la casa que no deja a nadie indiferente. O lo amas o lo odias. Si gustas de este director, esta trilogía es de lo mejorcito que tiene, con todo lo bueno y lo malo de su estilo.


Nota: 7
Nota filmaffinity: 6.3

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