jueves, 26 de marzo de 2020

Infiltrados en el KKKlan


¡Todos tenemos ganas de reencontrarnos con Spike Lee en sus días buenos! Sabiendo lo que es capaz de realizar, sus propuestas tienden a dejar un poso de decepción con lo que podría haber sido pero no acaba de ser. Con este Infiltrados en el KKKlan nacido de la urgencia, de la imperiosa necesidad por devolver golpe a golpe el discurso del Presidente Trump  y su racismo sin complejos que parece haber resucitado (¿Acaso estaba muerto?), Spike Lee, militante incansable de la causa afroamericana, vuelve a los orígenes de su cine: mitad entretenimiento, mitad denuncia airada, un cine que impacta, tonto y combativo. Y esta vez hay que reconocer que sabe indignar. Esta comedia social con muy mala idea, escrita con hilo fino, se viste de thriller político, entrelazando la reconstrucción histórica con la actualidad más candente, todo ello envuelto dentro de un entusiasta homenaje a la blaxplotation de los años 70. Y por último, ¿cuál es el remate final? Darse cuenta que este inverosímil argumento, detrás de todas sus imposibilidades, ¡sucedió en realidad, perfectamente documentado!

Situémonos, estamos en 1978, Colorado Springs, un bucólico pueblecito en un lugar idílico del centro de EEUU. Hablamos, entonces, de la América profunda, quizás no es el lugar más progresista de la galaxia, principalmente en materia de mezcla de razas. El Acta de los Derechos Civiles, que prohíbe toda forma de discriminación, se votó en 1964, pero en este lugar –como muchos otros sitios en casa de Tío Sam – los movimientos de supremacistas blancos, el Ku Klux Klan en cabeza, siguen vigentes. Pero incluso fuera de estas sociedades más o menos secretas con pútridas ideologías, cuesta cambiar la mentalidad de la gente. La realidad se halla lejos de la igualdad teórica marcada por la ley, pues los afroamericanos siguen por debajo en derechos, en trato y en consideración.

Por ejemplo, en el puesto de policía de Colorado Springs se ha incorporado el primer oficial negro. Se llama Ron Stallworthy, para muchos de sus colegas, se hace dificil imaginar que un descendiente de esclavos pueda tener la mínima competencia en el cumplimiento del deber. Considerado por muchos como un daño colateral, una concesión política para quedar bien, una lacra para el uniforme, se le encierra en los archivos, con la principal tarea de resistir sin rechistar las burlas racistas de sus colegas. Pero la habilidad de Ron Stallworth reside en investigar, infiltrarse, simular, comprender y desmantelar. Llevar adelante un caso como Dios manda. La ocasión – un pequeño anuncio en el periódico local para engrosar las listas del tristemente célebre Ku Klux Klan – hace al ladrón. Haciéndose pasar por un extremista, Ron contacta al grupúsculo de supremacistas blancos, se adhiere, se infiltra y sube rápidamente en el escalafón, viendóse rápidamente en la situación de integrar la Guardia Pretoriana del condado, llegando a entrar en contacto incluso con el mandamás del Klan. Todo ello, obviamente, por teléfono y por escrito, pues no es cuestión de que le vean el pelo. Ahí llega en su ayuda Flip Zimmerman, uno de esos pocos colegas evolucionados de Stallworth, que se hace pasar por Ron en todas las citas con los demás miembros del grupo. Allí se entera de que un asalto mortal se prepara y juntos, Stallworth y Zimmerman, el negro y el judío, harán equipo para neutralizar al Klan.



Como un tren que va, desbocado, al infierno, el thriller de Spike Lee te coge por las tripas, mientras te ilustra un poco de historia del Movimiento por los Derechos Civiles en EEUU. Con un puñado de alusiones (poco) veladas a la actualidad de Trump, e hilando fino sobre los últimos años de EEUU, Spike Lee firma un mangnífico planflero que merece su premio en Cannes y sus nominaciones a los Oscar. Gozando del mejor guión que ha tenido en años  (¡Oscar!), la película está plagada de diálogos ingeniosos, situaciones desternillantes y escenas de punzante absurdez, como las reuniones entre los policías infiltrados y los surrealistas miembros del Ku Klux Klan. El tema que toca es de obvia actualidad, ¿hemos mejorado a través de los años? La respuesta sería un SI. Con un PERO gigantesco, claro.

Destacan en sus papeles los dos protagonistas, el hijo de Denzel Washington, John David Washington, se queda muy a gusto con su papel de pícaro policía, con una mezcla de morro, indignación y carisma muy bien encontrado, haciendo creíble lo increíble. Sin embargo, es Adam Driver quien borda el papel de buena persona no-racista pero tampoco  muy implicada con estas cosas que, poco a poco, va reaccionando con creciente asco a la compañía de la gente del Klan, especialmente a lo que concierne a su judaísmo, que le afecta a pesar de su poco fervor con las costumbres tradicionales.



Uno de los puntos más destacables es, como hemos comentado antes, el deje de comedia con toneladas de mala leche que no abandona ningún momento del metraje. Sorprende como es capaz de abufonar todo lo abufonable para sorprender luego con la veracidad (aunque inverosímil) de la historia.

La película tiene sus momentos. Se mezclan escenas gloriosas con otras que se pasan de obvias. Entre unos chistes y otras denuncias, de vez en cuando para la película para llevarte de la manita a un “esto es lo que pasa para que lo veas” y te lanza unos hechos a la cara cuando ser un poco más sutil habría dado probablemente un mejor resultado. Este aspecto es especialmente sangrante en su desenlace, que se convierte casi en un documental de unas revueltas en el que se pierde la importancia de una trama que venía circulando hasta entonces, desinflando el conjunto. Pareciera que en vez de concluir el thriller que ha venido contando hasta entonces, Lee decide centrarse exclusivamente en los movimientos antirracismo de los años setenta. Si la película hubiera acabado quince minutos antes, habría dejado la misma indignación y un sabor de boca mucho mejor.

Por otro lado, el epílogo con los incidentes de Charlottesville es tan gratuito como punzante, recordando que los tiempos en que los racistas campaban alegremente por las calles no son TAN lejanos (como que pasan hoy en día). Si no hubiera estado tan fuera de la película como estaba en ese momento, lo habría apreciado mucho más.


A pesar de su irregularidad, la película está muy bien llevada a cabo, consiguiendo nominaciones a Mejor Película, director, actor de Reparto (el mencionado Adam Driver), montaje y banda sonora, además de llevarse el premio al mejor Guión adaptado.

Como suele decirse en estos casos, Infiltrados en el KKKlan es una comedia que no debería ser necesaria pero que justo por ello debe existir. Sabe conjugar durante casi todo su metraje un mensaje de denuncia muy bien tirado con una comedia llena de mala idea, ilustrándonos de un hecho tan imposible que parece mentira que fuera real. A su favor trabajan dos actores que realizan estupendos papeles (a lo tonto, la de buenos trabajos que empieza a tener Adam Driver), un guión estupendamente trabajado y un ritmo que sabe enganchar durante casi todo su metraje. En su contra tiene una desmesura machacona a la hora de mostrar su mensaje y un desenlace que se relaciona poco con lo visto hasta entonces, desluciendo el conjunto. No obstante, perfectamente recomendable, tanto por su gracia como por su concepción.

Nota: 7
Nota filmaffinity: 6.4

No hay comentarios:

Publicar un comentario