Primera
escena: un virtuoso plano secuencia que nos anuncia el tono de la película. En
aparicencia, todo parece calmado, simple, tranquilo; en el fondo, todo es
sombrío, secreto, violento. Somos arrastrados inmediatamente por los retos de
uno de los films más apreciados de David Cronenberg, conocedor de los problemas
y las enfermedades, explorador de nuestros fantasmas y nuestros miedos, un
cineasta mayor, un virtuoso en lo que hace.
Su estilo es particularmente notable en esta adaptación de un cómic poco reconocible en la gran pantalla. Más allá del planteamiento del argumento, la mano del director toma el mando y se apropia de este thriller, soberbiamente clásico y elegante en la forma, pero furiosamente retorcido en el fondo. Pero bueno, no os fieis de su título. La violencia en cuestión surge raramente, aunque cuando lo hace, es de la que no se olvida. Tenemos aquí una mezcla de géneros con base en el “neo-noir” que es capaz de llevarte por un viaje inesperado.
Tom
Stall vive en Millbrook, un pequeño pueblecito de EEUU sin nada de especial,
donde nunca ocurre nada. Tiene un restaurante donde su amabilidad y su sentido
del humor hacen maravillas. En cuanto a su vida familiar, parece la ideal:
adora a su mujer Edie como el primer día, juntos forman una pareja ideal que,
además, tiene dos hijos encantadores. Jack, un chaval solitario que está
entrando en la pubertad, y Sarah, una niña de apenas 6 años. Jack no está muy
cómodo consigo mismo, cargando una ristra de inseguridades que le convierten en
un objetivo de las burlas del colegio. Su padre, un prodigio de modestia y
paciencia, no es el mejor del que obtener consejos violentos. Vemos con
facilidad que es Edie quién lleva la voz cantante en la casa, con un Tom que
vive dejándose llevar sin ser capaz de acabar nunca con una mosca,
completamente inofensivo.
Pero
un día, dos extranjeros –justo tras la famosa secuencia de obertura- entran en
el restaurante; dos atracadores impulsivos que vienen a llevarse el dinero de
la caja y no dudan a amenazar a los clientes y los empleados del lugar. Frente
al peligro y la brutalidad, nuestro hombre tranquilo reacciona por puro
instinto. Y con una precisión asombrosa, con una rapidez sorprendente, desarma
y abate a los dos malhechores. Todos los testigos de la escena se asombran por
la reacción de Tom, incluso él mismo, podríamos decir. De todos modos, un
cuchillo clavado en el pie le manda al hospital.
A
la salida, es recibido por una marabunta de periodistas que le han proclamado
el nuevo héroe del pueblo norteamericano. Como siempre ocurre, la televisión
hace correr la noticia por todo el país. En cuanto la familia de Tom Stall
parece poder recuperar un asomo de normalidad, un tal Carl Fogarty aparece de
ninguna parte. Con él, uno empieza a atisbar un pasado oscuro de Tom, que
resurge, rompiendo el equilibrio que había caracterizado su vida hasta
entonces.
La
irrupción de la violencia y sus consecuencias dentro de un mundo calmado y
sereno; las reacciones imprevistas que esta violencia tiene por efecto, tanto
para los individuos como para la sociedad por completo; la identidad puesta en
entredicho y, con ella, los fundamentos de las vidas paralelas; la transmisión
de los valores y la herencia… temas que, de un modo u otro, caracterizan la
obra de Cronenberg y que nutren este thriller en apariencia simple, pero
verdaderamente tenebroso. Reflexiones pues, que no son baladí, espléndidamente
integradas en un cuento macabro de lo más escalofriante.
Cronenberg
adapta libremente un cómic para realizar una estupenda radiografía de la
violencia y sus consecuencias, mostrando porqué puede alguien querer ser
violento y dejando bien patente sus efectos. Muestra aquí una contención
inusual en su cine, habitualmente más asquerosillo. Sin embargo, no impide que
tengamos un ambiente que se hace malsano sin necesidad de acudir a
explicaciones sobrenaturales. Una vez se rompe la calma que sostiene a la
sociedad “normal”, se abre un velo en el que la sordidez campan a sus anchas y
cualquier cosa es posible. En cierto modo, me recuerda a Terciopelo
Azul, sólo que aquí envuelta en una historia de honor y venganza, donde
los demonios de la culpa acechan desde cualquier esquina y las decisiones (los
errores y aciertos) del pasado se vienen a cobrar factura. Desde un primer
momento deja la sensación de que todo va a salir mal, porque, después de todo,
estos follones nunca acaban bien.
Resulta
curioso comprobar que la cantidad de violencia no es excesivamente grande. Casi
todo el metraje es un “se va a liar”, hasta que por fin estalla en unos
arrebatos de violencia que cortan el hipo, con una visceralidad impactante que
se ve muy pocas veces en pantalla, bien capaz de pegarte al asiento. Además,
como ya vienes predispuesto por la atmósfera, se clavan bien en la retina,
mostrando lo mucho que se puede acongojar al personal sin necesidad de sustos
facilones.
Todo
esto no saldría adelante si no es por la espectacular actuación de sus dos
protagonistas. Viggo Mortensen en uno de sus mejores papeles, aterrador a pesar
de su contención y su aparente afabilidad, y un William Hurt que se sale como
malvado amoral que está de vuelta de todo, que ordena acabar con vidas ajenas
con la facilidad que otros apagan una vela. Este último borda su papel,
culminando con un monólogo final sobre la utilidad de la violencia en la
sociedad que es toda una exhibición.
Probablemente la película de Cronenberg que parece menos de Cronenberg, pero también una de las que mejor es capaz de impactar utilizando menos adornos. La primera media hora puede costar un poco, hasta que se sitúa la historia, pero esta mezcla de thriller y relato de terror es bien capaz de atraparte y dejarte hecho un pingajo 90 minutos después. Estupendísima e impactante. Como suele ocurrir con el canadiense, no apto para corazones sensibles.
Nota:
9
Nota
filmaffinity: 7.1
Doble nominación al Oscar para la película: Mejor guión adaptado y mejor actor secundario (William Hurt), sin suerte en los premios finales en un año bastante flojete (para Brokeback Mountain y George Clooney -Syriana-, respectivamente).
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