Después de ganar los
Oscar, Birdman desembarcaba en Francia (uno de los últimos países en hacerlo) y
así yo podía ver de una vez esta película. Con tanto bombo y tanta pompa, ya
tenía muchas ganas de hincarle el diente al pájaro del año.
Han sido cuatro años de
silencio tras la particular Biutiful
pero Alejandro González Iñárritu ha vuelto a situarse en la
cime de la virtuosidad y la energía con esta alocada película que transcurre
entre los bastidores de un teatro de Breadway donde un actor Hollywoodiense
venido a menos intenta un regreso delirante. Diálogos al límite, ritmo
vertiginoso y una puesta en escena excepcional. Birdman despliega las alas y te sumerge en un torbellino.
Primera escena: Riggan
(Un Michael Keaton en uno de sus mejores papeles) de espaldas, meditando. Su
serenidad es tal que parece estar levitando… En contraste con su camerino,
desordenado, casi destruido, símbolo de nervios y agitación: Ahí está el truco.
Riggan, estrella del cine en el pasado, busca un revival redentor adaptando los
textos de Raymond Carver, reservándose un papel principal en el espectáculo que
también dirige.
Riggan sabe que es su
última oportunidad y vuelca en ello todas sus esperanzas, su dinero y casi su
vida. Por el momento, se ha quedado encasillado por su gloria pasada, ya casi
olvidada, de los tiempos en que era un súper-héroe adulado, Birdman. Cuando le
reconocen por la calle (cada vez menos), es de Birdman de quién hablan. Cuando
un periodista le pide una entrevista, es para saber por qué rechazó, hace
veinte años, su papel en Birdman4. Birdman, aún Birdman, siempre Birdman. Hay
que reconocer que el mismo tampoco se libra de identificarse excesivamente con
este papel que vampiriza su alma: está convencido (en verdad o no) de poseer un
par de superpoderes como lanzar mediante su voluntad un proyector a la cabeza
de uno de sus colegas, una jugada traidora que amenaza de echar por tierra su
ya precario espectáculo.
Por culpa de este
desgraciado “accidente” es necesario encontrar un sustituto, cueste lo que
cueste. La salud mental de Brandon, productor y contrapartida pragmática del
incontrolable Riggan, se verá aún más amenazada cuando Mike (Norton) entra en
escena. Un actor de método, brillante (demasiado), que conoce a Carver en
profundidad y que está dispuesto a todo para que su actuación sea lo más real
posible.
La personalidad del film
queda marcada desde el primer momento. Es de los que te atrapa y no te deja ir.
La secuencia zen inicial es sólo un aperitivo. A partir de ahí no hay
descansos, no hay tiempos muertos. El avance es continuo y rápido,
bifurcaciones, rizos, agitaciones, meneos y actores que transmiten
continuamente sus emociones en el escenario, en los bastidores (teatro en el
teatro) en un flujo continuo rodado como si fuera un único y demencial plano
secuencia, hasta que todo implosiona en un final apoteósico.
Diabólicamente
inteligente y decididamente eficaz, es a la vez un divertimento de altos vuelos
y un estudio sin indulgencias –incluso cruel- de los especímenes que pueblan
los espectáculos, que debaten como pueden con sus pasiones, sus deseos y su
necesidad de ser admirados. Especímenes particulares sin duda, pero muy
representativos de la humanidad. Iñárritu no deja títere con cabeza. Hay toques
de atención hacia la vacuidad de los críticos (que tienen la crítica hecha
antes de ver el espectáculo), hacia los que hacen películas para trascender (¡queredme!),
hacia los que participan en el cine de explosiones sin sentido (que gastan
dinero en tonterías), hacia el espectador que busca el entretenimiento fácil
(al cine se va a emocionarte), hacia los que ven propuestas extrañas por el
puro placer de la sofisticación (fuera los elitismos), hacia las estrellas de
youtube y sus quince minutos de fama (que no han hecho nada para merecerlos),
hacia los que alimentan a estos estrellados (que no tienen criterio), hacia los
actores divos (que no dejan de ser humanos), hacia la vacuidad de una vida
resuelta sin propósito ni aliciente y ante los idiotas que no tienen miedo de
innovar (aunque no sepan que lo están haciendo).
El fregado en que se
mete es monumental, pero el complicadísimo guión compensa todo para que sea
“fácil” de seguir. Por medio un tour de force actoral de primera línea, una
puesta en escena gratuitamente complicada y personal, un ritmo brutal y
fatigante, una mezcla entre fantasía/realidad y actuación/vida entre asombrosa
y delirante y un final redondísimo que te deja el culo torcido (que ya
comentamos AQUÍ)
Altamente satisfactoria.
De eso no hay duda
Nota: 9
Nota filmaffinity: 7.3