A
pesar de que me gustan bastante, no suelo detenerme a reseñar cómics, y menos
los de súper-héroes, pues casi siempre no son más que entretenimientos
divertidos. Me lo paso muy bien con ellos, pero tampoco acostumbran a tener
sustancia suficiente como para merecer una entrada aquí. De vez en cuando
aparece alguno por mis ojos que merece un poco más de atención, ya sea por su
enjundia o por lo bien que me lo ha hecho pasar.
Y
éste es uno de esos casos, a pesar de estar protagonizado por el héroe de Marvel
que siempre me ha caído peor. Cuando era un adolescente sobrehormonado enfadado
con el mundo que apenas hacía otra cosa que escuchar doom metal, no me acerqué
apenas a sus historias. De hecho le tenía bastante manía incluso, pues siempre
me había parecido un estirado patriótico, un poco como la versión Marvel de “la
verdad, la justicia y el sueño americano”. Una vez crecido, me sorprendí al encontrarme
que el Capitán América no es el bufón patriótico que yo tenía en mi imagen
mental.
El
estupendo trabajo de Chris Evans a la hora de dar vida al capi en el MCU ha hecho
mucho trabajo para acercarme al personaje, especialmente tras la estupenda
película de El Soldado de Invierno, casi una película de James Bond con los
Vengadores por medio. Conociendo la reputación del cómic en que se basaba,
decidí vencer mis prejuicios y acercarme por fin al tocho (14 números de grapa)
que contenía la historia de Ed Brubaker y Steve Epting.
La
primera diferencia es que el Capitán América no lucha contra una SHIELD
infestada por HYDRA, sino contra un general de la Rusia post-soviética cuyas
tropas han estado usando al Soldado de Invierno desde hace décadas en sus
conspiraciones de la Guerra Fría. Cráneo Rojo está por ahí implicado y todo el
mundo está luchando por conseguir el Cubo Cósmico (al principio creía que era
un simple trasunto del Teseracto de las películas de los Vengadores, pero en
vez de otorgar poderes casi divinos, el Cubo Cósmico concede deseos a voluntad
de su poseedor. Si. Tal como suena. Deseos. Un poquito, esto, cosas menores).
Así pues, se forma un pifostio con todo el mundo implicado y el Capi de
epicentro, un soldado muy maloso que le despierta recuerdos del pasado y la
garantía de la dominación mundial para el ganador de la partida.
Durante
sus más de 300 páginas seguiremos un estupendo thriller de espías de la Guerra
Fría con acción de primera y la sensación palpable de que se está preparando
algo muy gordo. El desarrollo es agreste para el lector de cómics habitual,
pues la trama es inusitadamente densa, apenas hay chistes que aligeren la
ominosidad de los hechos y la confusión campa a sus anchas (especialmente si
vienes de la película). Como lector curtido, no tienes ni idea de qué demonios
ocurre, pero no quieres hacer otra cosa que seguir leyendo. Además, la
construcción del Capi es impresionante, pues a su manera es uno de los súpers
más creíble que he leído en una propuesta de este tipo. Evidentemente, puede
hacérsete cuesta arriba si no buscas otra cosa que acción facilona, pero
cualquiera que pase el umbral de dedicación necesario verá su esfuerzo
plenamente recompensado. Había leído por ahí que la era de Brubaker era la
mejor etapa del Capitán América y leyendo este libro puedo empezar a entender el
porqué.
También
es obligatorio destacar el inmenso trabajo de Epting con los lápices, pues crea
un cómic que destaca por su pulcritud y su enjundia. Está el Capi y otros
súpers, pero transmite una sensación de seriedad que impone, transmite la
inquietud necesaria y representa muy bien todos los desafíos psicológicos que
debe sobrepasar su protagonista. En conjunto, todo invita a disfrutar la
lectura de todo el arco argumental, tanto para zambullirse en el intrincado
argumento como para paladear la calidad del dibujo en todas y cada una de sus
viñetas. En ese sentido, es impresionante.
Dentro
de la iconografía del personaje, este libro es también uno de los fulcros de su
desarrollo, pues consigue retrotraer brillantemente a todos los ayudantes que
ha tenido el Capi a lo largo de los años. En la primera época del Capi, allí
por los años 40, Bucky no era más que el ayudante juvenil y chistoso de las
historias primigenias, tal como fue el Robin del Batman de Adam West, un mero
vehículo para chascarrillos muy blanco y bienintencionado. Brubaker añade un
giro desasosegante esta historia al mostrarte su rol real dentro de la IIGM, relacionarlo con su trágica
desaparición de los cómics y la triste historia del destino de Jack Monroe, el
hombre que fue el segundo Bucky. Esta suerte de revelaciones venía a llenar
huecos dentro del trasfondo y estoy seguro de que tuvo que causar una buena
polémica en la comunidad comiquera de su tiempo, tanto por la identidad del
Soldado de Invierno como por la presentación del lado siniestro de un personaje
tan blanco y adorado.
Se
trata de un comic muy disfrutable para todos los que gusten de las historias en
viñetas. Incluso aquellos ajenos al personaje, que apenas tengan tres
referencias por las películas o la simple cultura general podrán encontrar aquí
un estupendo ejercicio de virtuosismo tremendamente entretenido que combina una
buena historia, acción bien llevada y una gozada de trabajo artístico. De los
imprescindibles. Y mira que no me había acercado antes…
Nota:
9
Nota
goodreads: 4.39/5
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