El representante de la CLO de este bimestre es un libro que lleva años
(pero años y años) en casa que no se ha leído por una razón: La portada es
feísima. Tan fea que siempre he considerado que sería un mal libro y nunca he
encontrado motivos para ponerme con ello, a pesar de las recomendaciones.
Parece que necesitaba un empujoncito para ponerme.
Autor: José Luis Sampedro
“Un viejo campesino calabrés llega a casa de
sus hijos en Milán para someterse a una revisión médica. Allí descubre su
último afecto, una criatura en la que volcar toda su ternura: su nieto, que se
llama Bruno, como a él le llaman sus camaradas partisanos. Y vive también su
última pasión: el amor de una mujer que iluminará la etapa final de su vida
concediéndole toda su plenitud. Una bellisísima novela sobre el eterno problema
del amor, con la verdad que ofrece un conocimiento profundo del alma humana.”
Y bueno, el libro me ha descolocado.
Las primeras 40-50 páginas me han costado. En un primer momento, no tenía
sino ganas de atizar a ese viejo carcamal y lanzar el libro por la ventana.
Pero, al igual que él, nada más conocer a Brunettino y ver como coge
protagonismo… el libro ha pasado a ser entrañable y bonitísimo.
Este abuelo atravesado ha vivido toda su vida llevando la contraria: a los
políticos, el ejército, a la policía, a su familia… Y ahora es consciente de
que le queda poco. La muerte se lo llevará pronto, lo que a él, que se siente
tan joven y lleno de rabia contra el mundo, le resulta del todo inaceptable.
Especialmente cuando además se ve obligado a dejar su pueblo de toda la vida (y
todas las rivalidades y demás piques que añadían la salsa al día a día) para ir
a vivir sus últimos días a una ciudad que no soporta y una nuera a la que odia
por haber hechizado a su hijo. No desea sino hacer la vida imposible a todo
aquel que tiene alrededor, poniendo trabas a todo y tocando las narices todo lo
que puede. Sí, al inicio es un personaje de lo más repulsivo. Sin embargo, creo
que todos somos unos malditos cascarrabias cuando nos hacemos viejos. Quizás de
un modo un tanto exagerado, pero yo he visto rasgos de mis abuelos en Bruno.
Pero cuando Brunettino entra en
escena, vemos que las cosas empiezan a cambiar. El pequeño no es otra cosa que
un bebé de pocos meses. Caga, come y duerme. Y sonríe. Y, como recién nacido
que es, tiene ganas de vivir. En él, por la razón que sea, en Bruno obra un
cambio. Encuentra, por primera vez en muuuchos años, alguien a quién querer, en
quién volcar su amor, que además es correspondido con el entusiasmo de los más
pequeños. Estos sentimientos, que creía
ya perdidos, le abrirán un mundo al que nunca había tenido acceso,
permitiéndole rememorar, nostálgico, los mejores momentos de su vida y ser
feliz por una última vez antes de irse.
Ahí es donde entra sentido el nombre del libro. La sonrisa etrusca es una
referencia a una estatua etrusca de dos amantes sonriendo (a la derecha). Para Bruno no se
trata de una sonrisa vacua, ni llena de suficiencia. No es de alegría ni de sorpresa.
Es la sonrisa de felicidad que sólo te da la satisfacción de una vida plena.
Bruno siempre hubiera deseado poder sonreír así, pero la vida es dura y él ya
ha renunciado a toda esperanza de consuelo. El efecto Brunettinico le llevará a
tener esperanzas, por primera vez, de poder esbozar esa sonrisa, la de los
amantes etruscos.
La obra gira en torno a las andanzas de Bruno, que, huraño como es, no es
que tenga mucho trato con el resto de los mortales, que quedan en un segundo
plano. Entre ellos sólo se puede destacar a la vecina Hortensia, una abuela de pueblo, como él, que es capaz de tener la
paciencia de soportarle y entender todas las excentricidades que arrastra un
viejo carcarrabias, compartiendo la incapacidad para comportarse de acuerdo a
las costumbres modernas de la ciudad.
El libro
destila ternura, tremendamente
entrañable y bonitísimo. Lo cual tiene su mérito, especialmente contando con un
protagonista de lo más desagradable que no duda en soltar su veneno mordaz para
sobrellevar sus frustraciones. A lo largo de las páginas, Sampedro se detiene
en diversos temas, sobre los que reflexiona con su humanismo y su amor a la
vida: cómo afrontar la vejez y la muerte, la necesidad de dignidad y amor en
nuestras vidas, el papel de la familia, la distinción (y necesidad) entre
cultura y experiencia. Todo ello mediante unos personajes de los que se hace
dificil no encariñarse, de tan reales y cercanos que nos son.
El mayor
problema que le veo son las 50 páginas que se tarda en empezar la historia como
tal. Bruno está desubícadisimo, recordando a las películas de Paco Martínez
Soria, mostrando con habilidad el choque cultural que se produce entre la vida
en la urbe y en los pueblos. Sin embargo, más allá de ello, todos los
personajes tienen demasiadas dosis de mala uva –especialmente Bruno-, lo que se
llega a hacer desagradable. Es muy fácil salir rebotado de esta parte y no
querer luego apreciar los cambios que se producen en toda la familia.
En La sonrisa etrusca no
hay una gran acción, ni personajes descritos en profundiad, ni, realmente, pasa
gran cosa. Además, tarda un buen rato en empezar. Sin embargo, está lleno de
vida, de cariño y de ternura. Sampedro da una gran muestra de cómo debe ser un
drama melancólico sin azucararse más que su justa medida ni caer en efectismos
fáciles. Recomendable para todo aquel que sea capaz de emocionarse con la vida
real. Realmente, lhe cerrado el libro con una sensación de paz y bienestar que es
simplemente deliciosa.
Nota: 8
Nota goodreads: 3.96/5
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