martes, 19 de abril de 2016

La sonrisa etrusca (José Luis Sampedro)



El representante de la CLO de este bimestre es un libro que lleva años (pero años y años) en casa que no se ha leído por una razón: La portada es feísima. Tan fea que siempre he considerado que sería un mal libro y nunca he encontrado motivos para ponerme con ello, a pesar de las recomendaciones. Parece que necesitaba un empujoncito para ponerme.

Título: La sonrisa etrusca 
Autor: José Luis Sampedro

“Un viejo campesino calabrés llega a casa de sus hijos en Milán para someterse a una revisión médica. Allí descubre su último afecto, una criatura en la que volcar toda su ternura: su nieto, que se llama Bruno, como a él le llaman sus camaradas partisanos. Y vive también su última pasión: el amor de una mujer que iluminará la etapa final de su vida concediéndole toda su plenitud. Una bellisísima novela sobre el eterno problema del amor, con la verdad que ofrece un conocimiento profundo del alma humana.”

Y bueno, el libro me ha descolocado.
Las primeras 40-50 páginas me han costado. En un primer momento, no tenía sino ganas de atizar a ese viejo carcamal y lanzar el libro por la ventana. Pero, al igual que él, nada más conocer a Brunettino y ver como coge protagonismo… el libro ha pasado a ser entrañable y bonitísimo.

Este abuelo atravesado ha vivido toda su vida llevando la contraria: a los políticos, el ejército, a la policía, a su familia… Y ahora es consciente de que le queda poco. La muerte se lo llevará pronto, lo que a él, que se siente tan joven y lleno de rabia contra el mundo, le resulta del todo inaceptable. Especialmente cuando además se ve obligado a dejar su pueblo de toda la vida (y todas las rivalidades y demás piques que añadían la salsa al día a día) para ir a vivir sus últimos días a una ciudad que no soporta y una nuera a la que odia por haber hechizado a su hijo. No desea sino hacer la vida imposible a todo aquel que tiene alrededor, poniendo trabas a todo y tocando las narices todo lo que puede. Sí, al inicio es un personaje de lo más repulsivo. Sin embargo, creo que todos somos unos malditos cascarrabias cuando nos hacemos viejos. Quizás de un modo un tanto exagerado, pero yo he visto rasgos de mis abuelos en Bruno.

Pero cuando Brunettino entra en escena, vemos que las cosas empiezan a cambiar. El pequeño no es otra cosa que un bebé de pocos meses. Caga, come y duerme. Y sonríe. Y, como recién nacido que es, tiene ganas de vivir. En él, por la razón que sea, en Bruno obra un cambio. Encuentra, por primera vez en muuuchos años, alguien a quién querer, en quién volcar su amor, que además es correspondido con el entusiasmo de los más pequeños.  Estos sentimientos, que creía ya perdidos, le abrirán un mundo al que nunca había tenido acceso, permitiéndole rememorar, nostálgico, los mejores momentos de su vida y ser feliz por una última vez antes de irse. 
Ahí es donde entra sentido el nombre del libro. La sonrisa etrusca es una referencia a una estatua etrusca de dos amantes sonriendo (a la derecha). Para Bruno no se trata de una sonrisa vacua, ni llena de suficiencia. No es de alegría ni de sorpresa. Es la sonrisa de felicidad que sólo te da la satisfacción de una vida plena. Bruno siempre hubiera deseado poder sonreír así, pero la vida es dura y él ya ha renunciado a toda esperanza de consuelo. El efecto Brunettinico le llevará a tener esperanzas, por primera vez, de poder esbozar esa sonrisa, la de los amantes etruscos. 

La obra gira en torno a las andanzas de Bruno, que, huraño como es, no es que tenga mucho trato con el resto de los mortales, que quedan en un segundo plano. Entre ellos sólo se puede destacar a la vecina Hortensia, una abuela de pueblo, como él, que es capaz de tener la paciencia de soportarle y entender todas las excentricidades que arrastra un viejo carcarrabias, compartiendo la incapacidad para comportarse de acuerdo a las costumbres modernas de la ciudad.

El libro destila ternura,  tremendamente entrañable y bonitísimo. Lo cual tiene su mérito, especialmente contando con un protagonista de lo más desagradable que no duda en soltar su veneno mordaz para sobrellevar sus frustraciones. A lo largo de las páginas, Sampedro se detiene en diversos temas, sobre los que reflexiona con su humanismo y su amor a la vida: cómo afrontar la vejez y la muerte, la necesidad de dignidad y amor en nuestras vidas, el papel de la familia, la distinción (y necesidad) entre cultura y experiencia. Todo ello mediante unos personajes de los que se hace dificil no encariñarse, de tan reales y cercanos que nos son.

El mayor problema que le veo son las 50 páginas que se tarda en empezar la historia como tal. Bruno está desubícadisimo, recordando a las películas de Paco Martínez Soria, mostrando con habilidad el choque cultural que se produce entre la vida en la urbe y en los pueblos. Sin embargo, más allá de ello, todos los personajes tienen demasiadas dosis de mala uva –especialmente Bruno-, lo que se llega a hacer desagradable. Es muy fácil salir rebotado de esta parte y no querer luego apreciar los cambios que se producen en toda la familia. 

 En La sonrisa etrusca no hay una gran acción, ni personajes descritos en profundiad, ni, realmente, pasa gran cosa. Además, tarda un buen rato en empezar. Sin embargo, está lleno de vida, de cariño y de ternura. Sampedro da una gran muestra de cómo debe ser un drama melancólico sin azucararse más que su justa medida ni caer en efectismos fáciles. Recomendable para todo aquel que sea capaz de emocionarse con la vida real. Realmente, lhe cerrado el libro con una sensación de paz y bienestar que es simplemente deliciosa.

Nota: 8
Nota goodreads: 3.96/5

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