No acostumbro a hacer circular por aquí los mangas, pero como estoy releyendo algunos, es posible que vengan más a menudo por estos lares. Hoy para empezar recupero uno de mis favoritos en mi juventud, que me proporcionó horas y horas de diversión y que, al recuperarlo, no me ha decepcionado en absoluto.
Kagome es una chica
de un instituto cualquiera que, un buen día, descubre que puede trasladarse a
un Japón medieval lleno de monstruos y demonios. Allí descubrirá que tiene
poderes mágicos, conocerá a InuYasha, un demonio-perro con un extraño sentido
de la justicia y unirá fuerzas con varios amigos para acabar con Naraku, el
malo-maloso que quiere que el mal triunfe.
Un argumento bien clásico que da lugar a 56 tomos de manga muy disfrutables. Rumiko Takahashi enfoca el manga como un compendio mini-historias estilo monstruo de la semana que ocupan 7-8 números de media, en las que se aprovecha para ampliar el plantel de personajes, avanzar un poco la trama general y profundizar en la imaginería sin prisa, pero sin pausa. Cada historia tiende a ser interesante de per-se, proporcionando buenas aventuras continuamente. Quizás no inventa nada, no presenta nada especialmente original. Su humor y sus personajes son muy deudores de Ranma ½ (la obra anterior de la autora). Pero la aventura y el sentido de la maravilla funcionan a la perfección, el ritmo es puro gozo y cada una de las aventuras entra con una facilidad pasmosa, permitiéndote devorar tomos sin enterarte.
Aunque sus
personajes tienen un carácter marcadamente arquetípico, pronto se nota el
carisma con el que la creadora les ha dotado, haciéndose querer fácilmente.
Desde casi un primer momento los organiza a base de parejas “románticas” al
modo japonés (que no pegan ni con cola y no se atreven a decir cuánto se aman),
estableciéndose un sistema de roles bastante divertido con el que sacar un buen
puñado de chistes incluso en los momentos menos esperados.
La primera pareja es
la protagonista: InuYasha
es el perfecto protagonista del shonen masculino: bocazas, valiente y
malhumorado, pero siempre leal a los suyos y dispuesto a esforzarse por que
triunfe el bien. Su relación con Kagome es siempre conflictiva, porque tiene
una especial habilidad para meter la pata, además de ser estúpidamente celoso,
como marcan los cánones. Por su parte, Kagome
es
el personaje que más cambia a lo largo de la obra. Empieza siendo una tímida y
remilgada estudiante a la que la aventura va cambiando, volviéndose poco a poco
más valiente y decidida, especialmente a medida que va dándose cuenta de su
amor por Inu-Yasha.
Luego tenemos a los
dos mejores amigos que completan el grupo “de los buenos”. Miroku
es un monje bonzo que cumple el rol de mujeriego y salidorro que tiene que
haber siempre en un manga japonés. Es quizás el personaje más cargante de
todos, ya que durante casi toda la aventura sólo sirve para hacer chistes
verdes, pero al final se le da una trama que lo redime un poquito. Sango
es una cazademonios con unos cuantos traumitas a sus espaldas, pues perdió a
toda su familia tras la traición de su hermano pequeño (que está con los
malos). Al principio sufre la vergüenza por ello y no se cree merecedora de
luchar por el bien, pero pronto las “atenciones” de Miroku la hacen
reconciliarse consigo misma..
Finalmente, tenemos
a Sesshomaru
y a Rin,
la pareja más polémica. Sesshomaru es el hermano mayor de Inu-Yasha, un demonio
de pura raza, con unos cuantos siglos a las espaldas. En un primer momento
parece el malo, pero pronto se torna ese personaje siniestro que en realidad está
con los buenos. Rumiko retrata muy bien (es el personaje más trabajado con
diferencia) a un ser inhumano, alejado de los estándares que nosotros
esperaríamos, con una arrogancia desmedida (al que nunca le bajan los humos) y
unos intereses que no siempre podemos comprender, pero siempre aparte de lo que
podríamos considerar como humano. La única persona por la que parece
interesarse es Rin, una pequeña niña de unos ocho años, a la que salva de una
matanza. Es y se comporta como una niña que idolatra a su salvador. Pronto
veremos que en realidad está enamorada y que, encima, ese amor es correspondido
(estos japos), con el consiguiente problema moral que ello conlleva.
Personajes con
bastantes defectos, quizás, pero que se hacen querer a su modo (y mucho).
InuYasha
no
tiene grandes arcos argumentales como otras sagas, pero sí se puede dividir en
cuatro partes más o menos diferenciadas:
En la primera se nos
presenta el mundo y, a base de monstruo semanal, se va añadiendo algo de
trasfondo. Argumentalmente no tiene una especial enjundia, pero entra tan bien
que no se le pueden hacer muchos peros.
Posteriormente, se
nos confirma a Naraku
como el súper-maloso y tenemos unos veinte tomos en que se lucha contra sus
“secuaces” de confianza (una especie de reencarnaciones suyas).
De golpe, nos
olvidamos de Naraku y el manga se transforma en un Shonen más tradicional con
la aparición de los Demonios de la
Montaña, una suerte de mercenarios que van en contra de los buenos, lo que
provocará una serie de luchas muy convencionales pero bien resueltas que molan
un puñado.
Finalmente, tenemos
la lucha final contra el malo maloso.
Entremedias, siempre
tendremos un pequeño interludio en que Kagome va al mundo real e intenta
adaptarse a volver a vivir en sociedad (mal), con resultados normalmente
desternillantes.
El conjunto es una
diversión desmesurada, que en ningún momento te cambia la vida o te saca la
lagrimita, sin una especial trascendencia, pero que te permite devorar tomos
con una facilidad pasmosa. Entra TAN bien que cualquier defecto queda bastante
diluido.
En resumen, un buen
shonen con todo lo bueno y lo malo del manga de los 90. Quizás no esté en el
Olimpo de los mangas a leer sí o sí, pero cualquiera que lo haya leído lo
recordará con cariño y una sonrisita en los labios. Al final, constituye un
divertimento de primera que, a pesar de sus defectos, constituye todo un gozo
de leer.
Nota: 8