A estas alturas, Ricky Gervais es un comediante de
referencia cuando hablamos de desnudar el alma humana y demostrar que todo
puede ser convertido en chiste: Desde las humillaciones de de Extras ,
pasando por los chorrocientos monólogos de su Show, hasta la mala
idea que destina su personaje en la serie que hoy nos ocupa. Oh, The Office.
Cuánta bilis, cuánta acidez y cuánta mala leche pasada de vueltas para,
al mismo tiempo, ser tan patéticamente realista.
Hay que reconocer que es una serie muy suya. Se aleja de los estándares actuales de sexo,
violencia, intrigas y caritas guapas para ofrecernos un mockumentary tan humano
y tan descarnado que no podemos sino estarle agradecidos. Es que es la
pura realidad.
Que abandonen toda ambición los que aquí entren… Parece
ser el lema inscrito en la puerta de entrada de una empresa papelera que hace
de hábitat de un submundo tan conocido como odiado: el de aquellos empleados
encerrados en un trabajo aburrido, que se soportan con más o menos cariño y
contienen las ganas matarse unos a otros antes de acabar la jornada laboral.
Es una empresa papelera, pero podría ser cualquier
oficina. Un ambiente gris y falto de cualquier estímulo hace de nido a un
puñado de personajes desangelados que seguro conocemos de nuestro día a día.
Todo el que haya trabajado en una oficina verá aquí representado lo peor de la
fauna del lugar: El jefe tóxico, el trabajado esforzado (y pelota), el vago
rematado, el que sólo está para ligar, el que lo único que quiere es que pasen
sus ocho horas de rigor… El patetismo
descarnado de una rutina sin sentido condensado en una serie con toneladas de
realismo que no hace sino conseguir que perdamos la fe en la humanidad.
Como en cualquier oficina, el centro de todo es el jefe.
En este caso, el rey de la función es
el jefe que NUNCA quisiera tener. David Brent (brutalérrimo Ricky Gervais) se convierte en un
personajillo inolvidable: Es irritante,
patético y carismático. Da gusto odiarle y paladeas cada momento en que mete la
pata, especialmente cuando compruebas que la expresión “¡Es que no se puede ser
más idiota!” es para él un desafío. Esta mezcla de Geofrey Baratheon y
Torrente es un miserable egocéntrico que se cree gracioso mientras suelta
bromas sexistas y racistas a costa de sus empleados mientras no tolera que
absolutamente nadie se ría de él. Porque sabe que él es mejor. Sabe que es el
puto amo en todo y que no ha llegado más lejos porque los demás le tienen
envidia y conspiran en su contra. Es sorprendente comprobar como cualquier
pequeña crítica a su persona se transforma en una catarata de pavoneo
desaforado.
Ricky Gervais guioniza, dirige,
produce y al mismo tiempo es el actor ideal para el papel. Su actuación es tan impresionante que, entre la
vergüenza ajena y la indignación que provoca, llegas incluso a tener un
poco de lástima de este bicho tan lleno de patetismo (lo odiamos a muerte, pero
si no te da cosita cuando está disfrazado de avestruz es que no tienes
corazón).
Cada capítulo de esta serie (son apenas 12) describe
un evento cotidiano de la vida laboral: la llegada de un nuevo
compañero, unas birras después del curro, una inspección de trabajo… Nada interesante en apariencia, pero la nada
cotidiana se convierte en un una descacharrante ocasión para perder la fe en la
humanidad cuando vemos a Brent liarla parda, ya sea reventando una
sesión de coaching por puro aburrimiento, disimulando a regañadientes su
racismo, asqueando a los demás con sus prodigiosas técnicas de seducción o
dejando a todo el mundo patidifuso en una charla motivacional simplemente
inolvidable. Los dos arcos argumentales que articulan cada temporada son
relativamente nimios, una mera excusa para que podamos reconocernos a nosotros
mismos en el escenario viendo como Gervais pervierte la rutina laboral y la
convierte en motivo de choteo para gozo y risas del personal.
Risas que, por otro lado, no suenan en el “público”.
¿Desde cuándo una comedia abandona las risas enlatadas? Desde que se decide
rodar la serie imitando un Mockumentary.
Un desafío que se podría considerar una temeridad, pero a Gervais le sirve para
ahondar en las miserias humanas, desnudando corrosivamente el cinismo y las
ganas de morbo gratuito del que vivían (y viven) los montones de realities
que pueblan las televisiones británicas (y de todo el mundo). Donde unos
ponen carnaza, él añade un humor muy cabrón del que no te deberías reír, pero
ante el que no puedes evitar la carcajada. La idea es poderosa y no podemos
negar que consigue su cometido, la parodia es perfecta, devastadora incluso.
Sin embargo, se vuelve algo pesada a la
que intentas ver más de un capítulo seguido, pues sus anodinas tramas y el tono
descarnado y neutro no ayudan a coger con ganas una comedia tan
desesperanzadora con la especie humana. Tanta miseria e hijoputismo junto acaba
deprimiendo al más pintado.
El éxito de público y crítica
en el Reino Unido provocó la aparición de un remake estadounidense, protagonizado por el siempre inspirado Steve Carell. El
espíritu es el mismo, pero se abandona completamente la idea documental para
componer una comedia mucho más canónica.
Muy recomendable, divertida y llena de gamberrismo, pero un producto con
un espíritu completamente diferente.
The Office (UK) son apenas 6
horas con las que conocer a un puñado de perdedores inolvidables y reírte de
toda la podredumbre que nos rodea. La verdad es que hay que tener muy mala baba para reírse con esta serie.
Ricky Gervais es perfectamente consciente de ello. Y por ello nos lo pasa por
la cara continuamente. Pedazo de cabrón ^^.
Nota: 6, 7
Nota filmaffinity: 7.6
2 temporadas de 6 capítulos de 25min cada una (¡un suspiro!)
Publicado previamente en Cinéfagos AQUI
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