En mi línea de tachar películas que llevan casi veinte años en mi lista de pendientes… Que conste que estoy intentando mejorar en esto.
Mediados de los ochenta. Charlie Wilson es uno de tantos congresistas de los EEUU que disfruta de su cargo haciendo lo menos posible y divirtiéndose tanto como pueda. Simplemente, debe parecer ocupado para disimular que no se pierde una fiesta. Para están comisiones, subcomisiones… En esto que consigue meterse en una que busca el “desarrollo de sociedades libres en el Oriente Medio” o algo así, con el noble objetivo de hacer escuelas en Afganistán. Podría haber vivido tranquilo, pero cuando los soviéticos deciden invadir el país, un avispado agente secreto de la CIA ve en Charlie Wilson al tonto útil con el que inyectar dinero a los muyaidines que lucharán contra la URSS sin importar si por ello muere mucha gente. Por medio, una dama de la alta sociedad con demasiado tiempo libre decide aprovechar sus muchos dineros para convertirse en “alguien” dentro de la política yanqui, utilizando a Charlie Wilson como el tonto útil para perseguir sus fines. De esta lucha de poderes surgirá la mayor operación de guerra encubierta de su tiempo.
La guerra de Charlie Wilson es un amargo retrato de los entresijos de la política exterior de EEUU, siempre siguiendo una extraña mezcla de intereses, casualidades y neuras varias, de manera que aldeas solitarias cobran una importancia capital, o maletines extraviados, fiestas de alto copete, polvos de distinto pelaje… A grandes rasgos, crear un problema que no existe para luego proporcionar la solución equivocada que sólo servirá para que alguien se llene los bolsillos. Bajo un férreo guión de Aaron Sorkin encontramos una crónica ácida de las vergüenzas de la política yanqui, con el resquemor eterno de saber que ocurre pero no poder hacer nada para evitarlo.
Sorkin es uno de los pocos guionistas que son reconocibles a los cinco minutos de ver sus películas. Abuso de diálogos rapidísimos, conversaciones de pasillo y subtexto no demasiado disimulado, su reputación le precede y en este caso no va a ser menos. No deja títere con cabeza en su crítica de este compendio de malas decisiones que luego provocó tantos quebraderos de cabeza al país entre el 2000 y el 2015. El cine-forum posterior comentando la jugada y reflexionando sobre todos los melones que se abren es casi obligatorio.
Para asegurarse de que el mensaje que deseaba es respetado, Sorkin convenció al veteranísimo Mike Nichols (cuyos mayores éxitos se remontan a los 70, como El graduado o ¿Quién teme a Virginia Woolf?), amigo suyo y presto a filmar con firmeza tocando lo mínimo posible. En este sentido, refleja muy bien la tensión de las conversaciones de pasillo, acertando con el chascarrillo amargo en el momento oportuno y aprovechando el gran elenco de que se ha rodeado. En cambio, falla un poco (bastante) más en las escenas de acción, que se ven faltas de la fuerza necesaria para tener un efecto más impactante. Así, queda una película de un ritmo extraño que exige cierto esfuerzo por parte del espectador para no perder el hilo y apreciar todos los subtextos (muchos) que Sorkin imbuye en la película. No pierde el tiempo en presentaciones de los altos cargos, por lo que, encima, se hace necesario haber hecho los deberes (o hacerlos a posteriori) para distinguir quién es quién y las implicaciones que tienen sus palabras.
Lo que sí tiene es un puñado de actores de primera que se gustan cosa mala al saber que tienen un buen guión entre manos. Charlie Wilson está interpretado por Tom Hanks, en uno de los primeros papeles que le recuerdo en que es una mala persona. Acierta por completo al mostrar al patán vivalavirgen que sólo quiere escurrir el bulto pero cuyo egoísmo le mete en un follón que le supera. Por su parte, Julia Roberts está estupenda como burguesa aburrida que quiere pasarse el Juego de Tronos. No obstante, es Philip Seymour Hoffman quién roba cada escena en que aparece con su cínico, retorcido y fanático agente secreto dispuesto a cualquier cosa por la LIBERTAD y la GLORIA de su país. Es un gustazo apreciar la impliación de todos y cómo un director capaz les saca partido con acierto. La academia premió a Hoffman con una nominación a actor secundario, que acabó perdiendo contra Javier Bardem de No es país para viejos (es que, vaya añete).
Sorkin haciendo cosas de Sorkin. Obviamente, una pasada para el que disfruta del peculiar estilo de este guionista que sabe imponerse a cualquier director que le ponen delante. Es un gozo disfrutar de los afilados diálogos repletos de mala leche que ponen el foco en lo que ocurre tras las bambalinas de la política estadounidense. Pero sigue siendo Sorkin haciendo cosas que Sorkin. No hay ningún esfuerzo por hacer la película más accesible o amena para el espectador. Como las lentejas, o las tomas o las dejas y su tendencia a quedarse entre el documental y el thriller le pesa un poco. Ni Sorkin ni Nichols saben decidirse por un tono concreto, lo que provoca que el ritmo se resienta con excesivos baches y se tenga cierta tendencia al aburrimiento a la que no te interese el tema.
No
nos confundamos, La guerra de Charlie Wilson es una propuesta de lo más
aprovechable. Tienes un puñado de actores de primera dándolo todo, unos
diálogos marca de la casa con toda la amargura de su creador y una enorma
capacidad para indignar que le sienta estupendamente. Un ritmo mejor medido y
unas escenas de acción más rotundas podrían mejorar el conjunto, pero el
resultado es de los que no dejan indiferente.
Nota:
7
Nota filmafinity: 6.2