domingo, 16 de marzo de 2025

Outrage

Después de una de samuráis, seguimos con otra de japoneses que se matan, aunque sea otro rollo.

Estamos en una de Yakuzas y Outrage nos presenta al jefe de uno de los principales clanes de la mafia que sospecha que tiene un traidor entre sus allegados, por lo que necesita hacer una limpieza. Por su parte, Kitano es un cargo intermedio que acaba de salir de la cárcel y solamente quiere tranquilidad. Sin embargo, su reputación de implacable responsabilidad y su inquebrantable lealtad le convertirá en moneda de cambio ideal para dirimir quienes son de fiar en la familia. Obviamente, Kitano no está muy por la labor de morir al servicio del clan, por lo que el conflicto deriva en una sangrienta guerra civil dentro de la organización.

Cualquier espectador acostumbrado a los estándares de EEUU notará desde un primer momento que la película no sigue los cánones habituales. Kitano (director, guionista y actor principal) apuesta aquí por una puesta en escena minimalista, reduciendo los aderezos al mínimo, con diálogos exiguos, personajes hieráticos y explicaciones inexistentes. Es necesario poner interés para atacar cabos y entender las motivaciones de unos y otros personajes.

A ello se suma una acción seca, desagradable, sin toda la parafernalia molona a la que estamos habituados. No hay coreografías, persecuciones o tiroteos masivos donde todo explota. Aquí llega uno, pega tres tiros, devuelven los que pueden, un par de chorreos de sangre y gente que cae al suelo, con una impersonalidad que asusta. Parece preparada para incomodar y mostrar la futilidad de las muertes por honor, el ojo por ojo y la estupidez de los altos mandos que juegan con sus subordinados como si fueran fichas del parchís.

Para hacer las cosas más difíciles, el argumento es enrevesado, e incluso escamotea deliberadamente diálogos importantes (que se revelan a posteriori). Si encima los personajes son parcos en gestos y diálogos, se hace difícil saber en qué bando está cada personaje (en el suyo, jé). Además, los giros de guión no están puestos “donde deben”, pues Kitano sigue sus criterios y estos no son los que estamos acostumbrados, lo que provoca que no siempre sea fácil saber hacia dónde quiere ir la película.

Pero bueno, luego tienes a Kitano con cara de mala leche, arreando tiros como si no hubiera un mañana y se te cambia la cara, que esto mola un montón. El avance del metraje va en consonancia con el aumento de la vorágine sangrienta que nos tiran a la cara y se le perdona casi cualquier cosa.

Al final, lo que tenemos es una película muy diferente, realizada con un modo de hacer al que no estamos acostumbrados. Kitano mantiene las horteradas cercanas a cero y aumenta la testosterona al modo japonés. Esta propuesta minimalista condensa en muy poco espacio una historia de mafias, disparos y mala leche creando una atmósfera muy particular, lo que no impide que pueda hacerse indigesta a cafeteros menos avezados en “cosas rarunas”.

 

Nota: 5

Nota filmaffinity: 6.2 

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