viernes, 6 de mayo de 2022

Perfect Blue

 Aunque ya conocía a Satoshi Kon, a raíz del programa de Cinéfagos que tenéis AQUÍ en el que repasamos toda su filmografía, me tocó volver a ver sus películas (¡qué suplicio!) y, ya puestos, que se pasasen por aquí. Así que, en las próximas semanas, tendréis un poquito de mucho anime. También volví a ver Tokyo Godfathers, pero de esa tenéis la reseña aquí.

Aunque ya han pasado treinta años desde su estreno, el vértigo que provoca todavía el visionado de Perfect Blue es apoteósico. Ver o volver a ver la primera película de Satoshi Kon provee de la ocasión de darse cuenta de hasta qué punto el joven realizador (28 años en el momento de su estreno) ya era todo un visionario: En el seno de un estupendo thriller hitchcockiano yace un torbellino metafísico que abraza poco a poco los miedos engendrados por la virtualización en las redes, sin limitarse a ser un simple discurso. Perfect Blue no es otra cosa que la primera materialización seria –y una de las más brillantes- de las bases del imaginario del siglo XXI.

La película nos cuenta la historia de Mina, una joven cantante miembro de una banda de J-Pop que decide abandonar la canción para convertirse en actriz. Poco después de su decisión, descubre un blog de autor desconocido en el que su vida es desgranada hasta el más mínimo detalle, mientras que una serie de extrañas muertes se suceden a su alrededor. El culpable parece obvio: un fan taciturno e inquietante que la sigue allá por donde va. Pero no pasará mucho tiempo hasta que ella se pregunte si es posible que ella misma sea la asesina.


Con sus giros copernicanos, sus derivas paranoicas, sus estallidos de violencia y sus escenas con doble sentido, el film evoca abiertamente el cine de autores tan característicos como Brian de Palma o el inevitable David Lynch. Desde el punto de partida de la trama, el personaje siniestro que persigue a Mina cámara en mano e incluso los inquietantes cambios de cara de los personajes… Perfect blue se impone como un thriller a tener muy en cuenta con una intriga perfectamente cincelada. Pero es más que eso, por el vértigo que crea, por los interrogantes que genera, es un faro dentro de la animación japonesa. Una película que encuentras cuando buscas las influencias de los demás, antes que al revés.

Satoshi Kon juega con nosotros. Es fácil sufrir con la protagonista, ingenua y vulnerable, pero a medida que seguimos las pistas nos invade la confusión y la emoción. ¿Quién nos engaña? ¿Hay alguien que sea sincero en este mundillo? Y luego la película se acaba y nosotros hemos estado 81 minutos anclados a la pantalla. Una pasada. El mayor acierto (uno de ellos) es el habilidoso uso del narrador poco fiable, pues muchas veces lo que vemos no es lo que ocurre, sino lo que se nos cuenta que ocurre, o lo que la protagonista entiende de ello. Este aspecto cobra nuevo sentido cuando comprendemos que Mina no está siquiera segura de su memoria y que, por tanto, no siempre podemos confiar en lo que se nos cuenta. La realidad se difumina entonces con la ficción, jugando con el espectador en un maremágnum en que se hace difícil establecer una separación entre la historia de la película que realiza Mina, la realidad y lo que ella está imaginando. Es a partir de sutiles detalles de fondo (colores, figuras…) con las que el autor de indicaciones de “dónde” estamos, difuminando incluso este código cuando la confusión aumenta y es nuestra tarea entender qué se nos está contando y qué se nos oculta. 

La animación contribuye a generar toda esta confusión. Parte de un tono muy realista, que adolece de los años que tiene, pero que funciona a la perfección. Por un lado, permite aportar la seriedad que una trama tan impactante impone, se aprecia seria, sin amago de las caricaturas tan típicas de otras propuestas más ligeras; por otro lado, permite hacer juegos de manos llenos de virtuosismo para pervertirte ese realismo generando escenas inquietantes, capaces de desconcertar al más pintado. No hay más que ver la incomodidad que genera la escena de la violación (simulada) de la película. Sabes que está actuando, sabes que es falsa, joé, es de dibujos, pero revuelve por dentro, ya que no solo es impactante, si no que conoces por todo lo que Mina está pasando y entiendes lo mucho que significa esa escena para ella (para nosotros). Un ejemplo de sutilidad en unas capas y obviedad en otras que se requiere un toque de talento sorprendente de un creador tan joven como Satoshi Kon.

Así a modo de interludio, me produce cierta ternura la escena de Mina entrando en Internet por primera vez, aprendiendo lo que es una página web o como se utiliza el correo electrónico. ¡Eran otros tiempos!

Cualquiera que tenga un poco de bagaje en los thrillers de principios del 2000 seguro encontrará muchas escenas que han encontrado inspiración en Perfect Blue. Éstas son especialmente obvias en la filmografía de Darren Aranovsky, con escenas casi calcadas en Requiem por un sueño (el apuñalamiento) o en Cisne Negro (casi media película). Llega hasta tal punto que el director estadounidense compró los derechos de la película de Kon para curarse en salud y evitarse líos de juicios…


Así tenemos una película cortita, pero repleta de suspense, muy cruel y enrevesada, cargada de razones para resultar incómoda. Esto no impide que se trate de un estupendo thriller que te clava al asiento y no te suelta hasta su desenlace (que también tiene cola). Una joya del género que sorprende al provenir de un director novato que apenas había dirigido un par de capítulos de JoJo’s, que afrontaba aquí su primer proyecto “con libertad”. Lo dicho, una pasada con todas las letras y con honores.

 

Nota: 10

Nota filmaffinity: 7.5

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