sábado, 16 de octubre de 2021

Fievel y el Nuevo Mundo

Siempre me hace ilusión recuperar una de mis películas favoritas cuando era un churumbel. A veces me he llegado algún chasco al revisitarlas, pero el retorno a esta deliciosa película de dibujos animados ha sido genial.

A través de un guión palpitante, lleno de acontecimientos, se las arregla para presentar a los más pequeños temas serios y fascinantes, con referencias históricas más que abundantes y pertinentes. El ratoncito Fievel, héroe de esta aventura, es un digno representante de los varios millones de judíos que abandonaron Europa del Este entre 1880 y 1920, víctimas de la miseria y los malos tratos, para unirse a los países de Europa Central y Occidental y, sobretodo, los Estados Unidos, el nuevo mundo, la nueva tierra prometida.

Hete aquí entonces una fábula bien rica e instructiva, bien envuelta con una animación de alta gama, divertida y cautivadora. A los niños les encantará, y luego tendrás algo de lo que hablar con ellos…

Estamos, pues, en la Rusia de 1885. En las grandes planicies congeladas del Este, los aldeanos temen las incursiones de los cosacos que saquean y queman todo a su paso. Un poco más abajo, justo bajo los pies de los humanos, hay otro pueblo que sufre también: el de los ratones. En vez de ataques cosacos, son los gatos quienes siembran el terror en las de las pequeñas bestias. Entre las víctimas recurrentes de la violencia felina está la valerosa familia Ratonkewitz: Papá, Mamá, Fievel y su hermanita Tanya. Un día, hartos de la situación, deciden huir, partir a los Estados Unidos de América, donde, según la leyenda “las calles están hechas de queso y los gatos están prohibidos”. El viaje está lleno de peligros, Fievel se queda aislado durante la travesía y deberá buscar a los suyos en las cloacas de Nueva York, esa ciudad inmensa, llena de peligros desconocidos, traición y… ¡Gatos!

Ver esta película con la edad adecuada es una experiencia gratificante, en una época en la que las producciones fuera de Disney tenían mucha más calidad que las producidas en la “casa de los sueños”. A cargo del proyecto está un artesano que había salido rebotado del estudio por “ver coartada su libertad creativa”. Don Bluth aprovechó sus primeros diez años de independencia para brindarnos un puñado de películas (En busca del valle encantado, Todos los perros van al cielo) que combinaban una modesta producción artesanal con unos diseños bellísimos y unas historias que trataban con respeto a los más pequeños, acercándoles la realidad de la vida de manera que puedan comprenderla.

Fievel y el nuevo mundo acerca a los más pequeños el drama de la emigración, reflejando con brillantez los recuerdos y el cariño hacia lo que se deja atrás, la incertidumbre ante lo que vendrá, los peligros del nuevo sitio (y la mala gente que inevitablemente hay allí), mostrando como aferrarse a los valores y a las tradiciones que uno lleva dentro es una tendencia común como manera de afrontar el miedo. Todo ello sin dejar de ser una película para los más pequeños en ningún momento. Tiene narices hacer unas “Uvas de la Ira” infantil. La película sirve de desmitificación de las Raíces que crearon América, un símil magistral de cómo los gatos (los poderosos, los fuertes, los privilegiados) abusan de los ratones (los débiles, comiéndoselos literalmente). No obstante, también se deja espacio para recordar que no se puede juzgar a una persona (o un ratón) por su apariencia, como demuestran los personajes de Tigre o el de Honorio S. Rata.

Todo ello se consigue a través de un personaje adorable, al que deseas conocer cuando tienes 6-7 años. ¡Es que realmente se comporta como si fuera un humano de esa edad! Ojo padres, que igual os toca conseguir un roedor para vuestros churumbeles (cosa que los míos nunca lo hicieron a pesar de mi insistencia).

Es una pequeña joyita de la animación, tan bien diseñada como creada, con un deje artesanal muy reconocible de los ochenta, componiendo unas escenas realmente inspiradas: la tormenta en el barco, la fiesta de los gatos, los primeros vistazos a Nueva York… Además, transmite con brillantez los sentimientos de cada uno de los personajes para que podamos apreciar sus pensamientos sin siquiera verlos (siempre me emociono con la primera mirada de Fievel al nuevo mundo, llena de esperanza…).

Aparte de su modestia, quizás lo que más se le puede achacar es que es hija de su época. Está escrita en los ochenta, lo que se nota en los referentes y, sobretodo, en la manera de crear a los personajes femeninos. Pero bueno, si lo comparamos con las películas Disney de la época (Los rescatadores, Taron y el Caldero mágico), son cosas más que perdonables, pues las mejora en el resto de apartados sin problema.

Su duración está ajustada con precisión de relojero. 77 minutos contando las letras en las que se te cuentan muchas cosas, sin por ello dar la sensación de apelotonamiento o aceleración. Se desliza con brillantez impidiendo que los pequeños se aburran. Te despistas y se ha acabado.

Como buena hija de su época, tiene su buena dosis de canciones, bellamente compuestas, entre las que destaca la cancioncita de los tejados de Nueva York, bien capaz de sacar la lagrimita a algún padre despistado que hubiera por allí.

SPOILER El final es un deus ex machina gigantesco, pero bueno, esta historia tiene que acabar bien. FIN DEL SPOILER

En conclusión, una película ideal para los más pequeños de la casa. Contiene todos los dejes de su época, pero intenta ir mucho más allá de lo esperable en una propuesta infantil. En su modestia, goza de un buen mensaje, una animación muy cuidada y una duración ajustada para divertir a unos y no hartar a otros.

 

Nota: 8

Nota filmaffinity: 6.4 

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