No sólo de estudio Ghibli vive la animación japonesa. La figura de Mamoru
Hosoda se está convirtiendo en una de las más prominentes del cine de animación
japonés. Ya desde su primer film, La chica que saltaba a
través del tiempo, sentaba las bases de una obra original e innovadora,
anclada en las tradiciones culturales de su país, pero al mismo tiempo bien
firme en la sociedad actual, con una mirada dirigida al porvenir del mundo.
Cuatro años después, llegó Los niños Lobo,
en el que Hosoda nos hacía partícipes de las vicisitudes de una madre coraje
que lucha por la supervivencia de sus hijos. En este caso, con El niño y la
Bestia, nos lleva a través de un viaje iniciático realmente inusual, que ha
aunado el éxito de público y de la crítica, formando incluso parte de la
sección oficial del festival de San Sebastián, además de estar entre las
preseleccionadas para los Oscars a película de animación y de habla no inglesa.
Durante el anochecer, mientras que la población vuelve de su jornada
laboral, un pequeño huérfano se refugia entre los sombríos callejones de la
ciudad. Lleno de dolor y odio por una sociedad que lo ha abandonado, atraviesa
un portal interdimensional y llega a un mundo poblado por bestias. Este mundo,
reverso idealizado del Japón de la era Tokugawa, no puede ser más diferente a
la bulliciosa Tokyo: es luminoso, lleno de vida y optimismo. Es allí donde se
encontrará a Kumatetsu, un oso con muy mala leche que decidirá entrenarle en
las artes marciales, quiera el pequeño o no. Kumatetsu es consciente de que los
humanos no tienen lugar en la comunidad animal, pero entrenar al niño, recién
renombrado como Kyuta, se convierte en su acto de rebeldía ante una sociedad
que considera rígida y caduca. Con los años, la relación entre ambos cambiará
y su evolución constituye una de los grandes temas de la película,
especialmente cuando Kyuta crezca quiera volver a visitar a los humanos de los
que había renegado.
Con sus animales dotados de palabra y su
encantadora imaginería, El niño y la Bestia recuerda a las fábulas de
LaFontaine o de Perrault, educando a la juventud mientras la hacen soñar. Si bien su historia es, inicialmente, una trama clásica de aprendiz y
maestro, pronto ahonda en contenidos
filosóficos, sociales y humanistas, ilustrados a través de los planos y
diálogos de la película. No sólo se plantea la relación alumno/maestro
(hijo/padre) y la necesidad del primero de acabar por abandonar el nido y vivir
su propia vida, sino que afronta la crianza de una persona en ausencia de
referentes, en qué el pequeño, sin nadie de quién aprender, busca donde sea un
sustituto para la figura paterna que le permita desarrollarse como persona,
esforzándose por conseguir superarse y ser mejor que el día anterior. Por si
fuera poco, también incluye una historia más típica de un shonen, con
vueltas y revueltas en las que se enfatiza en la necesidad de luchar contra
nuestros miedos y los sentimientos negativos, además de la búsqueda de la
amistad y el amor como parte del aprendizaje que nos lleva a ser personas
completas.
La puesta en escena de El niño y la bestia es
original e inventiva, abrazando con fuerza la imaginería de los cuentos de
hadas con cariño y gusto. Construye una Ciudad Animal creíble y
reconocible desde nuestro mundo. Como una suerte de anacronía, evoluciona con
nuestro universo pero se mantiene independiente, orgullosa de su idiosincrasia
y ávida de remarcar las diferencias entre el brutal pero noble mundo animal y
el civilizado pero inhumano mundo real. La
abundancia de planos de belleza y lirismo denotan el cariño con el que se ha
realizado.
El mayor problema que le veo a
la película es su –a mi entender- fallida elección del público objetivo.
Demasiado compleja y profunda para el público infantil, corre en riesgo de aburrir a los más pequeños al incidir con insistencia
en temas que les son ajenos. Por otro
lado, su frescura juvenil y sus convencionales primeros minutos echarán
para atrás a espectadores más curtidos, que encontrarán poco interés en
lo que parece un, en apariencia, simple torneo de artes marciales.
Sin embargo, su preciosista animación y la
inesperada profundida de una historia llena de giros son perfectamente capaces
de sumergirte en un universo lleno de vida que da gusto visitar. Fuera del estudio Ghibli existen cineastas con talento y Hosoda es uno de
ellos. Quizás no sea una película que
estará en los tops del año, pero sí es una propuesta realizada con talento a la
que vale la pena echar (y disfrutar de) un visionado.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.1
Publicado previamente en Cinéfagos AQUI
Me gusto mucho la critica. Es justo lo que esperaba leer, estaba leyendo otras criticas y nadie le daba en el palo que yo me di cuando vi la película. Pero vos si, entonces ya me siento mas entendida.jaja. Si, me parecio una pena la verdad que cometa esos errores porque a mi parecer podia prometer mucho mas.
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