jueves, 30 de abril de 2015

Birdman

Después de ganar los Oscar, Birdman desembarcaba en Francia (uno de los últimos países en hacerlo) y así yo podía ver de una vez esta película. Con tanto bombo y tanta pompa, ya tenía muchas ganas de hincarle el diente al pájaro del año.

Han sido cuatro años de silencio tras la particular Biutiful pero Alejandro González Iñárritu ha vuelto a situarse en la cime de la virtuosidad y la energía con esta alocada película que transcurre entre los bastidores de un teatro de Breadway donde un actor Hollywoodiense venido a menos intenta un regreso delirante. Diálogos al límite, ritmo vertiginoso y una puesta en escena excepcional. Birdman despliega las alas y te sumerge en un torbellino.

Primera escena: Riggan (Un Michael Keaton en uno de sus mejores papeles) de espaldas, meditando. Su serenidad es tal que parece estar levitando… En contraste con su camerino, desordenado, casi destruido, símbolo de nervios y agitación: Ahí está el truco. Riggan, estrella del cine en el pasado, busca un revival redentor adaptando los textos de Raymond Carver, reservándose un papel principal en el espectáculo que también dirige.

Riggan sabe que es su última oportunidad y vuelca en ello todas sus esperanzas, su dinero y casi su vida. Por el momento, se ha quedado encasillado por su gloria pasada, ya casi olvidada, de los tiempos en que era un súper-héroe adulado, Birdman. Cuando le reconocen por la calle (cada vez menos), es de Birdman de quién hablan. Cuando un periodista le pide una entrevista, es para saber por qué rechazó, hace veinte años, su papel en Birdman4. Birdman, aún Birdman, siempre Birdman. Hay que reconocer que el mismo tampoco se libra de identificarse excesivamente con este papel que vampiriza su alma: está convencido (en verdad o no) de poseer un par de superpoderes como lanzar mediante su voluntad un proyector a la cabeza de uno de sus colegas, una jugada traidora que amenaza de echar por tierra su ya precario espectáculo.

Por culpa de este desgraciado “accidente” es necesario encontrar un sustituto, cueste lo que cueste. La salud mental de Brandon, productor y contrapartida pragmática del incontrolable Riggan, se verá aún más amenazada cuando Mike (Norton) entra en escena. Un actor de método, brillante (demasiado), que conoce a Carver en profundidad y que está dispuesto a todo para que su actuación sea lo más real posible.

La personalidad del film queda marcada desde el primer momento. Es de los que te atrapa y no te deja ir. La secuencia zen inicial es sólo un aperitivo. A partir de ahí no hay descansos, no hay tiempos muertos. El avance es continuo y rápido, bifurcaciones, rizos, agitaciones, meneos y actores que transmiten continuamente sus emociones en el escenario, en los bastidores (teatro en el teatro) en un flujo continuo rodado como si fuera un único y demencial plano secuencia, hasta que todo implosiona en un final apoteósico.

Diabólicamente inteligente y decididamente eficaz, es a la vez un divertimento de altos vuelos y un estudio sin indulgencias –incluso cruel- de los especímenes que pueblan los espectáculos, que debaten como pueden con sus pasiones, sus deseos y su necesidad de ser admirados. Especímenes particulares sin duda, pero muy representativos de la humanidad. Iñárritu no deja títere con cabeza. Hay toques de atención hacia la vacuidad de los críticos (que tienen la crítica hecha antes de ver el espectáculo), hacia los que hacen películas para trascender (¡queredme!), hacia los que participan en el cine de explosiones sin sentido (que gastan dinero en tonterías), hacia el espectador que busca el entretenimiento fácil (al cine se va a emocionarte), hacia los que ven propuestas extrañas por el puro placer de la sofisticación (fuera los elitismos), hacia las estrellas de youtube y sus quince minutos de fama (que no han hecho nada para merecerlos), hacia los que alimentan a estos estrellados (que no tienen criterio), hacia los actores divos (que no dejan de ser humanos), hacia la vacuidad de una vida resuelta sin propósito ni aliciente y ante los idiotas que no tienen miedo de innovar (aunque no sepan que lo están haciendo).

El fregado en que se mete es monumental, pero el complicadísimo guión compensa todo para que sea “fácil” de seguir. Por medio un tour de force actoral de primera línea, una puesta en escena gratuitamente complicada y personal, un ritmo brutal y fatigante, una mezcla entre fantasía/realidad y actuación/vida entre asombrosa y delirante y un final redondísimo que te deja el culo torcido (que ya comentamos AQUÍ)

Altamente satisfactoria. De eso no hay duda

Nota: 9
Nota filmaffinity: 7.3

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