Fringe se
mueve en el extraño límite entre el plagio y la identidad propia, funcionando como una extraña combinación de Lost y Expediente X. En ella se mezclan los sinsentidos y el
gusto por el cliffhanger salvaje de la serie de náufragos con el esquema de
monstruo semanal sobrenatural de los que saben que la verdad ahí afuera.
Acumula una indecente cantidad de incoherencias y padece baches salvajes de
ritmo incluso dentro de un capítulo pero, de alguna manera, es capaz de
aguantar con todo lo que le echen y dejarte con un gusanillo que te pide seguir
un capítulo más de un sentido a la fumada de esta semana.
A diferencia
de Expediente X, aquí no hay nada paranormal ni mágico. Fringe se
reviste de un armazón de pseudociencia que otorga barra libre a los guionistas.
Para liarla todo vale y cualquier
animalada es perfectamente aceptable siempre y cuando sean capaces de darle una
explicación científica plausible(aunque sea inventada).
Repasa todos y cada uno de los tópicos habidos y por haber de la ciencia
ficción barata: teletransportación, telepatía, mutaciones, virus letales e
incluso viajes interdimensionales, pero se las arregla para parecer inteligente
y elegante en todo momento. Arrastra una trama de conspiración tan
gratuitamente enroscada que parece imposible de explicar, la tergiversa y la
retuerce a conciencia, ignorando cualquier atisbo de coherencia bajo la promesa
de “todo tendrá una explicación a su debido tiempo (o no)” y vive en una
continua huida hacia adelante que ya se ha convertido en distintiva de las
series de Abrams. Pero esto no es Lost, ya que su esquema de
capítulos autoconclusivos con fragmentos escondidos de información y sus giros
de guión cada vez más desesperados mantienen el tinglado en pie y no exige esa
explicación final que tanto defraudó a los fans isleños. Los guionistas se permiten incluso realizar
un par de resets duros a la serie (del tirón), y encima, les queda bien.
En la ciencia-ficción, el científico loco es el calzador supremo, es el alfa
y la omega. Consigue a tu chiflado perfecto y cualquier animalada cobrará
sentido. Walter Bishop no es más que un secundario, pero es la molécula
primigenia donde gira la serie. Su comportamiento excéntrico y delirante
es un chorro de agua fresca y sus ocurrencias guardan sorpresa tras sorpresa,
ya sea pidiendo comida en medio de una autopsia, olvidando el nombre de su
ayudante (a lo largo de las cinco temporadas) o relajándose con buenas dosis de
LSD. Sí, la acción gira en torno a la dura y eficaz Agente Dunham y al
ocurrente Peter Bishop, experto en todo, pero es Walter el que genera y da
consistencia al trasfondo de la serie que, en definitiva, es lo que la mantiene
en pie. Aunque cuando no hay
rastro de lógica en los hechos y pasen “demasiadas cosas raras”, estos tres
personajes sirven de ancla para que el universo (el que sea) siga siendo
reconocible y encontremos una referencia que de sentido a lo que
estamos viendo. Las consecuencias de jugar con el espacio-tiempo
son inesperadas y tienen conexiones que no podemos imaginar tanto para nuestro
universo como los alternativos, en el futuro, en el pasado, flipando con los
Monty Python o dentro de nuestras mentes. Pero una vez has aceptado las
excentricidades de la serie, no tienes más que acompañar a un científico loco
tan peligroso como adorable, una agente del FBI de armas tomar y un
sabihondo que guarda demasiados secretos bajo la manga para disfrutar
de 45 minutos de entretenimiento semanal.
Que sí, que
si te paras a analizar la trama, hace aguas por todos lados, pero la serie
sigue molando igual.Cada capítulo sigue
un mismo esquema de flipada semanal independiente –un inicio brutal,
investigación policial, pajas mentales científicas, un clímax y una conclusión
con pequeñas pistas sobre la trama- que da lugar a episodios que entran muy
bien pero que no parecen tener mucha conexión entre sí. Parece
incluso como si hubiera tres equipos diferentes de guionistas que desarrollan
la trama por su lado –incluso resucitando personajes sin ninguna razón ni
explicación- y al final de la temporada se escoge la trama que mola más y se
concluye con ella –y bien-. La coherencia interna es casi inexistente, pero…
¿qué importa? Los tres
protagonistas, el subidón inicial y los secretos dentro de conspiraciones
dentro de fisuras espaciotemporales es diversión suficiente para pedir siempre
un capítulo más.
Ni Fringe ni
sus fans han podido relajarse en ningún momento de sus cinco años de vida.
Cualquier seriéfilo conoce que cada temporada toca renovar y siempre se sabe
que hay propuestas que tienen su continuidad asegurada, otras que serán
canceladas y algunas que viven en la cuerda floja sin futuro claro. Esto último
es justo lo que ha sufrido Fringe, con una base de fans muy sólida
pero sin acabar de transformarse en un éxito de audiencia. Sus seguidores han
padecido la incertidumbre que acompaña una decisión por tomar. ¿Iban a tener
una temporada más o todo se quedaría colgado? Los guionistas, conscientes de ello, acaban la serie hasta tres
veces (Temporadas 1, 3 y 5), reseteando impunemente la historia para
así poder continuar desarrollando lo que ya habían dejado atado y bien atado.
El seriéfilo
goza sin duda con Breaking Bad o Broadwalk Empire, pero
no sólo se alimenta de ellas.Fringe no aspira a acercarse a su
grandilocuencia y su calidad, no busca poseer ninguna trascendencia
ni tiene más objetivos que ser un entretenimiento relajante disfrazado de
thriller de ciencia-ficción (mucha ficción) y así captar tu atención en cada
entrega, pero funciona. Al inicio de cada capítulo piensas “Vaya chorrada de
serie. Éste es el último que veo”. Cinco minutos después estás en “Wooo, ¡como
mola, quiero mas!” y así cada semana una y otra vez. Debes ser consciente de
que una vez empieza un caso Fringe, cualquier cosa puede ocurrir.
Con sus -obvios- defectos, pero es original, extraña, delirante, sobreactuada,
facilona y divertida. Y eso es algo que pocas series tienen.
Y si además
te caen unas regalices, mejor que mejor.
Nota: 7 (8, 7, 8, 6, 7)
No hay comentarios:
Publicar un comentario