martes, 24 de febrero de 2015

Conan, el Bárbaro

Nada más darle al play somos recibidos por poderosas trompetas que nos transportan a la era Hyborea, tierra de grandes hazañas y extraordinarias aventuras. Somos testigos de la forja de una espada sin duda mítica y de cómo un poderoso caudillo alecciona a un pequeño Jorge Sanz sobre las verdades de la vida. La solemne música nos mece mientras el poblado es asaltado por unos bárbaros ¿Vikingos? ¿Mongoles? Las cabezas vuelan y Jorge Sanz empieza a mover ruedas de molino hasta transformarse en un Arnold Schwarzenegger sediento de sangre y venganza. Cualquier cosa es posible en la fascinante era Hyborea, incluso la escena de arriba. Es imposible tomársela en serio pero es imposible no tomársela en serio.


Conan es, aunque no lo parezca, un musical. La atronadora banda sonora nos mece y nos guía a través de la épica, impidiendo cualquier diálogo durante el noventa por ciento del metraje. Trompetas abrumadoras y tambores imponentes nos transportan por escenas épicas que nos explican los orígenes de Conan y tenemos que esperar 22 minutos para encontrar un solo diálogo. Es el momento en que nos damos cuenta de que no los necesitábamos. Como una ópera, se construye sobre la música y regala sólo las palabras que la imagen exige. La venganza de Conan, este bárbaro criado como gladiador, cultivado con los tratados de Namur, la poesía de Dein y la carne de las mujeres más bellas, es imponente y brutal. Lanzando adivinas a las llamas para ir a Zamora, tumbando dromedarios de un puñetazo, mandando a sus dioses a tomar viento, muriendo y resucitando, asaltando un templo porque sí, matando serpientes gigantes, tentando a monjes homosexuales… en la era Hyborea todo es posible. La fanfarria te hace creer que así suena, que ésta si que es la música que solían escuchar estos hombres más cercanos a la edad de piedra que a la de bronce o el medievo…

Se podrían decir mil cosas sobre Conan, los decorados toscos, los monstruos de bajo presupuesto y el poco sentido que tienen muchas cosas. Es una película que tiene demasiadas cosas que no deberían funcionar… pero que funcionan. El desembarco del Chuache en Hollywood es la afortunada confluencia de muchos aspectos. Él sabía que si quería triunfar en la industria necesitaba un papel protagonista a su medida y removió cielo y tierra para conseguirlo: entre el cachondeo del mercado consiguió convencer a unos productores para que inviritieran (poco) dinero, embaucó a Oliver Stone y John Milius para que parieran un guión a partir de los cómics, encontró unos estudios baratos donde rodar (el socorrido desierto Almería), un “don nadie” (Poledouris) se sacó de la manga el mejor trabajo de su vida, una banda sonora que subraya la emoción de cada escena, Chuache muestra su nula capacidad interpretativa, contrata a un surfero amiguete como sidekick y… sale una película tan influyente en el género de la fantasía heroica como puede ser Blade Runner para la ciencia-ficción.

Es tosca, sucia y fea, pero tiene un carisma brutal. Es probablemente la película con más porcentaje de frases épicas y lapidarias, de las que se quedan grabadas a fuego respecto al total de diálogos.Después de todo, hay tan pocos…
Milius (que no es un cualquiera) consigue orquestar una epopeya épica para crear un mundo crudo, brutal y sorprendentemente realista. Chuache puede parecer un musculitos robótico parco en palabras, pero su papel no requiere más que musculatura y unas poses al viento al son de música épica para poner los pelos de punta. Milius se dio cuenta de que si hablaba la cagaba así que provoca que el “actor” austríaco se mueva con gestos hoscos y sólo necesita que su cara de burro y su carisma hagan el resto. Es que el personaje es así, brutal, primario (que no tonto) y directo. Simplemente se convierte en la persona ideal para representarlo. Tulsa Doom, Subotai, el mago Akiro… Actuaciones que normalmente serían esperpénticas parecen espontáneas y reales. Simplemente mola.

Sumergirte en la película te permite rascar debajo de una superficie aparentemente simple donde no importa que no sepamos el nombre de la acompañante o que el amor te permita venir de más allá de la muerte para un último combate. Conan no cree en la verdad de los hombres, cree en sus propios dictados. No se arrodilla ante su Dios sino que le reclama aquello que cree que merece y lo desprecia si no lo consigue. Una vez lo entiendes, lo asimilas, lo absorbes y lo haces tuyo, puedes comprender la inesperada fascinación que causa este bárbaro film.


No sólo por el montón de imitadores que surgieron tras su sombra, de presupuestos ridículos y resultados vergonzantes, la influencia que Conan, el Bárbaro ha tenido en todos los aspectos de la fantasía es descomunal.  Magos, conquistadores, bestias, espíritus, reyes, dioses y demonios, seres fantasiosos, titanes, magia y horrorosos rituales, sacerdotes y hechiceros, brujas, templos sagrados, orgías, fascinantes criaturas, espadas, lanzas, martillos, hachas, vestimentas de pieles, escudos, cascos, antorchas…Creo que nadie puede pensar en la fantasía heroica, en los bárbaros y que no le venga a la mente la figura de Conan, el personaje encarnado por nuestro Chuache. No necesita una gran interpretacion ni resultar conmovedor ni nada por el estilo, porque él es Conan el bárbaro. Él no llorará. Nosotros lloramos por él.



 Nota: ¿9? ¿5? (Díficil decidirse. Mola y ya está)
Nota filmaffinity: 6.6

Publicado previamente en Cinéfagos AQUI

2 comentarios: