Este máster que no me deja
respirar… Parece que por fin he tenido un fin de semana con algo de tiempo y he
podido incluso ver relajadamente una película en casita. Como no tenía ganas de
pensar ni me apetecía nada complicado, pues ataco la última película de la
trilogía de turismo (Barcelona, París, Roma) de un director que siempre me ha
agradado, Woody Allen.
A Roma con amor es un canto
a la bella ciudad dónde Allen sitúa cuatro historias de líos amorosos. En la primera Woody es un director de
orquestra que no acepta su retiro que viaja a Roma para visitar a los padres
del prometido de su hija. En la segunda Benigni se hace famoso sin motivo
alguno, con los problemas que ello ocasiona en su vida. Luego Alec Baldwin
encarna a un arquitecto que vuelve a Roma después de muchos años de ausencia y
recuerda/revive/observa un amor de juventud en la ciudad. Finalmente, Milly y
su novio son una pareja de pueblerinos recién casados de luna de miel que, al
pasar sus primeros días en Roma se ven superados por el ambiente de la ciudad.
Para acabar con el tríptico
de turismo, Allen nos deja una comedia romántica muy ligera que se convierte en
una bella postal que repasa todos los monumentos (no deja ni uno, y mira que
hay) de la ciudad eterna. Aunque la
película sea un entretenimiento banal, hay que reconocer que sabe ser
diferente.
ACTORES: Al ser una
película de episodios, los personajes están muy repartidos y no tienen muchos
minutos. Además, no es que haya una gran exigencia en los papeles, ya que Allen
se limita a hacer de Allen, Benigni hace de Benigni y Eisenberg imita a un
joven Allen, vamos, que hacen de sí mismos. El resto de secundarios apenas
disfrutan de un par de minutos y se limitan a soltar sus frases. Sólo
destacaría a la Pe, que intenta dar un poquito de chicha a un personaje que no
tiene ninguna.
DIRECTOR: Woody Allen
continúa su tour europeo y en esta ocasión nos presenta a la Città Eterna, la
encantadora e histórica ciudad, para convertirla en escenario de cuatro
historias. Para esta postal, Allen decide hacer un batiburrillo coral con
historias muy ligeras y una búsqueda del absurdo bastante curiosa. Muy deudora
de “Vacaciones en Roma”, encontramos continuos guiños a la cultura italiana,
con su música y un aire a Fellini siempre presente. La película va avanzando mediante
efervescentes diálogos -aunque con menos ingenio del habitual- y un ambiente
festivo donde zumba la picardía, la sexualidad, el vitalismo y el vodevil en
medio de una banalidad absoluta. Rompe con unas cuantas normas y monta escenas
con propuestas inusuales, pero en ningún momento busca la más mínima
trascendencia.
En este retiro turístico
por Europa, Woody nos ha dejado una película muy curiosa (Barcelona), una obra
maestra (París) y un divertimento chorra (Roma). A Roma con amor es una propuesta muy irregular, con momentos que
parecen salidos de una obra de Pajares&Esteso unidos a otros de una
genialidad indudable. Como comedia se agradece que mantenga un buen ritmo, intercalando correctamente las historias de
manera que el tiempo pasa agradablemente sin ser, en ningún momento, nada
trascendente.
GUIÓN: Cada una de las
cuatro historias conforma un refresco banal por sí misma. Ninguna de ellas
tiene la más mínima complejidad, a pesar de las digresiones de los personajes o
las absurdas soluciones narrativas que Woody presenta. Se hace evidente que
Woody se ha inspirado en la obra italiana del Decamerón, pues la vacuidad, el alegre tonillo sexual y la extraña magia que impregnan las
historias son reconocibles. Los diálogos son muy tontos, pero muy ágiles y
ayudan a mantenerte entretenido entre tanta gansada que va pasando a lo largo
de la cinta.
Las diferentes historias
intentan reflejar algunos tópicos sobre la sociedad italiana. La de los
arquitectos es la historia más woodyalinesca: la femme fatale que hace
plantearse la idealización de una feliz pareja, la infidelidad, los diálogos culturales,
el conflicto generacional, la mala conciencia y todas esas cositas que Allen ha
estrujado al máximo en sus guiones. Además, Woody se permite una leve crítica al
“cotilleo” y lo “artísticamente bueno” por su carácter de esperpéntico, efímero
e insignificante -Ay, ¡Italia! -. Esto se puede palpar a través de algunos de
los personajes de la película que anhelan sus 15 minutos de gloria, para luego
darse cuenta de que solo son felices cuando se muestran auténticamente como
son. Lo más representativo de esto es el personaje interpretado por el tenor
Flavio Armiliato, un enterrador que tiene enormes dotes para cantar ópera, pero
que fracasa cuando tiene que cantar frente a los magnates del negocio y sólo
puede ofrecer grandes interpretaciones cuando canta… bajo la ducha. Se le podría pedir un poco más de mordiente,
porque Woody se queda apenas en el chascarrillo, pero bueno, tiene su gracia. El último de los episodios es el que más recuerda al cine italiano, con Ornelia
Muti y Antonio Albanese haciendo de sí mismos y un desarrollo muy típico. La historia es la más floja de todas y sólo la Pe intenta hacer algo a
interpretar, con lo que el resultado es mejorable.
En resumen, la película es
muy desigual y tiene momentos muy flojos, generando un conjunto que no resulta
nada sólido. En manos de cualquier otro director probablemente sería un plomazo insoportable, pero Woody Allen la
convierte en una comedia tonta visible aunque mejorable. Aún así le he puesto
un cinco porque consigue que me ría en bastantes momentos y no da tanta vergüenza
ajena como otras propuestas similares. Si uno se la toma como una colección de gags y diálogos divertidos, se lo puede
pasar bien.
Nota: 5
Nota filmaffinity: 5.9
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