Tirador de élite de
los Navy SEAL (¡lo mejor de lo mejor de lo mejor, con honores!), Chris Kyle es
enviado a Irak con un único objetivo: Proteger a sus compañeros. Sus disparos
de precisión quirúrgica han salvado numerosas vidas estadounidenses, por lo que
los relatos de sus hazañas se multiplican, provocando que gane el apodo de “La
leyenda”. Kyle ha participado con las cuatro batallas decisivas de la campaña,
las más terribles de toda la guerra. Pero llega un día en que debe volver a su
país. Lo que debería ser una alegría se transforma en una pesadilla al darse
cuenta de que no puede volver a una vida normal.
Así se retrata una tragedia nacional. ¿Qué implica el apodo de “La leyenda” con el que Kyle se siente tan incómodo? En Estados Unidos, la ficción constituye a menudo el precio de la realidad histórica y, a veces incluso, la condición misma para la reconstrucción de una comunidad. Una leyenda ciertamente problemática pero necesaria, una forma para que el pueblo reconstruya una mitología que Washington ha distorsionado. Así mismo, ¿cómo se fabrica una maquina de matar perfecta? ¿Cuál es el precio a pagar por ello? Eastwood no nos trae a la palestra a un soldado torturado por la guerra. No es Platoon ni Nacido el 4 de julio ni La Chaqueta metálica, no. La carrera bélica de Kyle es apoteósica, un éxito absoluto. Incluso se puede decir que se lo ha pasado en grande en batalla (tampoco nos pasemos, pero bueno, ya me entendéis). ¿Eso impide su reintroducción en la sociedad? No hay más que echar un vistazo a su declaración de principios, sus prioridades y su sentido del deber: consciente de que cualquier muerte extranjera es bienvenida si con ello salva vidas estadounidenses. Una vez en casa, se siente inútil, incapaz de comprender que puede relajarse, que ya puede descansar después de todos los servicios prestados. Pero si has fabricado al asesino perfecto, el desequilibrado padre de familia sólo ansia volver al campo de batalla para matar malos y salvar el mundo, el resto no tiene importancia.
Pudiendo realizar un
panegírico pro-americano, Eastwood decide mostrar la vida del francotirador
perfecto con una asepsia que espanta. Los hechos que se muestran son horribles,
con muertes de niños, abusos, explosiones… sin atisbo de condena o
ensalzamiento. Juega hábilmente con nuestra empatía al obligarnos a
identificarnos con un asesino inmisericorde que, al mismo tiempo, es incapaz de
comportarse con un hijo al que adora pero que no sabe querer. Ahí reside la
grandeza (y el mayor problema) del film: el retrato de un monstruo puede
hacernos rechazar el conjunto del relato. Asimismo, al no condenar
explícitamente sus actos, puede parecer que los justifica o engrandece, lo que
para algunos se les puede hacer incómodo. Y viceversa, los más patrióticos no
verán con buenos ojos un retrato tan aséptico, sin glorificar la figura de un
“héroe nacional” clave para conseguir la victoria en un terreno hostil.
A sus muchísimos
años, sorprende como a Eastwood no se le ha olvidado rodar en absoluto. Cada
una de las terribles batallas está hábilmente coreografiada, filmada con
precisión y un ritmo que nos pega a la butaca. La puesta en escena destaca por
su solidez, metiéndonos en vereda desde un primer momento, destacando por el
realismo de sus escenarios y, sobretodo, por un espectacular tratamiento del
sonido que debió ser una gozada de apreciar en los cines. Si tenéis un buen
sensurround en casa, ponedlo a fondo y disfrutar, que se lo vale.
Todo ello contribuye para conformar la evolución psicológica y vital del protagonista, hábilmente encarnado por un irreconocible Bradley Cooper que se adivina bajo toneladas de músculos. Quizás el resto de secundarios no está a la altura (el mayor debe de la película, con Siena Miller a la cabeza), pero Cooper se echa la película a los hombros y nos ofrece una interpretación de ese SEAL tejano simplón y bien intencionado que sólo quiere cuidar de los suyos, pero que a medida que pasan los minutos va convirtiéndose en un ser cada vez más peligroso e impredecible. Cooper en ningún momento sobreactúa, y sólo con sus gestos y movimientos es capaz de hacernos transmitir las sensaciones que su personaje es incapaz de exteriorizar.
Todo en la película destaca por su calidad técnica, destacándose por su lluvia de nominaciones a los Oscar (mejor película, Actor Principal, Guión Adaptado, Montaje, Sonido y Efectos Sonoros), llevándose únicamente el Oscar a Efectos Sonoros en un año increíblemente repartido.
El francotirador es
un aséptico retrato del mejor en lo que hace, aunque lo que hace es muy
desagradable y no vamos a estar de acuerdo con casi nada de lo que hace. Se
trata de una película áspera, desagradable, difícil de casar en un género, que
no tiene por objetivo divertir, ni mucho menos. Bradley Cooper borda a un personaje
“imposible” a partir de un guión milimétricamente trazado. Eso no implica,
claro, que la película se pueda disfrutar mucho más allá de poder gozar de un
trabajo técnico de primera.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 6.4
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