viernes, 26 de mayo de 2023

El faro

Aquel que no haya oído los gemidos del océano durante las noches de tempestad, el golpe sordo de las rocas rugiendo ante olas tenebrosas, el eco escalofriante de las lágrimas desgarradoras del viento… se verá incapaz de comprender en su magnitud estas leyendas oscuras venidas de las profundidades del tiempo, donde los Djins se desatan: historias de demonios, de monstruos, de sirenas, contadas durante las eternas veladas invernales, arrejuntados todos delante del fuego para conjurar al frío y al miedo. Esta película toma su origen de estas leyendas tenebrosas y magníficas, pobladas de angustia, de fantasmas humanos e inhumanos, donde lo sobrenatural se mezcla con la fascinación de una naturaleza majestuosa en la que la magnitud del misterio deja al ser humano absorto y aterrorizado.


Érase una vez en que los faros todavía abrigaban a sus guardianes, responsables de la luz que guiaba a los navíos a través de la noche oscura, señalando los peligros de las costas próximas. Un tiempo, en que, separados de la tierra, los fareros esperaba la calma que permitiría la llegada de un relevo, de los víveres, o de algo de compañía, pero cuando la calma no llegaba, se encontraban aislados frente a la inmensidad tumultuosa, sin concebir la esperanza de un socorro, sin otro testigo que las antipáticas gaviotas, de las que se decía que eran las almas de los marineros desparecidos en la mar.

Ese día, sobre una isla rocosa y minúscula, en algún rincón de las costas de Nueva Inglaterra, un raquero transporta al reemplazo del compañero del veterano Thomas Wake, desaparecido en extrañas circunstancias. El viejo Tom tiene el rostro curtido de un Capitán Achab que ha perdido su navío, y con su mirada aguda observa con ironía la llegada de este nuevo compañero: un novato que no conoce apenas la mar y cuya buena presencia augura secretos inconfesables. No tardará mucho en hacerle saber quién manda a bordo, mientras echa calada tras calada a su pipa humeante.

El novato, que se hace llamar Efraím Winslow, empieza doblegándose con tozudez iracunda a las órdenes de su jefe, transportando carretillas de carbón bajo la lluvia, limpiando el suelo mohoso y haciéndose cargo de las letrinas, pero al mismo tiempo, rechazando de compartir las etílicas veladas que si compañero disfruta, pues hay algo turbio en su pasado…

Dentro de los claustrofóbicos espacios de este sombrío faro podemos sentir la salada humedad del mar, el apestoso tabaco mal quemado y el rancio aroma de los orines. En este lugar inesperado, se fragua una extraña relación, nacida de los enfrentamientos, de deseo y odio, entre aquel que quiere conservar el poder sobre la luz y aquel que no desea otra cosa que descubrirlo para perforar los secretos del viejo lobo de mar. La confrontación revelará los demonios interiores de cada uno, incontenibles en lugares tan alejados de la civilización humana, dando lugar a paroxismos delirantes poblados de demonios tentaculares, sirenas de belleza sensual y devoradoras de humanos, donde uno ya no puede distinguir la realidad de la  alucinación. Frustraciones de todo tipo, imposibles de ahogar en alcohol, toman el poder junto a los demonios tumultuosos del océano insondable que todos tenemos en nuestro interior. De repente, la única esperanza de huir de esta isla aislada en la que todos los elementos son hostiles es una barca, un frágil esquife insuficiente para afrontar las embravecidas olas que apenas tiene lugar para un único tripulante…


Daniel Eggers sorprendió a todo el mundo con su prodigioso debut La bruja. A medio camino entre el documental ficcionado y la obra de terror, tomaba los mitos y leyendas rurales de la Nueva Inglaterra del XIX para convertirlo en una mirada antropológica de los miedos y los deseos del ser humano. En una película de inusitada verosimilitud, nos hacía sufrir con las desventuras de una familia en la que “algo raro ocurre”. Esta vez nos lleva a la Costa de Maine y allí sitúa a sus dos tipos, un lobo de mar obsesionado con el faro que custodio y un pobre diablo acorralado entre el mar y la locura. A partir del angustioso encierro en un terreno tan agreste, toma esta vez inspiración de todas las leyendas marineras para contarnos una historia incómoda, sobre los límites de la locura, los monstruos y la desesperación. Bebe del aire decadente de los incómodos relatos de Poe, Lovecraft o Stevenson para fascinarnos con una repugnante historia de aislamiento que, a buen seguro, nos tendrá dos horitas bien pegados al sillón.

Ante todo, Eggers es un ARTISTA, por lo que no va a presentar su creación de una manera usual. En una búsqueda de provocar incomodidad al espectador, graba la película en formato 4:3, utilizando una pantalla cuadrada muy parecida a la de los inicios del cine. Además, presenta una fotografía en un blanco y negro muy extraño, buscando un tono apagado, cercano a la de las fotografías de finales del XIX. Con ello, provoca inquietud en el espectador, haciendo que cada escena sea una pequeña obra de arte difícil de mirar, reforzando la sensación de que hay algo anacrónico, fuera de lugar, en la película, como si hubiera algo que no debiera estar allí. De esta manera, se conecta magistralmente con la tónica lovecraftiana del argumento, convirtiéndose en una de las mejores “inspiraciones” que podemos encontrar del terror cósmico. Tamaño atrevimiento no está al alcance de cualquiera, y no podemos sino felicitar a la espectacular fotografía llevada a cabo por Jarin Blaschke, reconocida con una nominación al Oscar que pilló a muchos por sorpresa (perdió ante 1917, otra boutade técnica). Evidentemente, una aproximación tan extrema puede ser excesiva para muchos. Después de todo, Eggers no suele pensar en el espectador y la comercialidad de su producto, sino en las reacciones que quiere provocar.

Para encarnar a los dos protagonistas tenemos a dos actores que han demostrado varias veces su calidad, realizando aquí un brutal tour de forcé para demostrar quién está más zumbado. El nivel de esfuerzo exigido y mostrado en pantalla es de bandera, contribuyendo a un desarrollo argumental que va perdiendo la chaveta por momentos. Puede que al inicio intentes atribuir a la acción del aislamiento y la paranoia, pero a medida que Lovecraft toma el poder de la película, cualquier cosa es posible, y más con estos actores.

En fin, El faro  es una película desagradable, un viaje incómodo y perturbador a través de un relato oscuro. Empieza como un drama que pronto se arroja al thriller y al terror, pegándote al sillón mientras tienes la sensación de que no deberías estar viendo lo que estás viendo. Fascinante y perturbadora, pero creada con talento.

 

Nota: 8

Nota filmaffinity: 6.6


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