domingo, 9 de noviembre de 2014

También la lluvia

Ya que hace poco que se anunció que Vivir es fácil con los ojos cerrados iba a ser la representante para competir por los Oscar de este año, se me ocurrió revisar esta película de hace unas temporadas que por diversas cosas se quedó sin ver en su momento.


Un grupo de rodaje se dirige a un lugar perdido de Bolivia para hacer una película sobre la llegada de Colón a América. Hay ciertos desacuerdos sobre la manera de tratar la figura histórica, pero parece que la película progresa. Pero las compañías hidroeléctricas del lugar quieren privatizar todos los servicios del agua local, lo que provocará graves disturbios en la zona. La intervención del ejército complicará las cosas y pondrá la región al borde de la guerra, ante la cual los miembros del rodaje no podrán mantenerse al margen.
Y es que el agua (en “la guerra del agua”, Bolivia, 1999) es el oro del que se aprovecharon los españoles. Ahora es una multinacional estadounidense la que firma con el Gobierno la privatización de todos los acuíferos del territorio (también la lluvia), con la excusa de que era así como un país debería progresar más económicamente.

El cine de Icíar Bollaín siempre destaca por su corrección formal, y aquí rueda un guión de Ken Loach, por lo que ya podemos tener una idea de por dónde van los tiros. Tomando la idea del “cine dentro del cine” como punto de partida se hace un paralelismo (nada sutil) entre la actitud racista y saqueadora de los Conquistadores con la de las compañías yanquis que buscan saquear los recursos naturales del continente, tratando a los “indios modernos” como una molestia con la que lidiar.
Ya desde un principio tenemos unos personajes muy bien trazados y bien dirigidos, un estupendo Tosar (cómo no), Gael más que correcto, un Karra Elejalde muy cínico y logrado… Bollaín sabe dirigir actores y en eso la película no falla en absoluto. Inicialmente se centran en sacar adelante la película e ignorar los disturbios locales; sólo  aprovecharse de las bajas aspiraciones de los trabajadores bolivianos y así hacer la película y salir rápido del lugar, aunque afloran las opiniones sobre la necesidad de implicarse y dar luz a las injusticias locales.
Una vez los disturbios avanzan, el grupo de rodaje se debate entre buscar la manera de ayudar a los indígenas (que están recibiendo de lo lindo) y salir por patas los más rápidamente posible.

No se puede negar que la película está muy bien hecha. Está rodado con un marcado tono documental como si estuvieran haciendo el “Como se hizo” del film de Colón, pero ese making-off  se mezcla con escenas del propio film, de rodaje, de los entresijos del film y otras que ocurren en el exterior. Este “documental” se va convirtiendo poco a poco en una crónica de los sucesos de la guerra del agua en la que se están presentes los diferentes planos de “realidad”.  Contiene escenas muy trabajadas y poderosas (la cola del casting inicial, el traslado de la cruz en helicóptero, la charla en la iglesia ficticia, el volcado de la camioneta de policía o la incursión por la ciudad en plena batalla) con un marcado tono de denuncia, junto a una dirección de actores impecable en la que se enlaza el pasado y el presente, discursos entrelazados y ácidas críticas a muchos estamentos (el artista con ideales que a la que hay problemas solo piensa el salvar su pellejo, el abuso de un país “low-cost”, la mezcla entre los intereses económicos y los intereses sociales, la reacción de la gente ante la desgracia ajena…), aspectos todos que fácilmente tocan la fibra del espectador y no le dejan indiferente. Se nota que Bollaín tiene un presupuesto mucho más holgado del que disfruta habitualmente y lo aprovecha para realizar una película complicada con una corrección formal impecable.

El guión contiene una gran cantidad de meta-mensajes entrelazados en diferentes niveles que busca reflejar la injusticia a la que se enfrenta un tercer mundo expoliado por un primer mundo post-colonial. Al mismo tiempo juega a entrelazar  las anécdotas del rodaje con las escenas reales rodadas con lo que ocurre en el exterior del rodaje. Por si esta osadía fuera poca cosa, lo mezcla con la evolución de los personajes ante un conflicto, la incapacidad de permanecer indiferente ante la desgracia ajena y los límites que pone cada uno ante la implicación solidaria.

Es mucha cosa para meter dentro de un mismo saco y aunque está muy bien equilibrada, hay ratos que no sabe uno hacia donde quiere se quiere tirar. Da la impresión de que quiere tocar todos los palos al mismo tiempo, sin decidirse con ninguno y lo que consigue es un poti-poti muy bien hecho pero en el que es difícil elegir con qué quedarse. Hay escenas que tiran hacia un lado, otras hacia otro… la manta no da para cubrir todo el cuerpo, pero Bollaín lo intenta sin descanso. Me recuerda mucho a Hotel Rwanda, otra película de crítica social que todo el mundo dirá que está bien hecha (que lo está) pero que luego no son películas que consigan traspasar la pantalla y hacer de ella un ente diferente. Está bien, es buena, todo encaja a la perfección pero dudo mucho que se pueda convertir en la película favorita de  absolutamente nadie.

Cine político de factura impecable pero que vale más por el tema que toca (y lo necesario del mismo) que por la capacidad de trascender. Pero tiene razón. ¡Claro que tiene razón!

Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.2

No hay comentarios:

Publicar un comentario