martes, 16 de julio de 2013

Moonrise Kingdom

A raíz de una recomendación, veo esta película, de la que no conocía absolutamente nada.

Estamos en los años 60, en el campamento boy-scout de una pequeña y remota islita de un punto recóndito de algún lugar. Sam es un huérfano inadaptado que planea fugarse del campamento, recoger a Suzy -otra niña inadaptada- y escapar para vivir el amor “a su manera”. Los adultos, desconcertados por esta fuga, intentarán encontrarlos y traerlos de vuelta a la sociedad.

La portada ya indica que la propuesta es, sin duda, personalísima. La película no se puede definir de otra manera que no sea la siguiente: Es una chorrada como un piano de grande. Enorme, con unos personajes imposiblemente estrambóticos. No obstante, es una chorrada que rezuma encanto, una estética cuidadísima y particular, una banda sonora muy acertada y unos personajes entrañablemente absurdos.

Cada año hay que ver un par de estas películas que ventilen nuestra afición por el cine, un acercamiento al para mí desconocido teatro y un reencuentro con la libertad, que tiene su propio sendero de zapatos de domingo y tocadiscos. No engañemos a nadie, es una particular obra de amor en contacto directo con la vida llevada a la infancia para sorprender lo organizadas que pueden estar las vidas de personas que no firman ser cortadas por la tijera de la mediocridad, entre sus secretos están la búsqueda de la paz lejos de adultos que hace tiempo firmaron sus sentencias vitales.

ACTORES: Encontramos actores muy conocidos, Bruce Willis, Edward Norton, Bill Murray… Sus papeles son todos de perdedores, auténticos pusilánimes que están vivos por la sencilla razón de que no han olvidado respirar, peculiares y raritos como ellos solos. Son totalmente eclipsados por dos niños cuyos personajes no quieren crecer, Gilman y Hayward, transmiten una felicidad y una negativa a caer en la aburrida adultez, como invadidos por una extraña cultura indígena. Todos ellos parecen cortados por una extraña inexpresividad que, al mismo tiempo es capaz de transmitir, siempre y cuando no te entren unas ganas locas de sacudirles. 

DIRECTOR: Sabía que Wes Anderson tenía fama de rarito, pero no sabía cuánto. Con un humor surrealista, deliberadamente ridículo pero muy bien mesurado llena de una extraña magia la película. Crea una atmósfera a medio camino entre en bucolismo azucarado y el desparrame sinsentido cuya simbiosis entre música, fotografía y montaje es ciertamente destacable. La puesta en escena es deliberadamente ridícula y acartonada, buscando un efecto de “falso teatro” en el que incluso las nubes son de carton piedra y muchos de los planos están construidos en perfecta simetría, que impregna a la imagen de cierta artificialidad surrealista. La película es exageradamente excéntrica y maneja un ritmo extraño, incómodo pero fascinante. Escenas brillantísimas (la noche en la playa) que se mezclan con otras simplemente desconcertantes (la fiesta de disfraces), pero todo aderezado con una estética cuidadísima y una vacuidad argumental destacable. El despliegue de absurdez agrada o repele, pero no deja a nadie indiferente.

GUIÓN: A pesar de la sosa (pero sosa, sosa) propuesta, la película se sostiene por medio de unos delirantes diálogos, con una certera chispa que describe el amor utópico e imposible de dos niños incomprendidos. La caricaturización de los personaje esconde, bajo una fachada barroca y extravagante, una reinterpretación de la realidad a modo de tira cómica. En ella encontramos, brillantemente incorporados, muchos temas inherentes a la especie humana con una lucidez certera: infelicidad, satisfacción, confusión, sueños… Metidos en coctelera con una parida de historia desgajada con unos personajes delirantes e inexpresivos y un desarrollo atípico, incómodo e histriónico. Capaz de asombrar y resultar cargante de igual manera, su genial y extraña sucesión de diálogos exalta exacerbadamente la ingenuidad en un ejercicio de estilo digno de mérito.

Es un film muy, pero muy particular que se tiene que mirar con la predisposición de quien asiste a un cuento juguetón, un poco “naïf”, lleno de una ingenuidad inquietante y con un doble sentido muy conseguido. El mayor problema que presenta el cine de Wes Anderson es el de lo inaccesible que resulta su obra para aquel espectador que no case con un sentido del humor tan personal y radical.
Eso sí, a mí me ha gustado.

Nota: 8
Nota filmaffinity: 7.2


La película demuestra su gran calidad artística con un buen montón de premios en festivales menores, e incluso una nominación a mejor guión original (que se llevó Tarantino con su también personalísimo Django)

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