A raíz de una recomendación, veo esta
película, de la que no conocía absolutamente nada.
Estamos en los años 60, en el campamento
boy-scout de una pequeña y remota islita de un punto recóndito de algún lugar.
Sam es un huérfano inadaptado que planea fugarse del campamento, recoger a Suzy
-otra niña inadaptada- y escapar para vivir el amor “a su manera”. Los adultos,
desconcertados por esta fuga, intentarán encontrarlos y traerlos de vuelta a la
sociedad.
La portada ya indica que la propuesta es, sin duda, personalísima. La
película no se puede definir de otra manera que no sea la siguiente: Es una
chorrada como un piano de grande. Enorme, con unos personajes imposiblemente
estrambóticos. No obstante, es una chorrada que rezuma encanto, una estética
cuidadísima y particular, una banda sonora muy acertada y unos personajes
entrañablemente absurdos.
Cada año hay que ver un par de estas
películas que ventilen nuestra afición por el cine, un acercamiento al para mí
desconocido teatro y un reencuentro con la libertad, que tiene su propio sendero de
zapatos de domingo y tocadiscos. No engañemos a nadie, es una particular obra
de amor en contacto directo con la vida llevada a la infancia para sorprender
lo organizadas que pueden estar las vidas de personas que no firman ser
cortadas por la tijera de la mediocridad, entre sus secretos están la búsqueda
de la paz lejos de adultos que hace tiempo firmaron sus sentencias vitales.
ACTORES: Encontramos actores muy conocidos,
Bruce Willis, Edward Norton, Bill Murray… Sus papeles son todos de perdedores,
auténticos pusilánimes que están vivos por la sencilla razón de que no han
olvidado respirar, peculiares y raritos como ellos solos. Son totalmente
eclipsados por dos niños cuyos personajes no quieren crecer, Gilman y Hayward,
transmiten una felicidad y una negativa a caer en la aburrida adultez, como
invadidos por una extraña cultura indígena. Todos ellos parecen cortados por una extraña inexpresividad que, al mismo tiempo es capaz de transmitir, siempre y cuando no te entren unas ganas locas de sacudirles.
DIRECTOR: Sabía que Wes Anderson tenía fama
de rarito, pero no sabía cuánto. Con un humor surrealista, deliberadamente
ridículo pero muy bien mesurado llena de una extraña magia la película. Crea
una atmósfera a medio camino entre en bucolismo azucarado y el desparrame sinsentido cuya simbiosis entre música, fotografía y montaje es ciertamente destacable. La
puesta en escena es deliberadamente ridícula y acartonada, buscando un efecto
de “falso teatro” en el que incluso las nubes son de carton piedra y muchos
de los planos están construidos en perfecta simetría, que impregna a la imagen de
cierta artificialidad surrealista. La película es exageradamente excéntrica y
maneja un ritmo extraño, incómodo pero fascinante. Escenas brillantísimas (la
noche en la playa) que se mezclan con otras simplemente desconcertantes (la
fiesta de disfraces), pero todo aderezado con una estética cuidadísima y una
vacuidad argumental destacable. El despliegue de absurdez agrada o repele, pero no
deja a nadie indiferente.
GUIÓN: A pesar de la sosa (pero sosa, sosa)
propuesta, la película se sostiene por medio de unos delirantes diálogos, con
una certera chispa que describe el amor utópico e imposible de dos niños
incomprendidos. La caricaturización de los personaje esconde, bajo una fachada
barroca y extravagante, una reinterpretación de la realidad a modo de tira
cómica. En ella encontramos, brillantemente incorporados, muchos temas
inherentes a la especie humana con una lucidez certera: infelicidad,
satisfacción, confusión, sueños… Metidos en coctelera con una parida de
historia desgajada con unos personajes delirantes e inexpresivos y un
desarrollo atípico, incómodo e histriónico. Capaz de asombrar y resultar
cargante de igual manera, su genial y extraña sucesión de diálogos exalta
exacerbadamente la ingenuidad en un ejercicio de estilo digno de mérito.
Es un film muy, pero muy particular que se
tiene que mirar con la predisposición de quien asiste a un cuento juguetón, un
poco “naïf”, lleno de una ingenuidad inquietante y con un doble sentido muy conseguido. El mayor problema que presenta el cine de Wes Anderson es el de
lo inaccesible que resulta su obra para aquel espectador que no case con un
sentido del humor tan personal y radical.
Eso sí, a mí me ha gustado.
Nota: 8
Nota filmaffinity: 7.2
La película demuestra su gran calidad artística
con un buen montón de premios en festivales menores, e incluso una nominación a
mejor guión original (que se llevó Tarantino con su también personalísimo Django)
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