sábado, 2 de junio de 2018

La tortuga roja


Con demasiada asiduidad y muchas veces depositado en el saco de las películas infantiles, el cine de animación es el más indicado para desbordar cualquier límite de la imaginación y maravillarnos de las formas más inesperadas. Éste es el caso de La tortuga roja, un film sin palabras, pero poblado de sonidos, de música y de los ruidos de la vida. Un film que se dirige a todos, adultos, adolescentes y niños no demasiado pequeños, un film que nos transporta a otro lugar, dentro de un universo hecho de inventiva, de serenidad y de poesía. 

De invención y de poesía está lleno cada plano de La tortuga roja. Una invención sutil, intima, pero que también sabe ser espectacular -la extraordinaria secuencia del tsunami-, una poesía simple y minimalista, pero tan evidente como el trazo de tinta surgido de Picasso al pintar un ave, tan ingenuo como los trazos delicados y casi inacabados que conforman las pinturas de La princesa Kaguya, la magnífica obra de Isao Takahata, que supervisó atentamente la creación de La tortuga roja. 

El estudio Ghibli no se equivocó cuando depositó su confianza y apoyó el debut en los largometrajes del "jovencísimo" Michael Dudok de Wit, tras la sucesión de un puñado de cortos multipremiados (El monje y el pescado, Padre e hija). Dentro de La tortuga roja encontramos toda la onírica belleza de los films de Miyazaki y, especialmente, de Takahata, así como también un cierto sentido de la pureza de la cultura japonesa. Economía en unos trazos que destilan lo esencial, una delicada paleta de colores, cuyos tenues matices imponen al ojo atención a cada instante: Todo en esta historia nos atrapa, en sintonía con la hermosa y orgullosa exigencia de esta joya de la animación. 

Un hombre, el único superviviente de un naufragio, aparece sobre la arena de una isla desierta tropical. Una vez recuperado, se activa: explorar la isla, encontrar con qué sobrevivir, hacerse cosquillas en los pies con los cangrejos… y esforzarse cueste lo que cueste en construir una barca para escapar.  Pero una tortuga roja hunde su barquichuela a cada intento, impidiendo su marcha y llevándolo, una vez más a la playa. Parece su enemigo, pero, al final, será su única aliada. Después de todo, estamos dentro de un film de animación en el que todo es posible y de la tortuga roja eclosiona una mujer. El hombre ya no está solo. La historia puede continuar, alargarse y perdurar en el tiempo a través de la nueva humanidad que comienza.

Este ensayo de minimalismo extremo, La tortuga roja contiene muchas cosas en un ambiente vacío y desnudo. Justo esta simplicidad puede volvérsele en su contra, pues esta arriesgada apuesta puede no calar en un espectador que, aburrido, no aprecie (o no guste) de preciosistas fábulas de la comunión entre el ser humano y la naturaleza, sin diálogos ni un argumento claro.


No obstante, cada uno puede apreciar esta historia a su manera, cada uno atisbará el hecho de su propia sensibilidad, de sus creencias quizás. Sea cual sea el bagaje de cada uno o la propia edad del espectador, el espectáculo será grandioso… y de una simplicidad maravillosa. El instinto de supervivencia, más resistente que nada, la fuerza de la naturaleza, que sólo tiene igual en la del amor, el tiempo que pasa, los vínculos humanos, el ansia de descubrir el mundo… Todo ello se puede encontrar sobre el caparazón rojo de la tortuga, y más aún, sólo hace falta ser un poco curioso.

Nota: 8
Nota filmaffinity: 7.1

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