sábado, 21 de agosto de 2021

El diablo sobre ruedas

Revisionando una película que llevaba demasiado tiempo entre mis pendientes. Hay veces que no sé cómo priorizo el orden que se me van las cosas (¡vaya sorpresa!). Ésta es una de tantas películas que vi de pequeño (debería tener 10-12 años) y me dejó con la cabeza bastante loca. Como solía ocurrir, olvidaba el nombre, con lo que para recuperarla tenía que tener la suerte de que la volvieran a poner en televisión y yo tuviera la suerte de estar delante, cosa que tampoco era muy probable. Años después, repasando la carrera de su director, tuve la suerte de re-descrubrir El diablo sobre ruedas y volver a gozar durante 95 minutos.

El planteamiento de la película es simple: 1971, carreteras secundarias de un paraje desierto de EEUU. Un apocado vendedor tiene todavía largas horas de conducción para regresar a casa y se aburre en el auto. En su camino, un gigantesco y oxidado camión parece no tener la más mínima prisa. Un adelantamiento algo más agresivo de lo debido parece provocar la ira del camionero, que lo perseguirá incesantemente, convirtiendo el resto de la ruta en una pesadilla. 

Concebido inicialmente como un relato de terror de Richard Matheson, fue guionizado posteriormente por el mismo autor con el objetivo de su adaptación para televisión. En efecto, se trataba de un telefilm del que la productora no esperaba demasiado: un presupuesto reducido, actores semi-desconocidos y un novatillo recién licenciado (ni eso) tras la cámara. La casualidad quiso que ese novatillo fuera Steven Spielberg, enfrentado a su primer proyecto serio. Lo que podría haber sido un film anodino, se transformó en una obra trepidante, que atrapaba a un espectador que corrió a transmitir lo mucho que había disfrutado (padecido) con la película. De la nada surgió un fenómeno que consiguió su estreno en salas y un verdadero estado de psicosis en las carreteras norteamericanas.

Después de este esplendoroso debut, Spielberg consiguió financiación para hacer una nueva película de terror llamada Tiburón. Con menos de veinticinco años, rompió los moldes, y el resto ya es historia.

Incluso conociendo qué es lo que va a ocurrir en cada momento, me ha sorprendido la capacidad de la película para pegarte al sillón. A partir de carreteras interminables y solitarias, un paraje desértico y un camión con muy mala leche, Spielberg presenta una ensalada de miedo, velocidad, peligros mortales, intriga continua y tensión a raudales. Más por instinto que por experiencia, espacia con acierto los clímax de tensión mientras intranquiliza al espectador con situaciones muy variadas en las que “algo no funciona”. A través de escenas cotidianas “que te podrían pasar a ti”, se capta la atención del espectador, un ciudadano corriente que conduce un coche cualquiera que, un buen día, podría ver convertido uno de tantos camiones que vemos cada día en una máquina monstruosa, que parece saltarse las leyes de la física para acabar con su víctima.

Se hace difícil no entrar en este juego. La identificación con el currante que lo único que desea es llegar tranquilo a casa es tan fácil que empezamos a sudar por la ominosa presencia del camión en la carretera. Nos ponemos en situación: Tu capacidad para pensar, para reaccionar, tu pericia al volante y el aguante de tu vehículo serán las armas con las que contarás en este peligrosísimo e infernal juego de persecuciones. Estarás solo. Nadie te ayudará. Y nunca has sido un experto en conducción de riesgo. ¿Cómo no pasarlo (bien) mal con este film?

Casi cada decisión tomada es acertada: una estupenda planificación de escenas que aprovecha un guión muy bien parido, zooms casi leonianos (ese juego de miradas en el bar de camioneros…), el fantasmagórico y cotidiano camión conducido por una persona a la que jamás llegamos a ver y, sobretodo, el aprovechamiento del desierto como lugar en el que encerrar al protagonista, como una desolada prisión a cielo abierto, claustrofóbica y desasosegante, ingrata para la vida humana.

El diablo sobre ruedas tiene la virtud de durar lo que debe durar. En 90 minutos se las arregla para completar acertadamente lo que quiere contar al ritmo adecuado. Además, presenta un puñado de situaciones que sorprenden en su variedad, especialmente cuando nos acordamos de que todo ocurre dentro de un coche. No se alarga la película artificialmente, lo cual es un gustazo de lo más inusual.

¿Qué problema tiene la película? Pues, obviamente, que está hecha con dos chavos. Aunque el guión es estupendo y la dirección un hallazgo continuo, los medios con los que está rodada son los que son y el actor principal tiene la calidad que tiene. Quizás habrá a quién le resulte entrañable en su cutrez, pero estoy seguro de que con un poco más de presupuesto (tampoco mucho), la película hubiera ganado muchos enteros.

Eso no quita que se trate de una película que hay que ver. Con El diablo sobre ruedas Spielberg firmó una opera prima que es mejor que la mejor película del 99% de directores que han vivido de ello toda su vida. Un ejercicio de minimalismo en el terror, con un malvado de los que no se olvidan, bien capaz de dejarte un regustillo de intranquilidad la próxima vez que te adentres en una carretera secundaria medio olvidada de los mundos de Dios.

 

Nota: 8

Nota filmaffinity: 7.3

Resulta curioso comprobar cómo a través del miedo, este hombre, que en su casa no era "nadie", acaba afrontando con éxito un pulso extenuante por su vida. Esa noche seguro que durmió orgulloso de sí mismo, sabedor de que el miedo, en realidad, nos hace más fuertes. 

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